NUESTRA SEÑORA DEL SANTO CORDÓN, LEYENDA Y ORACIÓN


La ciudad de Valenciennes atravesaba una situación triste y desesperada.

Una terrible peste desolaba la población que tan horrorizada estaba de ver las numerosas víctimas que hacía el cruel azote diariamente, que solo fijando su mirada en lo alto, y solo de allí esperando el consuelo en aquella grave aflicción, procuraba atraerse el favor del Omnipotente con frecuentes rogativas y continuas oraciones.


A una media legua de Valeciennes tenia su morada, lejos de la animación y bullicio de las gentes de la ciudad, un pobre eremita que viendo el gran estrago de la peste y fuertemente conmovido su corazón por aquella mortandad, pedía con fervor a la Santísima Virgen que intercediese con el Señor misericordioso a fin de que aplacase sus rigores.

Un día que el ermitaño se hallaba en seria meditación junto a una fuente que había cerca de su religioso retiro, reflexionando en la protección que en todos los grandes peligros ha dispensado la amorosa Madre de los cristianos a los verdaderos fieles de la consoladora doctrina de su divino Hijo, en un momento de éxtasis se postró humildemente en tierra, y con lágrimas en los ojos así dijo, dirigiéndose a la celestial Señora:

 
¡Madre mía y de todos los buenos cristianos, poderosa Reina de los cielos, miren vuestros compasivos ojos el espectáculo triste y doloroso que presenta nuestra ciudad castigada por esa terrible peste que tantas victimas inmola todos los días. La criatura ingrata y rebelde a las sanas máximas de la doctrina que viniera a enseñar al mundo el divino Salvador de los hombres merece en verdad que sea humillada en su soberbia y orgullo; pero ved, oh amorosa Señora de los Cristianos que son muchos los que perecen, y que es muy terrible la pena que Dios impone al pecador. Tened de él, Señora, misericordia, y aplacad, vos que podéis, las iras de vuestro muy amado Hijo.

Cuando el ermitaño hubo terminado de hablar, como si esperara que sus palabras hubieran producido efecto, arrebatado en medio de su religioso éxtasis, abrió sus brazos, y fija la mirada en los cielos aguardó alguna promesa de consuelo y ventura.
La Virgen María,  que oyó sin duda con agrado la plegaria que le hiciera aquel varón justo y piadoso, quiso premiar su ardiente caridad, su admirable fe, apareciéndosele en la fuente y contestándole de esta manera:

— Cesen tus lágrimas, cálmese tu afán, venerable anciano; si hay seres ingratos y descreídos, también por fortuna cuenta mi Hijo con almas nobles y piadosas a las que sabrá premiar su virtud y su fe. Anda, marcha a la cercana ciudad de Valenciennes y di a mis fieles y devotos que vuelvan a pedir a Dios misericordia en sus graves peligros, diles que continúen con rogativas públicas y con ayunos y penitencias para que deponga su enojo, que yo siempre vuestra abogada y protectora seré medianera, no dudo alcanzar lo que para vosotros demande a mi divino Hijo.
Esto dijo la excelsa Soberana de los cielos, y dejando que el anciano volviese a adorarla reverente desapareció de su vista, ocultándose entre las blancas nubes que se abrieran para dejar pasar a la Inmaculada Señora.

Con gran diligencia procuró informar el ermitaño a las gentes de la ciudad de la aparición de la Virgen y del encargo que le encomendara.

Mucha fue la confianza de los vecinos de Valenciennes cuando enterados por el anciano eremita de lo que la Madre de Dios exigía de sus fieles, para aplacar el rigor de su divino Hijo, se apresuraron a cumplir lo que se les ordenara por medio de aquella aparición con que fue favorecido el piadoso anciano.

Se hicieron las rogativas inmediatamente, orando en ellas todos los habitantes de la ciudad con gran fervor hasta altas horas de la noche. 

 
La promesa de María se vio cumplida, pues, cuando con mayor entusiasmo religioso la aclamaban y bendecían, contemplaron asombrados su descenso de las mansiones de la gloria con un cordón con el que ciñó a la ciudad entera.
Cesó instantáneamente el furor de la peste, y los de Valenciennes que tan especial auxilio habían recibido de la Virgen, quisieron perpetuar la memoria del milagroso suceso, del que hablan sido testigos, construyendo cerca de la fuente donde se apareciera por primera vez al ermitaño, una capilla en la que guardaron y conservan como precioso y sagrado talismán el cordón con que ciñera a Valenciennes.
Como era natural que así sucediese, el culto a la amorosa Madre de los cristianos creció de un modo prodigioso entre aquellas gentes, y siempre que se veían amenazados de algún peligro iban a rogarle que les librara de él, siendo verdaderamente asombrosa la fe con que esperaban conseguir lo que pedían.
Y hacían bien en confiar en los divinos auxilios de María, que no desoía las súplicas de sus fieles devotos cuando iban a adorarla a la capilla que en su honor se edificara bajo la advocación de Nuestra Señora del Cordón. 

ORACIÓN

Oh Nuestra Señora del Santo Cordón,
Santísima Virgen María,
dulce y amada Madre de la Misericordia,
cuida de nosotros, de nuestro país,
de la Iglesia y del mundo,
para que la Cruz de Cristo no se haga vana,
que el hombre no lo haga,
 no se desvíe del camino del bien,
que no pierda el conocimiento del pecado,
que crezca en la esperanza de Dios
"rico en misericordia",
que realice las obras libremente
preparado de antemano por Dios
y así sea, a lo largo de toda su vida,
"para alabanza de su gloria". 

Consíguenos de su Hijo Divino
las gracias que necesitamos. 

(pedir ahora lo que se desea conseguir). 

Nuestra Señora del Santo Cordón,
ruega por nosotros 
y ayúdanos con nuestra petición. 

Amén. 

Rezar tres Avemarías, Padrenuestro y Gloria. 

Repetir tres días seguidos la oración y los rezos. 

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