NUESTRA SEÑORA DE COVADONGA, SALVE PARA SOLICITAR SU PROTECCIÓN Y AYUDA



ORACIÓN

Bendita la Reina de nuestra montaña,
que tiene por trono la cuna de España
y brilla en la altura más bella que el sol.

Es Madre y es Reina.
Venid, peregrinos,
que ante ella se aspiran
amores divinos
y en ella está el alma
del pueblo español.


Dios te salve,
Reina y Madre
del pueblo que hoy te corona
en los cánticos que entona
te da el alma y corazón
causa de nuestra alegría,
vida y esperanza nuestra,
bendícenos Madre Nuestra,
y danos tu protección.

Como la estrella del alba
brilla anunciando la gloria
y es el pórtico la gruta
del templo de nuestra historia.

Ella es el cielo y la fe,
y besa el alma de España
quien llega a besar su pie.

Virgen de Covadonga,
Virgen gloriosa,
flor del cielo
que aromas nuestra montaña
tu eres la más amante,
la más hermosa,
Reina de los que triunfan,
Reina de España.

Nuestros padres sus ojos a Ti volvieron
y siempre por Ti,
fueron escuchados,
con tu nombre en sus labios
en su corazón te llevaron,
con tu amor en las almas
siempre vivieron.

Cuídanos Madre Nuestra,
pues a ti recurrimos,
en los momentos buenos,
para celebrarte,
y en los momentos malos,
para suplicarte,
siempre con confianza,
de que somos escuchados.

(Hacer las peticiones)

Amén.

Rezar 3 Ave María y la Salve. 


La oración junto a los rezos se hacen cinco días seguidos.

Historia de Nuestra Señora de Covadonga:
En la cordillera Cántabra se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de Covadonga. Picos que suben y suben, valles angostos, simas en vertical, bosques impenetrables, perenne verdor, riachuelos que se desploman de lo alto de las peñas...
 
Aquí llegaron, antes del nacimiento de Cristo, los romanos, no sin haber dejado tendidas en los pasos de los puertos las más aguerridas de sus legiones; y apenas se atrevieron a asomarse a este laberinto de montañas los visigodos.
En la parte oriental de Asturias hay un recinto más selvático y más bravío. Son las peñas más altas y los valles más angostos: remolinos, repliegues y desgajaduras de un cataclismo geológico. La Geografía llama a estos lugares Picos de Europa, paraíso de cinegetas y alpinistas. En ellos trepan los osos y triscan las cabras salvajes y los rebecos y vigilan desde la altura las águilas reales. Hay lagos puros como el cristal y bosques vírgenes que no ha mancillado el hacha del leñador. Aún hoy, que la civilización humana ha roto el secreto de aquellos parajes, forzando el paso de puertos y cañadas con carreteras atrevidas, sólo penetran en parte de aquel círculo de Peñascos decididos escaladores o pastores nativos. No es, por tanto, extraño que, ya de antiguo, se considerasen las montañas astures como murallas colocadas por la mano de Dios.
Los viejos cronicones comparan la solidez defensiva de estos riscos con los muros inexpugnables de la imperial Toledo. Por ello a estas breñas se acogieron los residuos godos del Guadalete, y en ellas encontraron seguridad y refugio, cuando a los comienzos del siglo VIII quedaron las gentes godas barridas por los ejércitos africanos.

Huyendo de la catástrofe, llegó a Asturias Pelayo, de la estirpe real de los godos. En Asturias reunió un pequeño grupo de guerreros cristianos y en los montes asturianos, propicios para emboscadas, vivió algún tiempo. La historia y la leyenda se mezclan para relatarnos los primeros años de Pelayo entre los repliegues cántabros. De él se dice que penetró un día, persiguiendo a un malhechor, en la gruta de Covadonga, que allí encontró un altar dedicado a la Virgen María, y a un ermitaño que daba culto a la imagen en aquella soledad.
Pelayo perdonó en honor de la Virgen Santísima al fugitivo y, en cambio, el ermitaño predijo a Pelayo que sería el salvador de España en aquel mismo lugar.
Cronistas cristianos y árabes nos hablan de la batalla de Covadonga, y acaso los infieles puntualicen mejor que los cristianos y nos transmitan detalles más en consonancia con los hechos ocurridos. Unos y otros nos aseguran que en Covadonga hubo una gran lucha entre las aguerridas y numerosas tropas árabes, mandadas por Alkamán, y un grupo de cristianos acosados en una cueva, cuyo número los cronistas árabes calculan en trescientos, mientras que algunos cristianos los hacen llegar hasta tres mil.
Se dio la batalla, con la derrota y destrozo de los mahometanos, y en aquel lugar comenzó el reino cristiano de Asturias, siendo Pelayo declarado rey del incipiente reino.

Cuando Pelayo se encerró en la cueva de Covadonga, aún la naturaleza se mostraba en toda su selvática soledad y fiereza que después había de transformar un tanto la industria del hombre, rellenando las simas y destrozando las estalactitas y haciendo el lugar cómodamente accesible, cuando, hasta bien entrado el siglo XVI, el sendero de peaje que conducía a Covadonga ni siquiera era practicable para las cabalgaduras.
A ochenta kilómetros, hacia oriente, de la capital asturiana, siguiendo la margen izquierda de un pequeño riachuelo, por el fondo de un valle apretado, parte de Cangas de Onís el camino de Covadonga. A medida que se avanza el valle se estrecha y las montañas suben. De pronto, se cierra el horizonte con peñas tajadas y cubiertas de boscaje. A la vuelta de una pequeña colina aparece el monte Auseva, desnudo su tercio inferior, cortado en talud y avanzando hacia afuera, donde se abre la cueva o «natural ventana» de que nos hablan las crónicas.
Del fondo de la cueva se despeñan torrentes de agua, el Chorrón, que dicen los naturales. Es el único desagüe del río Orandi, que busca el valle a través de la roca del Auseva, llenando la cueva de rugidos y salpicando la montaña de espuma.
En esta cueva se encerró Pelayo con sus guerreros, alimentándose con la miel de las abejas silvestres que cuelgan sus panales en las hendiduras de la roca.
Esta noticia nos la transmite la crónica árabe del Ajbar Machmu'a, y las abejas, laborando a través de los siglos, han llegado hasta hoy con sus panales por las grietas, y rubricando así la veracidad de las crónicas.
Según las cristianas, que, en lo substancial y en muchos de los detalles, van de acuerdo con las árabes, Tarik, caudillo de los mahometanos cordobeses, al conocer la rebeldía de Pelayo mandó contra él un ejército de 187.000 guerreros a las órdenes de Alkamán. Acompañaba al ejército agareno el arzobispo Opas, traidor a su patria y a su fe.
Al llegar el ejército musulmán frente a la cueva, se adelanta el arzobispo para hacer desistir a Pelayo de sus propósitos. Nada consiguió Opas con sus parlamentos y, ante el fracaso del emisario, manda el jefe árabe avanzar a los honderos y saeteros.
«Los cristianos de la cueva —dice la crónica— no cesaban de suplicar día y noche a la Virgen María que hasta el día de hoy allí se venera. Y entonces se vio que las piedras mezcladas con los dardos se volvían desde la cueva contra los mismos que las enviaban, a manera de densísimas nubes, impulsadas por el viento del Norte».
Al verse los árabes así confundidos, retrocedieron desbaratándose, al tiempo que cargaba Pelayo sobre ellos con sus cristianos.
«Alkamán y Opas fueron muertos con ciento veinticuatro mil caldeos».
Los setenta y tres mil restantes remontaron, huyendo, los Picos de Europa, hacia la Liébana y, al pasar por un valle del Deva, se desgajó un monte sepultándolos a todos. La histórica batalla suele fecharse en el año 718 y, cuando escribía nuestro cronista, a los comienzos del siglo XII, casi todos los años daba señales el Deva de este desastroso final agareno, al crecer el río y descubrir y arrastrar despojos del sepultado ejército.
La leyenda popular supone aún hoy petrificado al traidor Opas en un peñasco, un poco más arriba de Cangas. La tradición siempre atribuyó al auxilio de la Madre de Dios este magnífico triunfo cristiano. Y es presumible que en Covadonga recibiese culto la Santísima Virgen antes de llegar Pelayo fugitivo a aquel lugar.


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