SAN GERARDO MAYELA, EL AMIGO DEL NIÑO JESÚS, SU VIDA Y MILAGROS

San Gerardo Mayela —dice uno de sus biógrafos— tuvo mala fortuna, pese a haber sido dotado con el más maravilloso poder para realizar milagros.
El Fundador de la Orden de Redentoristas, San Alfonso María de Ligorio, así como otros religiosos, no lograron llevar a cabo la historia de San Gerardo; ésta no se escribió hasta medio siglo después, como si la humildad del Santo pesara para que no se divulgase su vida extraordinaria. 

 
Gerardo Mayela nació en la ciudad italiana de Muro Lucano, en el año de 1726. Era hijo de un modesto sastre.
Desde muy pequeño se entregaba fervorosamente a "juegos litúrgicos", y asistía asiduamente a la iglesia de Capodigiano, donde tuvo por primera vez una experiencia milagrosa, pues fue allí donde —dícese— el Niño Dios se desprendió de los brazos de María para jugar con Gerardito y darle un blanco pan. A partir de entonces, los milagros fueron parte inseparable de su vida.
Gerardo sirvió como Hermano Coadjutor de la Congregación del Santísimo Redentor, en cuya Orden vivió solamente algunos años. Se le consideraba el San Luis Gonzaga de su siglo, modelo de aquellos religiosos que, no teniendo vocación al estado sacerdotal, quieren servir en el grado de "conversos", como lo designa el Derecho Canónico, y que en unos institutos es llamado de "los hermanos legos", en otros, "coadjutores"; es decir, corresponde a los que no reciben las órdenes sagradas ni están destinados a recibirlas.
La educación de Gerardo Mayela fue sencilla y elemental; sus talentos no eran especialmente grandes y su salud fue muy precaria.
Desde antes de conocer a los Padres Redentoristas era ya un gran devoto de la Pasión de Jesucristo y soportaba, como si los mereciera, los malos tratos que sus compañeros o sus jefes le hicieran. 

 
Tuvo un amor desmedido a la Sagrada Eucaristía. Al principio, los mismos Padres Redentoristas, a quienes conoció en una misión dada en su pueblo, rechazaron casi con desdén su petición de pertenecer a la Congregación; argumentaron que no querían un "comepan" inútil como él. Pero el joven escapó por la ventana de su habitación y corrió tras ellos, anunciando que no regresaría jamás a su casa.
Ante su insistencia y movidos a compasión por Gerardo, los Redentoristas le admitieron a prueba. No se le ahorraron fatigas, para que comprendiera que aquella dura vida no era para él. La experiencia resultó al contrario de lo que esperaban: fueron los Padres quienes comprendieron que aquel hombre extraordinario debería ser miembro de su Congregación, y lo admitieron.
Sin ser sacerdote, preparaba a perfección la labor de los sacerdotes. Entre las muchas pruebas que San Gerardo tuvo que soportar destaca de modo impresionante la imputación de una culpa no cometida por él. Se le calumnió vilmente y, sin que el santo se defendiese ni alegara una sola palabra en su favor, la calumnia fue creída. Se le impuso el castigo de no poder tratar con nadie del mundo exterior.
La heroica humildad del santo hizo, sin embargo, que los calumniadores rectificaran su acusación; Gerardo volvió a su vida ordinaria con toda sencillez.
La muerte lo sorprendió en plena juventud, cuando apenas tenía veintinueve años de edad, el año de 1755. Los sacrificios y las fatigas le habían producido una tuberculosis que acabó con él. Aceptó su muerte con tal resignación, que, mientras sus compañeros se afligían y se agitaban desesperados, él exclamó con asombrosa tranquilidad:
- Esto es voluntad de Dios, y la voluntad de Dios hay que hacerla con alegría.
El Maravilloso Taumaturgo

Uno de los taumaturgos más notables de todos los tiempos, San Gerardo Mayela, es un santo moderno. Sus milagros pudieran parecer legendarios o difícilmente creíbles, de haber ocurrido hace diez o más siglos; pero pertenecen a una época bastante cercana a la nuestra y se asegura que su comprobación está hermanada a la comprobación de sucedidos históricos ocurridos en el mismo tiempo.
Los milagros operados por el santo, de que se tiene noticia, son innumerables. Los de más relieve, quizá, son aquellos, que se considera, sirvieron para dar testimonio de su santidad cuando ya había fallecido.
Tres horas después de su muerte, —dícese— quiso el Padre Buonomano hacer una prueba delante de toda la Comunidad. Para el efecto, abrió una vena a San Gerardo, mientras decía:
—Hermano Gerardo, tú fuiste siempre obediente; ahora te mando en nombre de la Santísima Trinidad que des una señal de tu virtud y de tu glorificación.
De la vena abierta al difunto santo manó sangre roja y fresca, como la de un ser vivo, y en cantidad abundante. La alegría que produjo esta prueba a los hermanos fue indescriptible.
Pero todavía el P. Buonomano repitió la experiencia, después de treinta y seis horas y ante mayor cantidad de gente, y el resultado fue el mismo: la sangre salía del cuerpo del santo como de un cuerpo vivo. La muchedumbre comenzó a acudir ante el cadáver con fervor desbordante, y muchos pudieron enjugar el sudor que constantemente llenaba el rostro de San Gerardo.
De estos hechos se hizo levantar acta por notario público, la cual se conserva hasta nuestros días.
De los muchos milagros que operó en vida Gerardo Mayela, mencionaremos algunos más.
Durante una peregrinación en que el santo acompañaba a algunos de sus hermanos religiosos, llegaron a un templo. El sacerdote encargado se ofreció a hospedarlos en él, pero dijo que su madre se encontraba enferma y que no podría servirles como sería su deseo.
"Eso se arreglará fácilmente —dijo Gerardo entonces—; vaya usted y hágale la señal de la cruz en la frente".
Lo hizo el sacerdote como se lo dijo el santo y al punto la enferma se levantó y atendió a todos cariñosamente.
En otra ocasión, predicaba para un grupo de personas. Entre los oyentes había un hombre que pensaba para sí:
- "Si mi mujer escuchara esto, le sería provechoso".
Entonces, Gerardo se dirigió a él, pues había adivinado su pensamiento, y le dijo:
- "Más bien es a usted a quien debe aprovechar. No piense tanto en su mujer como en sí mismo".
Y en verdad que le hacía falta a aquel pecador.
Un comerciante de objetos piadosos e imágenes de santos, parecía también uno de éstos a los ojos de sus clientes. Pero cierta vez entró Gerardo a su comercio y le pidió hablar con él. No tardó mucho en descubrir que el comerciante ocultaba un grave pecado desde hacía mucho tiempo, y le pidió que se confesara.
El comerciante, lleno de asombro, volvió al buen camino.
Otra vez, una mujer que padecía constantes y fuertes dolores de cabeza, al ver el sombrero del santo, pensó:
- "Veremos si este hombre es tan santo como dicen"; y se caló el sombrero en la cabeza, con lo cual instantáneamente cesó el dolor.
También se refiere cómo cierto caballero distinguido que se había alejado de los caminos del bien, recibió un día invitación para participar en unos ejercicios espirituales. San Gerardo le pidió también que asistiese. El caballero respondió:
- "Está bien, haré los ejercicios en octubre próximo".
San Gerardo respondió:
- "En octubre será demasiado tarde".
Y así fue, en efecto, porque el hombre murió en agosto, víctima de una enfermedad fulminante.
La vida de San Gerardo es rica en los más variados matices; se recomienda la biografía que sobre él escribió el Padre Redentorista Dionisio de Felipe, si se quiere conocer más a fondo la historia del extraordinario taumaturgo.

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