SAN PACOMIO, ORACIÓN PARA CUANDO HAY PROBLEMAS ECONÓMICOS


ORACIÓN

Haz, Señor, te lo suplicamos,
que la intercesión de San Pacomio, abad,
nos torne agradables a Ti,
a fin de que obtengamos por sus oraciones
lo que no podemos esperar de nuestros méritos.

 Por Jesucristo Nuestro Señor.
 
A ti santo Abad,
que encarnaste la máxima pureza y humildad,
lleno siempre de alegría y felicidad
que transmitías a todos tus hijos espirituales.


 A ti, acudo hoy con esta plegaria
para exponerte mis agobios y necesidades
y que ruegues a Dios por mi
para que pueda obtener de su misericordia
una rápida y eficaz solución
de los problemas económicos
que tan gravemente me afligen.
 
(Exponer las necesidades y posibles soluciones)
 
Tu que tanto disfrutaste repartiendo alegría,
tenme presente en tus ruegos a Dios,
y alcanzando su favor
pueda también yo mostrarte mi alegría
conseguida gracias a ti.
 
Oh, Pacomio, buen abad, santo mío,
no me dejes en el abandono,
y no dejes de interceder por mi
hasta que mi problema sea resuelto,
con el favor de Dios, para mayor gloria tuya.
 
Amén.
 
SAN PACOMIO

Abad (347-348)

El monacato cristiano aparece en la segunda mitad del Siglo III. Poco a poco fue encauzándose el poderoso, amplio, vario y libérrimo movimiento espiritual. Un primer paso hacia su estructuración fueron las colonias de anacoretas.
 
El cenobitismo -vocablo derivado de las voces griegas koinós (común) y bios (Vida)- constituye un paso ulterior y, en cierto modo, definitivo.
 
Con todo, apareció casi al mismo tiempo que el anacoretismo.

Tengamos en cuenta que Pacomio, figura señera del cenobitismo primitivo, murió antes que Antonio, el primer solitario de los desiertos de Egipto.

No es seguro que fuera Pacomio el fundador de los cenobitas.

En sus vidas se mencionan otros monasterios ajenos y anteriores a los suyos. Sea de ello lo que fuere, es cierto que en la evolución del monacato ocupa un lugar único, porque supo encauzar y modelar la vida comunitaria de los monjes de un modo que puede calificarse de esencialmente perfecto. De él y de la koinonía que instauró procede la gran tradición cenobítica cristiana. Por eso, merece el título honoris causa de «Padre del cenobitismo».


Numerosas vidas en copto, en griego, en versiones latinas y árabes transmiten los recuerdos que sus discípulos conservaron.

Además, existen cartas, fragmentos de obras suyas y también una Regla monástica atribuida a Pacomio. Tal acervo documental nos permite reconstruir su biografía.

Nació de padres campesinos y paganos en Esna (Alta Tebaida) hacia el 286. A los 23 años se incorporó al ejército.

En Tebas, lugar de su destino, conoció a unos cristianos que ayudaron a los reclutas de su tropa. Tanta caridad le impresionó, prometió abrazar el cristianismo y entregarse a una vida de servicio del prójimo, cuando se viera libre de la milicia.

Licenciado de forma inesperada y tras breve catecumenado, recibió el bautismo en Shenesit. Cumplió su voto durante tres años, sirviendo a los campesinos de los contornos. Y un buen día decidió hacerse monje.

Bajo la dirección del Apa Palamón, que regía una colonia de anacoretas, se ejercitó en la oración, la meditación (recitación de la Biblia de memoria), el trabajo manual, el ayuno y demás prácticas ascéticas. Siete años más tarde tomó nuevo rumbo.

Un día, orando, una voz le dijo:

«Dios quiere que sirvas a los hombres para reconciliados con él».

Consulta a Palamón, quien reconoció la voz de Dios y le ayudó a instalarse en Tabennisi, un pueblo abandonado. Vive aquí la vida anacorética por su cuenta y riesgo. Pronto algunos aspirantes a monjes se suman a él, pero un primer ensayo de vida comunitaria fracasa por la poca sumisión de los candidatos. No desistió. Llegaron otros mejor dispuestos.

Enseñado por la experiencia, les exige renunciar a la familia, a sus bienes, a su propia voluntad: deben obedecer. El fin que pretendía lo resume en la frase: llevar "Vida común" (koinóbion).

Ahora bien, este vocablo copto, tomado del griego, se halla en los Hechos de los Apóstoles (2,42), y denota la puesta en común de los bienes entre los primeros cristianos de Jerusalén, signo y consecuencia de la unión de los corazones. Con el nombre de koinonía se designará normalmente a la institución de Pacomio.

Los monjes de Tabennisi aumentaron y su fama se extendió por Egipto. Tuvo que organizarlos en «casas», con «prepósitos» en cada una de ellas. Así pudo dedicarse a su tarea de maestro espiritual para enseñar que el cenobio no es una escuela de anacoretas y ponderar la superioridad y las ventajas de la vida comunitaria sobre la vida solitaria, contra la opinión general que sostenía lo contrario.

Más tarde fundó otros cenobios. Algunos ya existentes, anteriores a los suyos, se agregaron a su obra.

Hasta surgieron dos de monjas en torno a su hermana María.

Así se formó una verdadera congregación monástica, la koinonia o comunidad, en muchos aspectos semejante a las congregaciones religiosas, que florecieron en la Iglesia siglos más tarde, y Pacomio se convirtió en lo que hoy llamamos un superior general.

Tuvo buenos colaboradores, particularmente Petronio, Teodoro y Orsiesio. Con todo, fueron sus cualidades humanas, sus dotes de organizador, sus virtudes y carismas los que le permitieron realizar una obra grandiosa. Por ende, la koinonía reposó sobre su genio organizador y demás cualidades y, sobre todo, sobre su santidad.

Pacomio se alimentaba de la Escritura, que fue donde descubrió el sentido de la comunidad. Sin la jerga de la Escuela de Alejandría, era profundamente místico, un padre espiritual exigente que invitaba y espoleaba a los monjes a superarse día a día. Al propio tiempo, era comprensivo, tenía en cuenta la debilidad humana y las leyes del crecimiento espiritual.

Por lo demás, la personalidad de Pacomio es extremadamente agradable y simpática. Poseía atractivo irresistible, producto, en parte, de su carácter natural y, en parte, modelado por la práctica de sus virtudes sobrenaturales, especialmente la humildad, la paciencia y la caridad. Bondadoso, misericordioso, se complacía en hacer bien a todos. No le faltaba energía, pero ésta sólo se reveló muy de tarde en tarde y con gran oportunidad.

Otros rasgos característicos de su personalidad fueron la discreción y el equilibrio, cualidades necesarias a los superiores.

Supo reconocer y reparar sus errores y, sin el menor rastro de amor propio, se dejó enseñar por la experiencia.

Pero lo que más llama la atención es el aprecio que tuvo por la Escritura. Sorprende, al leer sus vidas y sus catequesis, con qué profundidad la conocía y, más aún, su decidida voluntad de traducir a la práctica las enseñanzas y el espíritu de la Biblia. La motivación de su vivir y obrar era de ordinario bíblica. Incluso cuando se le aparecía un ángel para darle a conocer la voluntad de Dios -hecho que era frecuente-, no obedecía sin0 tras comprobar que lo que le decía estaba de acuerdo con la Escritura.

Su actuación como superior se inspiraba en la idea evangélica de servir. No hallamos en él rastro alguno de aparato y afectación. Su llaneza era perfecta. Jamás aceptó excepción o privilegio alguno por razón de ser superior. Tuvo la convicción de que el superior no debe estar por encima de la Regla, sino a los pies de los monjes, cual corresponde a un esclavo. Esta actitud explica su éxito como organizador de monasterios.

Ni Pacomio ni sus sucesores fueron sacerdotes. Creían que era un gran inconveniente para los monjes recibir las órdenes sagradas. Más aún, no quisieron clérigos en la koinonía. Temían divisiones por el sacerdocio y que la ordenación engendrara orgullo, envidia y discordia entre los cenobitas.

Pacomio no fue propiamente un escritor. No merece este título ni por las cartas que corren con sus nombre, ni por los fragmentos de catequesis que daba a sus monjes, ni por su Regla.

Con todo, la Regla pacomiana tiene interés excepcional en la historia del monacato. Fue una de sus grandes innovaciones, que hizo de él el primer legislador del cenobitismo cristiano.

La suya fue la primera de las reglas monásticas. Con el objeto superior de hacer llegar a los monjes a la auténtica unión de los corazones, sirvió para someter a reglamentación minuciosa un sector importante del monacato antiguo, tan celoso de su independencia.

De ella se conservan fragmentos coptos y la traducción latina que hizo San Jerónimo en 404. Se trata de una serie de ordenaciones, sin orden alguno, que constan de cuatro series de artículos con normas escuetas y meticulosas. Su comparación con cualquiera de las reglas monásticas siguientes y el desorden en que se suceden los preceptos, prueba que nacieron de la vida práctica y que se trata de la acumulación de preceptos emanados de un superior en el decurso de una larga experiencia.

Es claro que diferentes secciones hacen pensar que son añadiduras al cuerpo primitivo, como lo muestran las muchas repeticiones. Esto hace sospechar que son la compilación de ordenaciones dadas por Pacomio y por sus sucesores inmediatos.

En 346 la peste azotó los monasterios de la koinonía. Murieron muchos monjes, entre ellos, el 9 de mayo, Pacomio. Como hombre de Dios, fue para los suyos el apa por excelencia. Recibió la gracia de una fecundidad inconmensurable como respuesta de servir al género humano. Algo excepcional, que todavía conmueve.



 

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