SAN SEVERINO, ORACIÓN PARA PEDIR SANACIÓN


ORACIÓN PARA PEDIR SANACIÓN
A SAN SEVERINO

Glorioso San Severino,
predicador, sanador de cuerpos y de almas,
anti ti comparecemos hoy
devotos y esperanzados
para pedirte una vez más, sanación.

Santo y humilde varón,
sana nuestras almas de los peligros que la acechan. 

 
Misionero y penitente que con comprensión y bondad
cautivabas a todo el que te escuchaba
y lograbas la paz y la concordia,
tu que efectuaste tanto milagros
dando la sanación a los enfermos,
apiádate hoy de ....... (decir el nombre del enfermo)
que sufre enfermedad, dolor y desesperación.

Te misericordia de .......
(volver a decir el nombre del enfermo)
y ruega a Dios, para que en su infinita bondad,
por tu mediación, a quien tanto estima,
le sea devuelta la salud
y recobre la alegría, la paz y la armonía.

No le dejes en el abandono, bendito santo,
pues tu poder es grande
y la confianza depositada en ti, es total.

Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor,
que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo.

Amén. 

Rezar tres Padrenuestros, Avemaría y Gloria. 

Repetir la oración y los rezos tres días seguidos
confiando en la intersección de san Severino. 

 
En la vida de San Severino, varón sabio y prudente, las acciones ocurren en antiquísimos territorios austríacos, particularmente en Viena.

Pronunciamos el nombre de esta ciudad, y casi inmediatamente recordamos los famosos valses vieneses, los palacios cortesanos, los brillantes desfiles con guerreros llenos de entorchados y cascos relucientes. Pensamos en Viena e incurrimos en la ligereza de pensar en la tierra de la opereta.

La historia de Austria tuvo que ser muy azarosa, pues cada grupo pugnó por predominar, y este deseo de dominación produjo los más diversos y caprichosos cambios.

En el primer siglo de nuestra Era, los romanos fueron ensanchando sus conquistas a través de Europa Central y llegaron hasta el río Danubio. En esa comarca dominaban entonces los celtas, y éstos fueron sometidos por los romanos, pero pronto sobrevino la decadencia de Roma, y las tribus germanas fueron las que dominaron.

Hacia el siglo V surgió el cristianismo, y trayendo la luz de la fe apareció la figura incomparable de Severino.
San Severino murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150):
"Todo ser que tiene vida, alabe al Señor".

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).

A nadie le dijo que era Romano ni que provenía de una familia noble y rica, pero hablaba el latín perfectamente y sus exquisitos modales y su educado y culto trato lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo.
Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles "Hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

Su discípulo preferido, Bonoso, tenia la enfermedad de los ojos.San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: "Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder." Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

"Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán" Repetía el santo constantemente.
Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: "He pecado y nada malo me ha pasado". Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

En cierta ocasión se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: "Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo". Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades.
El les respondió: "¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?". Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: "Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos". Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles.
Con el tiempo, y cuando ya el inspirado religioso había entregado su alma al Creador, a quien tanto sirvió en palabras y actos, la ciudad austríaca de Salzburgo llegó a convertirse en uno de los más importantes centros de difusión cristiana, exaltándose la memoria de San Severino.

Por otra parte, los húngaros se lanzaron a la cuenca del Danubio, causando ruina y desolación. A mediados del siglo X ocurrió una gran batalla en Lechfeld, y en ella los húngaros fueron rechazados por el emperador Otón El Grande hasta la propia Hungría.

Veinte años más tarde se inició la dinastía de los Babenberg con Leopoldo I. Siglos más tarde se estableció la dinastía de los Habsburgo, y se formaron los feudos imperiales de Austria, Estiria, Carintia y Carniola. Prácticamente, aunque se denominaba Sacro Imperio Romano Germánico, se trataba de una federación de Estados germánicos libres.

Por razones políticas, la familia imperial realizó matrimonios con príncipes y princesas de Francia, de los Países Bajos (Holanda), de España y de la propia Hungría, y de esta manera nació el Imperio Austro-Húngaro, mezcla de naciones y casas monárquicas.

Austria-Hungría quedó disuelta al terminar la Primera Guerra Mundial. Luego, Alemania se anexó su territorio durante el gobierno de Hitler, y al terminarse la Segunda Guerra Mundial, quedó nuevamente como Estado libre y soberano, pero reducido a una extensión de menos de 84,000 kilómetros cuadrados, y con una población total que no llega a los siete millones.

Tal ha sido la nación en donde difundió su doctrina San Severino, hace muchísimo tiempo. Tierra de guerras y ambiciones, que no obstante recuerda el nombre del santo. Porque la obra de San Severino no ha muerto, y sigue creciendo cada día, como un árbol a cuya sombra se reúnen los hombres de buena voluntad.


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