ORACIÓN DE LA SANTA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR PARA HACER PETICIONES MUY DIFÍCILES O PEDIR IMPOSIBLES

 
Esta oración se hace en la presencia de alguna imagen
de Cristo Crucificado o de la Santísima Cruz.

ORACIÓN
 
Señor mío Jesucristo,
que con tu divino y saludable contacto
santificaste el madero de la Santísima Cruz,
para lavar con ella y con tu Preciosísima Sangre,
las manchas de mis faltas y ofensas,
me postro ante ti para confesar mis culpas,
me pesa de todo corazón
todas las que contra Ti he cometido en mi vida,
espero que tu piedad infinita me las has de perdonar
y propongo enmendarme
con la ayuda de la gracia de Dios.

 
Venid oh cristianos, la cruz veneremos,
la cruz recordemos de Cristo Jesús.

¡Oh! Cruz Santísima,
más resplandeciente que todos los astros
y más santa que los santos;
para el mundo célebre, para los hombres amable;
que sola fuiste digna de contener en tu esencia
todo el rescate del mundo;
dulce leño, dulces clavos,
dulces penas que toleradas en ti
por mi Señor Jesucristo,
fueron el remedio nuestro.

Salva a todos los que con fe repiten tus alabanzas.
 
¡Dichosa Cruz que con tus brazos firmes,
sostuviste el sacrosanto Cuerpo de Nuestro Señor,
tú que eres árbol de la vida
y fuente de la bienaventuranza
te adoro y humildemente te alabo,
y doy a Dios muchas gracias,
porque se dignó honrarte
haciendo de Ti trono de la Majestad Divina,
para remedio del mundo.

Oh Santísima Cruz,
pongo debajo de tus misteriosos brazos
mis difíciles problemas y dificultades presentes
para que por tu virtud se digne el Señor remediarlas,
yo confío en que recibiré la ayuda que tanto preciso:

(decir con gran esperanza lo que se necesita conseguir).

Adorote Santa Cruz,
puesta en el Monte Calvario,
en ti murió mi Jesús, para darme eterna luz,
y librarme del contrario.

Venid oh fieles la Cruz adoremos,
la Cruz ensalcemos de nuestro Jesús,
dichosa esa alma que tiene presente
a quien con ardiente afecto le amó.

¡Oh Cruz adorable yo te amo, te adoro.
De gracias tesoro, emblema de amor!

Quisiera imprimirte, grabarte en mi pecho,
en llanto deshecho, deshecho de amor.

¡Oh almas amantes! venid al reposo,
de Jesús que amoroso la Santa Cruz abrazó.

 Así sea.

Hacer la señal de la Cruz, bien hecha y con calma,
desde la frente hasta el pecho
y del hombro izquierdo hasta el derecho,
y pronunciando los tres Santísimos nombres
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Esto trae bendición y muchos favores celestiales,
y aleja al demonio y libra de muchos males y peligros.

Venid oh cristianos, la cruz veneremos,
la cruz recordemos de Cristo Jesús.

Rezar cinco Padrenuestros y cinco Glorias.

Hacer la oración y los rezos tres días seguidos,
nueve si la petición es muy difícil o imposible.

 

 Para la fiesta del día de la Santa Cruz escribió San Pablo a los Gálatas:
 
«Nosotros sólo podemos gozarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual reside nuestra resurrección y nuestra vida, y por el que hemos alcanzado la libertad y la salud».
 
En el año 312, en guerra, pidió el emperador Constantino un signo al Señor de los ejércitos. Y este le dio, en un estupendo milagro:
 
Sobre un cielo deslumbrante de mediodía vio arder una cruz de sangre, con esta divisa: in hoc signo vinces. Era el lábaro de su victoria. Y más aún. En el sueño impaciente de aquella noche Cristo se le muestra, ordenándole que sus combatientes, sus armas, sus banderas, lleven su propio nombre sacro e invencible. Y mientras aquel 28 de octubre del 312 se alza al cielo, desde las siete colinas, el incienso inútil ofrecido por Majencio a los dioses paganos, la última batalla del Puente Milvio, sobre el Tíber, proclama a Constantino emperador triunfante en la señal de la cruz.

El famoso Edicto de Milán es el ofrecimiento de su Victoria a la cruz. Los cristianos se ven libres, con todos los derechos Jurídicos de los ciudadanos de Roma. En su brevedad, una sola idea se repite, con clara intención, para que no haya espacio a interpretaciones o dudas: la perfecta igualdad de ciudadanía para los creyentes, a los que ningún prefecto podrá, en adelante, torturar con los garfios y las cárceles ante la pública profesión de su fe, y, a los pocos años, el hallazgo de la cruz, como radiante trofeo de aquella gesta castrense.
 
Era muy lógico que Constantino y los de su casa anhelaran, muy ardientemente, poseer aquella cruz, aparecida en los cielos. Y es su madre Elena la que se pone en piadosa peregrinación hacia Oriente. Todo esto es pura histona.

La podemos seguir con Eusebio, por todo el itinerario, entre las aclamaciones entusiastas que la hacen, a su paso, las provincias del Imperio. Visita la cueva de Belén para seguir, con fidelidad, el recuerdo de la Vida de Cristo. Sobre el desnudo pesebre, que profanan unos altares en honor de Adonis, edifica un templo majestuoso, «de una hermosura singular, digno de eterna memoria».
 
Se detiene largamente en el lago, porque aquel mar de Tiberíades, que tiene geografía y curvas de corazón, palpita como el corazón de todo el Evangelio, como el mismo corazón de Cristo. y después a las agonías del monte de los Olivos. Y al Calvario.

A los comienzos del siglo IV el más inconcebible abandono cubría los santos lugares, a tal punto que la colina del Gólgota y el Santo Sepulcro permanecían ocultos bajo ingentes montañas de escombros. El concilio de Nicea dictó algunas disposiciones para devolver su rango y su prestigio a aquellas tierras sembradas por la palabra y la sangre del Redentor, mientras el mismo Constantino ordenaba excavaciones que hicieran posible recuperar el Santo Sepulcro.

Y allí estaba Santa Elena, alentando con su poder y sus oraciones el penoso trabajo. Se descubre una profunda cámara con los maderos, en desorden, de las tres cruces izadas sobre el Calvario aquel mediodía del viernes. ¿Cuál de las tres, la verdadera cruz de Jesucristo? Y entonces el milagro, para un seguro contraste.

Porque el santo obispo de Jerusalén, a instancias de Elena, las impone a una mujer desvalida, siendo la última la que le devuelve la salud.
 
Aún la tradición añade que, al ser portada la Vera Cruz, procesionalmente, en la tarde de aquel día, un cortejo fúnebre topó con el piadoso y entusiasta desfile, y, deseando el obispo Macario que más se certificarse sobre el auténtico madero, mandó detenerle, como Jesucristo en Naim, cuando los sollozos de la madre viuda le arrancaron del corazón el devolverle la vida a su único hijo muerto. Se probaron, con el que llevaban a enterrar, las tres cruces, y sólo la que ya veneraban como verdadera le resucitó. Era el 14 de septiembre del año 320.

La emperatriz Elena, en nombre de su hijo, edificó allí el Martyrium sobre el sepulcro, dejando la cruz enjoyada, para culto y consuelo de los fieles. Una parte fue enviada a Constantino, junto con los cinco clavos, dedicando a tan insignes reliquias la basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén para que toda la cristiandad la venerara y fortaleciera también la "roca" de Pedro. Dictó, además, Constantino un decreto, por el que nadie sería en adelante castigado al suplicio de la cruz, divinizada ya con la muerte del Hijo de Dios.

Las cristiandades de Oriente celebraron este hallazgo de la cruz con la pompa hierática de su rica liturgia, en el Martyrium de Constantino, consagrado el 14 de septiembre del 326. Precedían a la fiesta cuatro días de oraciones y rigurosos ayunos de todas aquellas multitudes que afluían de Persia, Egipto y Mesopotamia.

Muy pronto la fiesta del hallazgo se incorporó a las liturgias de toda la cristiandad cuando fueron llegando a las Iglesias occidentales las preciosas reliquias del Lignum Crucis, como regalo inestimable para promover entre los fieles el recuerdo vivo de nuestra redención.

Tres siglos después -3 de mayo del 630- acontecía en Jerusalén otro suceso feliz. El emperador Heraclio, depuesta la majestad de sus mantos y de su corona, con ceniza en la cabeza y sayal penitente, portaba sobre sus hombros, desde Tiberíades a Jerusalén, la misma Vera Cruz que halló Elena. En un saqueo de la Ciudad Santa fue sustraída por los infieles persas. Y ahora era devuelta al patriarca Zacarías con estos ritos impresionantes de fervor y humildad.

Las liturgias titularon este acontec1nuento con el nombre de «Exaltación de la Santa Cruz». Y, aunque las Iglesias Occidentales acogieron con entusiasmo semejante recuperación definitiva del Santo Madero, sólo muy tardíamente fue conmemorada su fiesta, según se ve en el sacramentario de Adriano.

El tiempo confundió la historia de ambas solemnidades. Y todo el Occidente cristiano, dando mayor acogimiento y simpatía al hallazgo de la cruz, lo celebró siempre en este día 3 de mayo, dejando para el 14 de septiembre la memoria de la «Exaltación».

 

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