BAUTISMO DE JESÚS


Se desplazaban los habitantes de Judea para acudir a las orillas del Jordán a escuchar las predicaciones del Santo Precursor, Juan el Bautista; el pueblo confesaba sus pecados y era bautizado por él.
 También Jesús, antes de dar principio a su vida pública, vino de Galilea para recibir el bautismo. 

 
El Precursor conoció, entre todos, al Mesías, y rehusaba bautizar al Cordero sin mancilla, exclamando:
- ¿Qué es esto? ¿Vos acudís á que yo os bautice? ¿No es más justo que yo reciba de Vos el bautismo?

Pero, habiendo dicho Jesús que convenía ser bautizado a fin de cumplir con toda justicia, haciendo no sólo lo que estaba mandado, sino también lo que era más conforme a la santidad, San Juan bautizó al Salvador del mundo; y apenas hubo salido del río, se abrieron los cielos, y, en un momento de gloria, bajó sobre él, visiblemente, el Espíritu Santo en figura de blanquísima paloma, símbolo de la pureza y emblema de la castidad, oyéndose, al mismo tiempo, desde lo alto, una voz que decía:
- Este es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias.

Así quedó claramente bosquejada la institución del primero de los Santos Sacramentos, por el cual se perdona el pecado original y todos los pecados personales, si el bautizado es adulto y los ha cometido. 


 
La necesidad y efectos del bautismo fueron objeto de subsiguientes enseñanzas de Cristo; pero con su ejemplo determinó desde luego la materia del mismo, que es el agua, y aun la forma, pues se hallaron presentes las personas de la Trinidad Santísima: el Padre por su palabra, el Hijo recibiendo el agua redentora, y en forma de paloma el Espíritu Santo.
Así también quedó solemnemente declarada la venida del Mesías, que era Hijo de Dios, y que traía confiada la misión divina de enseñar una nueva y verdadera creencia.

Aun hoy, el árabe y el turco que acompañan al viajero en estos Santos Lugares, apenas divisan las aguas del Jordán, las saludan con gritos de alegría, y corren a beberlas y a lavarse con ellas, dando señales de profundo respeto a las tradiciones hebraicas y cristianas, así como a las fabulosas leyendas de Ismael y del Corán, que les enseñan a considerar sagrado el caudaloso río.

Y desde el principio de la Era Cristiana acudieron y acuden al Jordán, en peregrinación, desde todos los puntos de la tierra.
Muchos santuarios, ahora destruidos, se elevaron, durante los primeros siglos de la Iglesia, cerca del sitio en que se creía haberse realizado el bautismo de Jesús; una cruz lo señalaba a la piedad de los fieles, y ambas márgenes se hallaban decoradas con preciosos mármoles.
Multitud de peregrinos se reunían en estas orillas en determinadas épocas, y entraban en la sagrada corriente para renovar, con fervor, las promesas del Bautismo, revestido cada uno con blanco manto que había de servirle de mortaja al descender a la sepultura, costumbre piadosa que todavía conservan los peregrinos griegos.
Los enfermos, y especialmente los leprosos, acudían en busca de salud a las milagrosas aguas del Jordán; y aún hoy, unos viejos muros, en la llanura de Jericó, señalan el sitio que ocuparon dos monasterios, construidos para asilo de los devotos y enfermos viajeros. 

 

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