EL HIJO PRÓDIGO




Es conveniente conocer el significado de las palabras. 

Pródigo se llama al que dilapida o malgasta su hacienda, de forma vana y desordenadamente. 

Así se comprenderá mejor la siguiente parábola del Evangelio. 

 
Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos pidió a su padre le diera la parte de hacienda que le correspondiese. El padre se la entregó, y el hijo se fue con su caudal a un país muy lejano, donde malgastó todo su haber en orgías y disoluciones.


El hambre se enseñoreó de aquella tierra, y el disipado mozo se vio reducido a tan extrema miseria, que, por justo castigo de sus pecados, se vio obligado a guardar cerdos en un cortijo, teniendo que alimentarse de las mondaduras que comían aquellos animales.

Entonces pensó que los jornaleros de la casa de su padre tendrían el pan de sobra, mientras él se moría hambriento en aquella soledad. Y, arrepentido de su mala conducta, se dirigió a la casa en que había nacido.

El padre le vio desde lejos, le salió al encuentro, le estrechó entre sus brazos y le llenó de besos el rostro.

—Padre —exclamó el joven arrepentido;—Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.

Mas el autor de sus días ordenó a los criados que le vistiesen las ropas más preciosas, le colocasen el anillo más rico, y el calzado más elegante; que llevasen un cebado ternero, para celebrar un opíparo banquete.
 — Porque mi hijo —añadió— era muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido hallado. 

Pero el hijo mayor, que estaba en el campo, oyó la música y los cantares de regocijo, al volver a su casa, y se indignó de que su padre tratase así al hijo menor, mientras él había seguido trabajando, obediente y laborioso, para acrecentar el caudal de la familia, sin haberle dado nunca un cabrito para comerlo alegremente con sus amigos.
— Hijo —le respondió;—tú siempre estás conmigo, y todos mis bienes son tuyos; pero era justo celebrar un banquete y regocijarnos; porque éste tu hermano era muerto, y ha resucitado; se había perdido, y ha sido hallado. 

 
La parábola del hijo pródigo es una fiel pintura del pecador arrepentido; del pecador que, muerto para la vida de la gracia, vuelve a ella con verdadero dolor de sus culpas. Que no hay falta, por grave que sea, que no pueda ser perdonada y redimida por la misericordia infinita de Dios.
Los justos son como el hijo mayor de quien nos habla el Evangelio; ellos están siempre en la casa del Señor, y participan, continuamente, de todos los bienes celestiales; mas los pecadores que, abandonando los caminos del vicio, vuelven al redil de las ovejas de Cristo, son amorosamente recibidos por el Padre común, que celebra con banquetes, músicas y cantares de gloria, las almas arrancadas a las sugestiones del demonio.

Un cuadro de Bassano, regalado a Felipe IV por el Duque de Medina de las Torres, nos recuerda, en el Museo de Madrid, este bellísimo pasaje, modelo de amor, de ternura filial, de celestial misericordia y de sublime y angélica poesía. Más arriba lo puedes contemplar.


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