FRANCISCO DE BORJA, ALGUNOS HECHOS CURIOSOS

San Francisco de Borja fue un personaje singular, de gran personalidad y decisión.
Los testimonios de los historiadores insisten en su espíritu caritativo y su gran piedad. Sin embargo, cuando fue nombrado virrey de Cataluña, su gobierno se caracterizó por la persecución implacable a los malhechores, a quienes quería entregar al verdugo para que fuesen ajusticiados, según la rígida ley de sus tiempos. 

 
Los lectores preguntarán: "¿Cómo es posible que tan santo varón no tuviera misericordia para con los delincuentes?"
La explicación es muy sencilla: Francisco de Borja, que entonces no había abrazado la vida religiosa, actuaba por obediencia.
El rey Carlos I de España y V de Alemania, mejor conocido por Carlos V, había entregado a Francisco el gobierno de la provincia de Cataluña con la orden expresa y terminante de hacer colgar a los pillos que entonces sembraban el temor y la confusión en aquel territorio.
¿Castigo o perdón? El virrey Borja escogió lo primero, pues no había alternativa. Tenía, además, orden directa del rey para castigar y perseguir, y la cumplió al "pie de la letra", siguiendo una de las virtudes más meritorias, pues exige humildad: la obediencia.
Aparte de la persecución que organizó contra el famoso asaltante y cabecilla Cadell, Francisco de Boda persiguió y apresó a otros no menos peligrosos malhechores. El más curioso caso fue Gaspar de Lordet, un forajido que tenía en jaque al pueblo catalán desde hacía muchos años.
Lo extraordinario es que este Gaspar de Lordet se había convertido de aspirante a sacerdote en asaltante, entregándose al atropello de la ley. Una vez que colgó los hábitos, se fue a los montes cercanos a Barcelona y practicó su ruin oficio a placer. Y como las autoridades, antes que Francisco de Borja fuera nombrado virrey, hacían "la vista gorda", el malhechor lo pasaba bastante bien. 

 
Pero llegó Borja, tomó el mando del virreinato de Cataluña, y se dedicó empeñosamente a perseguir a los pillos que andaban sueltos, y que eran muchos.
Un día, Gaspar de Lordet cayó en manos de los alguaciles de Borja, y sucedió algo muy difícil de creer. Había en aquella época una ley llamada del "fuero eclesiástico", la cual ordenaba que las personas que por una u otra causa hubieran cometido un delito y al mismo tiempo pertenecieran al clero, no podían ser apresadas ni juzgadas por las autoridades civiles, sino exclusivamente por las autoridades de la Iglesia. Pues bien, Gaspar de Lordet, al ser conducido por sus aprehensores, en cuanto llegó cerca de una iglesia comenzó a dar gritos, pidiendo que se le concediera el "fuero eclesiástico".
Inmediatamente, unos sacerdotes solicitaron al delincuente.
Borja escribió al rey Carlos exponiendo su queja, y más tarde gestionó una orden del papa, a fin de que las autoridades eclesiásticas no protegieran al malhechor.

Esto hizo quien con los años sería santo, pues habiendo dejado el mando para dedicarse al servicio de Dios, Francisco de Borja, que fue un gran señor de los salones, se convirtió en un siervo de Cristo, y sacrificó su vida para servir a la Iglesia.
Dice uno de sus biógrafos:
"Era el 30 de septiembre de 1572. Era una noche cuajada de luceros, una noche serena, de típico otoño romano. En la casita de los jesuitas, en una alcoba de bajo techo, sobre un catre de madera, entregaba su alma al Rey que no muere el General de la Compañía de Jesús, el noble español, el humildísimo Francisco de Borja".

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