ORACIÓN A NICOLÁS DE BARI, EL SANTO DEL QUE MANA AGUA MILAGROSA


Oh glorioso san Nicolás, santo lleno de caridad
y de amor hacia los mas desamparados, 
santo bueno y compasivo que desde el Cielo nos auxilias,  
el milagro continuamente se obra en ti,
y por tu mediación ante el Divino Dios,
bienaventurado san Nicolás, 
eres mi especial abogado y eficaz protector 
cuando me siento agobiado por la necesidad. 

   
Ahora que por tu méritos y valencias
gozas merecidamente en la Morada Divina
del favor y de la Santa Presencia,
vuelve tus caritativos ojos hacia mí,
e intercede ante el  Señor misericordioso
para solicitar aquellas gracias y favores
que me son tan necesarias y agradables 
para solventar mis presentes necesidades,
tanto espirituales como corporales,
y en particular la gracia: 

(mencionar aquí lo que se desea conseguir). 

Y que siendo del agrado del Altísimo me la conceda
a la vez que sea propicia para mi eterna salvación. 

Protégeme, oh glorioso santo obispo,
tu que regalas milagros por doquier
y sobre todo a quienes te veneramos con fe
escucha hoy mis súplicas. 

No permitas que las tinieblas de la ignorancia,
del error, de la intolerancia y del odio
me rodeen, me acosen o me confundan. 

Consuela a los afligidos,
socorre a los necesitados,
conforta a los pusilánimes,
defiende a los oprimidos,
asiste a los enfermos
 y haz por fin que todos experimenten
tu generoso y poderoso patrocinio
para con el supremo Dispensador
de todos los favores y bienes. 

Amén. 

Rezar tres Padrenuestros y Gloria. 




El año de 1084, siendo pontífice San Gregorio VII, los infieles mahometanos se apoderaron de la ciudad de Mira, y entonces los monjes escondieron debajo de la tierra el sepulcro de San Nicolás de Bari, disimulándolo cuanto pudieron.
El año 1087 salieron tres naves cargadas de trigo de Bari para Antioquia. Iban en ellas dos sacerdotes, un peregrino y unas sesenta personas. Durante el viaje encontraron varios buques venecianos que iban también a negociar a Antioquía.
Mientras los venecianos echaban anclas en otro puerto, los de Bari fueron a explorar la ciudad de Mira, y en el monasterio sólo encontraron a unos cuantos monjes; depusieron las armas y saludaron a los religiosos, quienes los dejaron entrar.
Los monjes, obsequiosos, les dieron unos frasquitos de vidrio conteniendo agua de la que manaba del sepulcro del santo, y los condujeron a una capilla con piso de finísimos mármoles, donde dijeron estaba escondido el cuerpo de San Nicolás.
Uno de los sacerdotes puso el frasquito con agua que le dieron sobre una columna de cosa de dos varas de alto; le pareció que, mientras oraba, el agua estaría segura; pero sin impulso alguno el frasco cayó y dio sobre los mármoles, y siendo el frasco de vidrio no se rompió ni se derramó gota alguna, lo cual tuvieron por señal de que allí estaba el santo cuerpo.
Conocido esto, dijeron a los monjes el intento con que venían, de llevarse el santo cuerpo, ofreciendo buena cantidad de dinero porque lo descubriesen y callasen.
Ellos quedaron atónitos y comenzaron a alborotarse; pero los amenazaron de muerte y aun los ataron, tomaron las armas y pusieron centinelas, mientras buscaban por dónde hallar el sepulcro del santo, porque sólo se descubría un corto agujero por donde los monjes sacaban el agua.
El comandante de la expedición, llamado Mateo, dio con un hierro un golpe sobre la losa donde cayó el frasco de vidrio, partiéndose el mármol en pedazos. Debajo se descubrió una bóveda de cal, y rota esta, se vio la cubierta del sepulcro, que era una tabla de mármol, la cual apartada, exhaló el sepulcro tal fragancia, que llenó la iglesia.
La mano de Mateo penetró en el sepulcro, y halló que tenía más de una vara de agua de la que manaba del santo cuerpo. Después alargó el brazo y dio con el santo cuerpo, que estaba ya desunido, y lo fue sacando.
No viniendo prevenidos los sacerdotes, le fueron colocando en el sobrepelliz del presbítero Grimaldo.
Una vez que Mateo lo hubo sacado todo, faltaba la cabeza, pero el audaz comandante, llegándole el agua a la cintura y buscándola, encontró la santa cabeza y con alegría la sacó.
Tomó el sacerdote luego sobre los hombros las sagradas reliquias que iban destilando maná sobre sus espaldas; otros tomaron pedazos del mármol que cubría el sepulcro, y Mateo se echó al hombro la mayor parte de la losa, y ya puesto el sol se encaminaron a las naves; con esto se embarcaron y toda aquella noche navegaron.
Fue esto el 20 de abril del dicho año. Durante el viaje se apareció en sueños el santo a uno de los navegantes llamado Desigio, y le dijo:
- "No temáis, estad contentos porque estaré con vosotros."
Y él le dijo:
- "¿Quién eres, Señor?"
Y el santo le dijo:
- "Yo soy Nicolás, que voy con vosotros."
Llegaron un sábado por la tarde, a los 8 de mayo, al puerto de San Jorge, que dista legua y media de la ciudad de Bari. Luego que se colocó el cuerpo de San Nicolás en su nuevo sepulcro e iglesia, volvió a manar de sus sagrados huesos aquel licor, como manaba en Mira.

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