SIGNIFICADO Y USO DE LA MEDALLA DE SAN BENITO


La medalla de San Benito es una invitación a orar, a vivir como Cristo nos ha enseñado a través del Evangelio. De esta forma, podemos tener la firme confianza que Dios nos protegerá del mal, de las enfermedades y vicios.

¿Qué vemos, en la medalla?

Podemos ver que el frente de la medalla muestra a San Benito, de pie sosteniendo una cruz en una mano y el libro de su Regla en la otra. 




A cada lado están las palabras:

Crux S. Patris Benedicti (La Cruz del Santo Padre Benito).

Abajo, a sus pies, están las palabras:
(Ex S. M. Casino MDCCCLXXX) del Santo Monte Casino, 1880.

En ese año, (en el que la Orden de San Benito conmemoraba 1400 años desde el nacimiento de Benito) la medalla recibió una bendición jubilar especial.
Inscrito en el círculo que rodea la imagen de San Benito, están las palabras:
"Ejus in obitu nostro presentia muniamur"

"Que su presencia (la de la cruz) nos proteja a la hora de la muerte.”

Cuando damos la vuelta al otro lado de la medalla, encontramos lo que se refiere el poder en contra de los malos espíritus.

En el centro está la Cruz.

San Benito amaba la Cruz, confiado que en ella Jesús venció el poder del mal y todas sus consecuencias.

El brazo vertical de la cruz tiene 5 letras:

 C.S.S.M.L. (Crux Sacra Sit Mihi Lux)
“Que la Santa Cruz sea para mí una Luz”.

El brazo horizontal de la cruz también tiene 5 letras:

N.D.S.M.D., (Nunquam Draco Sit Mihi Dux)
“Que el demonio nunca sea mi guía”.

Las cuatro letras grandes de los ángulos de la Cruz:

C.S.P.B., (Crux Sancti Patris Benedicti)
“la Cruz del Santo Padre Benito”.

Rodeando la cruz en el margen derecho están las letras:

V.R.S.N.S.M.V. (Vade Retro Satanas, Nunquam Suade Mihi Vana)
“¡Apártate de mí, Satanás! Nunca me sugieras pensamientos vanos.”

Alrededor del margen izquierdo del círculo, están las letras:

S.M.Q.L.I.V.B. (Sunt Mala Quae Libas: Ipse Venena Bibas)
“Las bebidas que tú ofreces son malas; bebe el veneno tú mismo”.

En la parte de arriba del círculo está la palabra (PAX) PAZ.

Esta medalla, que es un sacramental, puede ser llevada al cuello, en un monedero, unida al rosario o pegada en la entrada de la casa.
La adecuada devoción a la medalla, junto con una vida de escucha a la Palabra de Dios, práctica frecuente del sacramento de la Reconciliación, Comunión todos los domingos y el esfuerzo por vivir el respeto y servicio al prójimo, nos acerca a Cristo, fuente de luz y vida, nos protege de todo mal y nos prepara para la vida eterna.
SOBRE LOS MONJES BENEDICTINOS

Se sabe con certeza que San Benito dejó 14 monasterios instituidos, al morir. Doce estaban en Subiaco, uno en Terracina y otro en Montecasino. Hacia el siglo XIV se calculó en 17,000 el número de monasterios benedictinos existentes, pero dicho número decreció notablemente con el tiempo.

Nunca han faltado, sino muy al contrario, siempre han sido numerosos, los hombres insignes entre los hijos del Santo Patriarca de Occidente, San Benito Abad. 



Entre los mil quinientos santos canonizados de esta Orden se cuentan (por no citar sino a algunos) el gran Pontífice San Gregorio Magno, primer biógrafo del santo, y los siguientes sumos pontífices, ocho santos: San Gregorio, San Bonifacio IV, San Agatón, San Zacarías, San León III, San León IV, San León V y San León IX. Además hombres de ciencia tan eminentes San Beda, "El Venerable", y San Pedro Damiano, lumbreras de la Iglesia, Abades como San Ofilón, San Hugo, San Iñigo y muchísimos más.
Los Benedictinos acompañando a San Agustín, Obispo y también monje benedictino, fueron los primeros evangelizadores de Inglaterra, que les debe la fe y fueron misioneros benedictinos los que plantaron la cruz en Alemania, San Wilibrordo y San Bonifacio, y en Suiza San Galo y San Sigisberto, mientras que San Mauro discípulo de San Benito la llevaba por las Galias.
Los misioneneros Benedictinos modernos trabajan en América, Africa y Australia con eficacia adrnirable y siguen contribuyendo, como todos sus predecesores, a la obra civilizadora que caracteriza a la Orden.
En efecto, los Benedictinos, aparecidos en una época en la que el trabajo era casi exclusivamente función de los esclavos, enseñaron con su ejemplo a los pueblos que iban conquistando a labrar la tierra, aprovechar los bosques, ganarse la vida con oficios manuales, y en una palabra, a trabajar honrada y cristianamente, dejando la vida nómada en muchos casos, para establecerse cerca de los monasterios de los religiosos y maestros que eran sus padres y protectores.

Casi todos los monasterios tenían su escuela, y gracias a ellos la cultura europea fue una cultura cristiana y las naciones que se iban formando estaban imbuidas en la fe hoy tan apagada por las herejías y el materialismo.
A los Benedictinos se deben las Universidades de París, Cambridge, Bolonia, Sahagún, Oviedo, Salamanca, etc., que fueron expansiones de colegios benedictinos, y a estos laboriosos monjes debe toda la cultura universal la conservación y reproducción de manuscritos importantísimos, como la Biblia, los autores clásicos de la antigüedad y los escritores de los Santos Padres, que celosamente custodiaban en sus bibliotecas, sin prohibir su lectura a quienes los necesitaban.
No se reduce la obra benéfica de estos religiosos a la conservación y reproducción de obras ajenas, sino que la producción literaria y científica que como río caudaloso brota de sus monasterios, inhunda de obras eruditas y utilísimas el mundo civilizado.
Los benedictinos son acreedores a la gratitud de todos por su contribución única al estudio del canto y de la música religiosa, por su dedicación a la liturgia, por su erudición en materias referentes a la hagiografía y a la Sagrada Escritura, cuya versión crítica, como es sabido, traen entre manos, por encargo de la Santa Sede.
Brote pujante y antiquísimo del árbol plantado por San Benito son las monjas benedictinas cuyo origen se remonta a Santa Escolástica, la hermana del Santo, y que observan la Regla del mismo, con las modificaciones derivadas de la diferencia de sexo.
A los muros protectores de estas religiosas se acogían mujeres nobilísimas cuando querían dejar el mundo, como las once emperatrices y las cuarenta y más reinas que fueron a terminar sus días en la oscuridad de una celda benedictina.
Muchísimas son las almas que buscan la perfección de la vida cristiana siguiendo la Regla de San Benito, ocultas la mayoría a las miradas del mundo, pero persuadidas de que, como lo vieron aquellos primeros monjes, el camino que sube al cielo, y que fue primero hollado por el gran Santo, es también el que ha de conducirlas a la dicha sempiterna.

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