No hace mucho tiempo que los cristianos devotos de María se citaban en una de las mas bellas ciudades de la península, para celebrar en su honor solemnes cultos y magníficas fiestas. Todavía nos parece ver la gran animación y movimiento de Valencia, la encantadora ciudad del Cid, en las tan famosas fiestas del Centenar.
La Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Desamparados era llevada con toda pompa en procesión por las principales calles de Valencia al compas de cien músicas, y por doquier se escuchaban himnos y cánticos de alabanza.
Espectáculo hermoso y consolador presentaba aquel religioso pueblo celebrando con entusiasmo la tradicional festividad que cada cien años dedican a su abogada y protectora.
Arcos de verde ramaje adornaban los más concurridos sitios de la ciudad, y en ellos con grandes caracteres se veía cien veces repetido el nombre de María.
Por todas partes donde se fijara la vista se veía con placer algo que expresaba verdadera piedad y sincera devoción hacia la Madre de Dios, en aquellos dichosos días cuya memoria será imperecedera para los que presenciaran tan extraordinarias fiestas.
Nos llevaría muy lejos de nuestro principal asunto el relato de las mismas. Sería demasiado extenso poder detenernos en ellas, expondremos, pero expondremos lo que la leyenda nos dice de la fundación y origen de la capilla dedicada a la Virgen María en Valencia, cuya sagrada imagen se venera bajo la advocación de Nuestra Señora de los Desamparados.
Cuentan las historias, que de este asunto se ocupan, que en el año 1380, se reunieron diez piadosos valencianos y fundaron una cofradía o hermandad, que tenía por objeto la práctica de la caridad y del verdadero amor a Dios recogiendo los niños desamparados que en Valencia eran llamados "Faltos".
Abandonadas estas criaturas por padres crueles y desnaturalizados, muy triste hubiera sido su suerte si no pensaran estas virtuosas personas remediar tanto mal con el establecimiento de una casa o asilo donde tuvieran el abrigo y cuidados que les negaran a aquellos desgraciados a estas criaturas los autores de sus días.
Allí, en el nuevo hospicio, encontrarían el alimento corporal y espiritual, pues no salían de la casa sin que antes los fundadores inculcasen en el corazón de los niños, el amor de Dios, base de toda sólida educación y algunos otros conocimientos con los que pudieran mas tarde ser útiles a la sociedad y ganarse honradamente su subsistencia.
El principal objeto de los hermanos o cofrades del Monte de Piedad, fue en su principio el de no dejar perecer a los pobres niños que hallasen abandonados en la ciudad y en los caminos, ya recién nacidos, o bien en los primeros años de la infancia.
Para llevar de una manera digna su misión, buscaron una casa que sirviera de albergue a los niños desamparados, y para atender a los gastos que ocasionaban su tan noble instituto, no desdeñaron ir implorando por todas partes la caridad pública.
El Señor protegió a los diez piadosos valencianos, y su obra progresó de una manera rápida y asombrosa.
No solo podían subvencionar con las limosnas de los fieles los gastos de la estancia y primera educación de los niños, sino que llevaron mas allá sus buenos deseos, y los pobres y peregrinos que llegaban de paso a la ciudad del Turia, encontraban hospedaje en aquel religioso asilo.
La fama de esta caritativa hermandad se extendió pronto por todos lados, llegando a oídos del rey de Aragón don Martin, que admirando a aquellas justas personas se apresuró a apoyarles con su poder en tan piadosa empresa.
Tomó bajo su protección a la asociación o cofradía, e hizo que encontrase apoyo en todos los nobles cortesanos.
Contando los hermanos del Monte de Piedad con el auxilio del monarca aragonés, pensaron algunos años después de la fundación de su instituto en poner éste bajo la protección mas poderosa de la Virgen, y habiendo celebrado varias juntas para mejor tratar de este asunto, determinaron por fin llamar a su cofradía "de los niños inocentes y Madre de los Desamparados".
Con las cuantiosas limosnas que hiciera el rey don Martin, construyeron en una casa que buscaron para albergue de los niños, y asilo de los pobres y peregrinos, una capilla en la que colocaron luego una imagen de la Virgen.
Encontrando mil dificultades para obtener esa imagen, encomendaron el la tarea al célebre Fr. Juan Gilaberto Jofré, que con su predicación y exhortaciones había inspirado a los diez caritativos valencianos el establecimiento o fundación del Monte de Piedad.
La tradición conserva piadosamente la historia de esta milagrosa imagen.
Esto lo que dice:
Era a principios del siglo XV.
Confundidos con otros pobres y peregrinos, pidieron hospitalidad en la casa de la cofradía tres hermosos mancebos que, solicitando como los demás compañeros el auxilio de los hermanos o cofrades, trabaron animada conversación con el hermano que se hallaba aquel día en el benéfico asilo.
Oyeron, al parecer, con gran atención los razonamientos del piadoso cofrade, que se quejaba con sus demás compañeros de no poder adorar pronto a la Virgen ante una imagen suya.
Cuando hubo concluido de hablar el hermano que les comunicó sus deseos de poseer una imagen de la Virgen, dijo uno de los tres jóvenes peregrinos, dirigiéndose al cofrade:
— No os apuréis ya mas. Luego, vuestra piadosa aspiración se hallará satisfecha. Colocadnos en un sitio apartado y solitario donde nadie pueda distraernos ni interrumpirnos, y yo y mis dos compañeros os prometernos que no han de pasar muchos días sin que tengáis en vuestro poder esa tan ansiada imagen de nuestra amorosa Madre.
— El cielo, sin duda, os envía, les contestó el piadoso hermano. Haced pronto lo que prometéis y si sois hábiles escultores, fabricad sin demora la imagen de María. Nadie os molestará en esos tres días que pensáis ocuparos en vuestro piadoso trabajo.
Se dio parte inmediatamente de la venida de los tres peregrinos a Fr. Jofré, y cuando supo que se habían propuesto fabricar ellos la estatua o imagen que había de ser reverenciada y bendecida en la capilla del hospicio, se apresuró en proporcionarles los materiales necesarios para que cuanto antes empezasen sus trabajos.
Les destinaron para su habitación un apartado y silencioso departamento, y dejándoles alimentos suficientes para los tres días, les encerraron para evitar así que por nadie fueran molestados ni distraídos.
Pasaron los tres días que pidieron de tiempo los tres jóvenes peregrinos para terminar su obra, y la habitación permaneció cerrada.
Se extrañaron de ello los hermanos, pero dejaron que pasase otro día.
Por fin, viendo que tampoco en éste daban seriales de haber concluido y que seguían encerrados, pensaron en averiguar el motivo de esta tardanza.
Habitaba en la casa una buena mujer, hermana del cofrade encargado del cuidado del piadoso asilo; era ciega y tullida, y sintiendo desde el momento que llegaron al hospicio los tres jóvenes mancebos, una especie de presentimiento interior de que habla en ello algo de extraordinario y sobrenatural, instó con vehemencia a los hermanos a que abriesen el improvisado taller de los peregrinos.
Avisado antes de hacerlo el Padre Jofré y admirándose este virtuoso sacerdote de que no hubiesen salido aun los tres mancebos, fue también del mismo parecer de la ciega, y ordenó que se llamara a la puerta del departamento, y les preguntaran la causa de su tardanza.
Inútilmente llamaron varias veces.
La puerta no se abrió: y con algún cuidado los cofrades, no quisieron esperar mas tiempo y forzaron la puerta.
Con gran sorpresa de todos, encontraron desierta la habitación y en medio de ella acabada y perfecta una graciosa y bellísima imagen de María.
No pudieron menos que atribuir a un milagro del Señor la maravillosa construcción de aquella imagen.
—Angeles, si, ángeles son de los que rodean el trono del Altísimo los que han ejecutado tan preciosa obra, —exclamó la pobre Ciega que al entrar en el taller de los peregrinos recobró milagrosamente la vista y salió de allí sana y buena.
— Puesto que el Señor y su Santísima Madre dispensan tan especial beneficio, exclamó también Fray Jofré, que no dudó ni un momento del prodigio obrado por intercesión de la Virgen María, postrémonos luego ante esta sagrada imagen, y después de adorarla humildes y fervorosos, llevémosla al altar que tiene preparado en la capilla para que allí puedan los fieles con nosotros manifestarle la gratitud que le debemos por sus favores.
Se extendió por la ciudad la noticia del prodigioso suceso, y ansiando los valencianos adorar aquella santa imagen de la Divina Señora fabricada por los tres ángeles que estuvieron como peregrinos en el hospicio, se encaminaron a donde los hermanos conservaban intacta la comida que se dispusiera para los mancebos durante los tres días que debió durar su obra.
En medio del aposento se hallaba ya también expuesta la imágen milagrosa de María.
Todos la adoraban reverentes, y todos entusiastas devotos de la Madre de Dios, instaron a los hermanos de la casa para, como ya habían pensado hacerlo, fuese colocada en alguna capilla a la que pudieran asistir para bendecirla y alabarla.
La devoción a la santa imagen que fue conocida desde el primer día por los valencianos con el nombre de Nuestra Señora de los Desamparados, creció de una manera prodigiosa y viendo la decidida protección que dispensaba a los fieles, la aclamaron estos por patrona y abogada de la ciudad de Valencia.
Por en mes de Marzo del año 1667, declararon con pompa y solemnidad el patronato de la Virgen María bajo esta advocación, sobre la citada ciudad. Se hizo una solemne procesión llevando la sagrada imagen por todas las mas concurridas calles de la capital, yendo en ella todas las autoridades y nobles caballeros, con asistencia también del prelado y cabildo, y se determinó que todos los años, el segundo domingo de Mayo, el mes de las flores, consagrado por los cristianos a María, se repitiera esta magnifica procesión, y se rezase y observase en la ciudad y en todo el resto del reino la fiesta que se la dedica en este día para su mayor gloria y ensalzamiento.
Tan grande es el amor de los valencianos a Nuestra Señora, que por donde quiera que vaya el piadoso viajero encontrará una hermosa capilla donde acuden a adorarla, si es que no tiene la dicha de hacerlo visitando el magnifico templo donde se la venera en Valencia.
Casi todas nuestras mas importantes ciudades celebran ahora cultos en honor de la Virgen con la advocación con que la saludan los habitantes de la hermosa ciudad del Turia.
Por el gran número de ricas alhajas con que ha sido obsequiada la celestial Señora, se puede apreciar también lo mucho que han esperado de ella los grandes y poderosos de la tierra. Con razón se dice que la imagen de la Virgen de los Desamparados es una de las mas ricas enjoyas en España: Como la Virgen del Pilar, posee también varios y preciosos mantos, y muy valiosos adornos. La corona que descansa sobre sus sienes es de un valor inapreciable por hallarse toda ella cuajada de brillantes.
En el año 1859, doña Isabel de Borbón, postrada humildemente ante la que es Señora del Cielo, invocaba su poderosa protección para su hijo, y la hacia hermosos presentes colocándola ella misma algunas joyas, que según entonces se dijo vallan cerca de un millón de reales.
No estaría completa esta historia que hacemos de Nuestra Señora o de la devoción que se profesa a María con esta advocación si no diéramos cuenta de algunos de los prodigios obrados por su intercesión con el Señor Todopoderoso.
Se hallaba en Valencia una joven muy bien educada que mantenía una licita relación amorosa con un joven con quien pensaba casarse.
Los padres de la doncella no veían con gusto aquellas relaciones, por lo que determinó el amante obrar por su cuenta propia, sin demandar consentimiento de ninguno.
Habló con la joven; la dijo que reuniera sus alhajas y joyas, que dejando por un momento la casa de los padres se fuera con él lejos de allí donde pudieran realizar sus amorosos deseos, uniéndose por el matrimonio que podía verificarse en otra parte; ya que en Valencia no se les permitía.
Le pintó el seductor tan bonito a la joven los nuevos placeres que había de experimentar unida ya con él para siempre, que creyendo que la hablaba con sinceridad, la inocente muchacha cayó en la red que astutamente le tendiera su amante.
Hizo, pues, un lio con sus mejores ropas, recogió cuantos objetos de valor pudo encontrar, y decidida a seguir a su infame seductor, salió de casa de sus padres, no sin antes derramar abundantes y copiosas lágrimas por tener que alejarse de ellos de una manera tan desafortunada.
Era la joven muy devota de la Virgen de los Desamparados, y no queriendo encaminarse al sitio donde su amante la citara sin encomendarse a su Divina protectora, hizo que la acompañara su madre, que ignoraba el plan de la hija, a su magnifica iglesia, y postrada de rodillas ante la venerada imagen comenzó a orar con gran fervor.
Estando en sus oraciones notó cierta especie de soñolencia, que dominándola poco a poco, acabó por sumirla en un profundo letargo.
Cuando volvió en si, rogó con gran solicitud a su madre que se volvieran a su casa.
En ella, llena de rubor y vergüenza, confesó sus intentos de fuga en compañía de su amante, pidió arrepentida a sus buenos padres que la perdonaran por aquellos instantes de extravío, y con entereza indicó al amante que cesase de hablar con ella y que no pensara jamás en una unión imposible.
La joven, durante su sueño en la capilla de la Virgen, tuvo una revelación divina, por la que conoció el intento de su fingido amante, que no era otro que el de robarla con otro amigo, y después darla muerte para poder librarse de ella.
Agradecida la doncella al gran favor que le dispensara su protectora, fue por todas partes refiriendo el prodigioso suceso, y todos, los días de su vida daba gracias infinitas a la Virgen de los Desamparados que le había librado de un modo tan milagroso de un gravísimo peligro.
Otro no menos extraordinario caso cuentan las crónicas o historias, de como se extendía la protección de esta célebre imagen a muy remotos países.
Triste y afligido yacía en su calabozo un caballero napolitano a quien se le imputaba una muerte de la que era inocente.
Ya se estaba disponiendo el patíbulo, donde con gran afrenta debía purgar un delito que no había cometido; pero el Señor que no siempre permite las fatales consecuencias que produce el error en los hombres, por los ruegos, por la intercesión sin duda de su amorosa Madre, resolvió salvar al caballero. Este, que había escuchado largo rato a dos religiosos que se preparaban en la prisión para acompañarle en sus últimos instantes, cuando ya a la media noche se hubieron retirado y le dejaran solo, poniéndose de rodillas en el duro pavimento del calabozo, invocó con fervor a la Virgen, rogándola que pues era sabedora de su inocencia no dejase que acabara sus días con muerte tan afrentosa.
La Señora oyó su plegaria.
Se llenó la prisión del caballero con los resplandores de una luz brillante y clara y acercándose al inocente encarcelado una hermosa matrona, oyó que con dulcísima voz le dirigiera estas palabras:
No te aflijas cristiano, por ti acabo de suplicar al Dios Omnipotente. El está contigo y te librará de la muerte haciendo ver a todos que eres inocente.
Así habló la Señora al atribulado caballero permaneciendo aun en la prisión algún rato, mientras éste, consolado por la promesa que le diera, la miraba con gran atención notando que llevaba al niño Jesús en la mano izquierda y en le derecha una blanca azucena, llenas además sus vestiduras de ricas joyas.
Cuando hubo desaparecido aquella grata visión, se apresuró a llamar a los religiosos y les refirió con gran minuciosidad el suceso.
Le preguntaron cuál era la imagen de la Señora a la que se había encomendado respondiendo el caballero que la invocó sin fijarse en determinada imagen. Volvieron a preguntarle a cual se parecía de las veneradas en Nápoles, contestando que a ninguna.
En esta plática se hallaban entretenidos el presunto reo y los dos religiosos, cuando entrando el carcelero en la prisión, les manifestó que se habían presentado ante el juez da su causa unos cuantos hombres que declararon haber cometido ellos el homicidio que se le imputaba al caballero napolitano.
— Libre estáis ya, añadió dirigiéndose a éste, podéis abandonar la prisión cuando os plazca.
— Gracias, gracias, Madre mía, Virgen Santa, exclamó lleno de júbilo el inocente caballero. En vuestro auxilio confié, vuestro favor invoqué y este no me ha faltado, no ha sido, no un sueño lo que yo he visto en este calabozo. Vos erais, de los Madre de los cielos, que no desdeñasteis de bajar aquí para consolarme con dulces promesas. Pues que a Vos solo debo tan grande beneficio, no habrá en mi calma ni sosiego hasta que encuentre la imagen bendita que se me ha aparecido en la prisión para poder darle gracias por haberme salvado de una muerte injusta r ignominiosa.
Cumplió el caballero lo que decía, peregrinando por diversas naciones hasta que llegó a Valencia. Aquí tuvo noticia de los muchos prodigios obrados por Nuestra Señora de los Desamparados, y deseando visitar su sagrado templo, se dirigió a él y penetró después en la capilla de la Virgen.
— ¡La hallé, la hallé! Dios sea loado; encontré ya lo que buscaba! Exclamó el caballero napolitano cuando se fijó en la imagen tan venerada en Valencia.
— Como no podía menos que suceder, la exclamación del peregrino llamó la atención de las demás personas que había en el templo.
Le preguntaron la causa de ella, y habiéndoles referido su prisión, y como debía la libertad a aquella divina imagen que se le apareciera en el calabozo, con las mismas vestiduras y joyas que veían allí en su capilla a Nuestra Señora.
Todos los circunstantes prorrumpieron también entonces con nuevas exclamaciones, bendiciendo y alabando a María.
El caballero permaneció en la ciudad varios días, yendo a adorar a su divina protectora con gran frecuencia. Por fin hubo de salir de Valencia, y dejando un donativo de cuatrocientos ducados, se volvió a Nápoles donde propagó con incansable celo el culto de la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Desamparados.
Antes de terminar es conveniente dar algunos datos sobre la tan venerada imagen.
- Tiene de altura seis palmos y cuarta de medida valenciana.
- La materia de que se halla formada, no puede determinarse con precisión, aunque ha sido varias veces examinada con gran detenimiento.
- En el brazo izquierdo lleva un hermoso niño Jesús, y en la mano derecha tiene una azucena de plata, con la que ha dado en ciertas ocasiones algunos golpes en su nicho, como cuando se le conducía a un hombre inocente al cadalso, que al pasar por la capilla, se detuvo el presunto criminal ante ella, para implorar los favores de la Señora.
Los primeros golpes que dio habían sido oídos por pocas personas, pero como se repitieran antes de que expiase en la horca el inocente reo, enterado del prodigio el Sr. Marqués de Caracena, virrey entonces del reino de Valencia, dicen algunos autores que exclamó:
— ¡A quien de libertad la Reina, cómo puede condenarle el Virrey!
Con ese mism0 lirio o azucena conocen los cofrades de Nuestra Señora el Sitio donde deben ir a buscar algún cadáver desamparado, pues lo mueve a derecha o izquierda, según el lugar en que se encuentre.
Muchos escritores que han tratado en sus obras de esta milagrosa imagen, refieren también que se ha notado en varias ocasiones, cuando se halla algún reo en capilla, que una de las lámparas que arden de continuo delante de su altar, se va amortiguando poco a poco, mezclándose el aceite y el agua, poniéndose, cuando se halla un desamparado, de color negro, y si es un reo de muerte de color de sangre, permaneciendo con estos colores hasta que se apaga.
El magnifico y suntuoso templo donde hoy recibe culto Nuestra Señora de los Desamparados fue construido en el año 1652, siendo Virrey de Valencia el conde de Omesa, que como otros muchos habitantes de la ciudad se habían librado de una terrible peste, gracias a su poderosa intercesión con su divino Hijo.
Cuentan las historias, que de este asunto se ocupan, que en el año 1380, se reunieron diez piadosos valencianos y fundaron una cofradía o hermandad, que tenía por objeto la práctica de la caridad y del verdadero amor a Dios recogiendo los niños desamparados que en Valencia eran llamados "Faltos".
Abandonadas estas criaturas por padres crueles y desnaturalizados, muy triste hubiera sido su suerte si no pensaran estas virtuosas personas remediar tanto mal con el establecimiento de una casa o asilo donde tuvieran el abrigo y cuidados que les negaran a aquellos desgraciados a estas criaturas los autores de sus días.
Allí, en el nuevo hospicio, encontrarían el alimento corporal y espiritual, pues no salían de la casa sin que antes los fundadores inculcasen en el corazón de los niños, el amor de Dios, base de toda sólida educación y algunos otros conocimientos con los que pudieran mas tarde ser útiles a la sociedad y ganarse honradamente su subsistencia.
El principal objeto de los hermanos o cofrades del Monte de Piedad, fue en su principio el de no dejar perecer a los pobres niños que hallasen abandonados en la ciudad y en los caminos, ya recién nacidos, o bien en los primeros años de la infancia.
Para llevar de una manera digna su misión, buscaron una casa que sirviera de albergue a los niños desamparados, y para atender a los gastos que ocasionaban su tan noble instituto, no desdeñaron ir implorando por todas partes la caridad pública.
El Señor protegió a los diez piadosos valencianos, y su obra progresó de una manera rápida y asombrosa.
No solo podían subvencionar con las limosnas de los fieles los gastos de la estancia y primera educación de los niños, sino que llevaron mas allá sus buenos deseos, y los pobres y peregrinos que llegaban de paso a la ciudad del Turia, encontraban hospedaje en aquel religioso asilo.
La fama de esta caritativa hermandad se extendió pronto por todos lados, llegando a oídos del rey de Aragón don Martin, que admirando a aquellas justas personas se apresuró a apoyarles con su poder en tan piadosa empresa.
Tomó bajo su protección a la asociación o cofradía, e hizo que encontrase apoyo en todos los nobles cortesanos.
Contando los hermanos del Monte de Piedad con el auxilio del monarca aragonés, pensaron algunos años después de la fundación de su instituto en poner éste bajo la protección mas poderosa de la Virgen, y habiendo celebrado varias juntas para mejor tratar de este asunto, determinaron por fin llamar a su cofradía "de los niños inocentes y Madre de los Desamparados".
Con las cuantiosas limosnas que hiciera el rey don Martin, construyeron en una casa que buscaron para albergue de los niños, y asilo de los pobres y peregrinos, una capilla en la que colocaron luego una imagen de la Virgen.
Encontrando mil dificultades para obtener esa imagen, encomendaron el la tarea al célebre Fr. Juan Gilaberto Jofré, que con su predicación y exhortaciones había inspirado a los diez caritativos valencianos el establecimiento o fundación del Monte de Piedad.
La tradición conserva piadosamente la historia de esta milagrosa imagen.
Esto lo que dice:
Era a principios del siglo XV.
Confundidos con otros pobres y peregrinos, pidieron hospitalidad en la casa de la cofradía tres hermosos mancebos que, solicitando como los demás compañeros el auxilio de los hermanos o cofrades, trabaron animada conversación con el hermano que se hallaba aquel día en el benéfico asilo.
Oyeron, al parecer, con gran atención los razonamientos del piadoso cofrade, que se quejaba con sus demás compañeros de no poder adorar pronto a la Virgen ante una imagen suya.
Cuando hubo concluido de hablar el hermano que les comunicó sus deseos de poseer una imagen de la Virgen, dijo uno de los tres jóvenes peregrinos, dirigiéndose al cofrade:
— No os apuréis ya mas. Luego, vuestra piadosa aspiración se hallará satisfecha. Colocadnos en un sitio apartado y solitario donde nadie pueda distraernos ni interrumpirnos, y yo y mis dos compañeros os prometernos que no han de pasar muchos días sin que tengáis en vuestro poder esa tan ansiada imagen de nuestra amorosa Madre.
— El cielo, sin duda, os envía, les contestó el piadoso hermano. Haced pronto lo que prometéis y si sois hábiles escultores, fabricad sin demora la imagen de María. Nadie os molestará en esos tres días que pensáis ocuparos en vuestro piadoso trabajo.
Se dio parte inmediatamente de la venida de los tres peregrinos a Fr. Jofré, y cuando supo que se habían propuesto fabricar ellos la estatua o imagen que había de ser reverenciada y bendecida en la capilla del hospicio, se apresuró en proporcionarles los materiales necesarios para que cuanto antes empezasen sus trabajos.
Les destinaron para su habitación un apartado y silencioso departamento, y dejándoles alimentos suficientes para los tres días, les encerraron para evitar así que por nadie fueran molestados ni distraídos.
Pasaron los tres días que pidieron de tiempo los tres jóvenes peregrinos para terminar su obra, y la habitación permaneció cerrada.
Se extrañaron de ello los hermanos, pero dejaron que pasase otro día.
Por fin, viendo que tampoco en éste daban seriales de haber concluido y que seguían encerrados, pensaron en averiguar el motivo de esta tardanza.
Habitaba en la casa una buena mujer, hermana del cofrade encargado del cuidado del piadoso asilo; era ciega y tullida, y sintiendo desde el momento que llegaron al hospicio los tres jóvenes mancebos, una especie de presentimiento interior de que habla en ello algo de extraordinario y sobrenatural, instó con vehemencia a los hermanos a que abriesen el improvisado taller de los peregrinos.
Avisado antes de hacerlo el Padre Jofré y admirándose este virtuoso sacerdote de que no hubiesen salido aun los tres mancebos, fue también del mismo parecer de la ciega, y ordenó que se llamara a la puerta del departamento, y les preguntaran la causa de su tardanza.
Inútilmente llamaron varias veces.
La puerta no se abrió: y con algún cuidado los cofrades, no quisieron esperar mas tiempo y forzaron la puerta.
Con gran sorpresa de todos, encontraron desierta la habitación y en medio de ella acabada y perfecta una graciosa y bellísima imagen de María.
No pudieron menos que atribuir a un milagro del Señor la maravillosa construcción de aquella imagen.
—Angeles, si, ángeles son de los que rodean el trono del Altísimo los que han ejecutado tan preciosa obra, —exclamó la pobre Ciega que al entrar en el taller de los peregrinos recobró milagrosamente la vista y salió de allí sana y buena.
— Puesto que el Señor y su Santísima Madre dispensan tan especial beneficio, exclamó también Fray Jofré, que no dudó ni un momento del prodigio obrado por intercesión de la Virgen María, postrémonos luego ante esta sagrada imagen, y después de adorarla humildes y fervorosos, llevémosla al altar que tiene preparado en la capilla para que allí puedan los fieles con nosotros manifestarle la gratitud que le debemos por sus favores.
Se extendió por la ciudad la noticia del prodigioso suceso, y ansiando los valencianos adorar aquella santa imagen de la Divina Señora fabricada por los tres ángeles que estuvieron como peregrinos en el hospicio, se encaminaron a donde los hermanos conservaban intacta la comida que se dispusiera para los mancebos durante los tres días que debió durar su obra.
En medio del aposento se hallaba ya también expuesta la imágen milagrosa de María.
Todos la adoraban reverentes, y todos entusiastas devotos de la Madre de Dios, instaron a los hermanos de la casa para, como ya habían pensado hacerlo, fuese colocada en alguna capilla a la que pudieran asistir para bendecirla y alabarla.
La devoción a la santa imagen que fue conocida desde el primer día por los valencianos con el nombre de Nuestra Señora de los Desamparados, creció de una manera prodigiosa y viendo la decidida protección que dispensaba a los fieles, la aclamaron estos por patrona y abogada de la ciudad de Valencia.
Por en mes de Marzo del año 1667, declararon con pompa y solemnidad el patronato de la Virgen María bajo esta advocación, sobre la citada ciudad. Se hizo una solemne procesión llevando la sagrada imagen por todas las mas concurridas calles de la capital, yendo en ella todas las autoridades y nobles caballeros, con asistencia también del prelado y cabildo, y se determinó que todos los años, el segundo domingo de Mayo, el mes de las flores, consagrado por los cristianos a María, se repitiera esta magnifica procesión, y se rezase y observase en la ciudad y en todo el resto del reino la fiesta que se la dedica en este día para su mayor gloria y ensalzamiento.
Tan grande es el amor de los valencianos a Nuestra Señora, que por donde quiera que vaya el piadoso viajero encontrará una hermosa capilla donde acuden a adorarla, si es que no tiene la dicha de hacerlo visitando el magnifico templo donde se la venera en Valencia.
Casi todas nuestras mas importantes ciudades celebran ahora cultos en honor de la Virgen con la advocación con que la saludan los habitantes de la hermosa ciudad del Turia.
Por el gran número de ricas alhajas con que ha sido obsequiada la celestial Señora, se puede apreciar también lo mucho que han esperado de ella los grandes y poderosos de la tierra. Con razón se dice que la imagen de la Virgen de los Desamparados es una de las mas ricas enjoyas en España: Como la Virgen del Pilar, posee también varios y preciosos mantos, y muy valiosos adornos. La corona que descansa sobre sus sienes es de un valor inapreciable por hallarse toda ella cuajada de brillantes.
En el año 1859, doña Isabel de Borbón, postrada humildemente ante la que es Señora del Cielo, invocaba su poderosa protección para su hijo, y la hacia hermosos presentes colocándola ella misma algunas joyas, que según entonces se dijo vallan cerca de un millón de reales.
No estaría completa esta historia que hacemos de Nuestra Señora o de la devoción que se profesa a María con esta advocación si no diéramos cuenta de algunos de los prodigios obrados por su intercesión con el Señor Todopoderoso.
Se hallaba en Valencia una joven muy bien educada que mantenía una licita relación amorosa con un joven con quien pensaba casarse.
Los padres de la doncella no veían con gusto aquellas relaciones, por lo que determinó el amante obrar por su cuenta propia, sin demandar consentimiento de ninguno.
Habló con la joven; la dijo que reuniera sus alhajas y joyas, que dejando por un momento la casa de los padres se fuera con él lejos de allí donde pudieran realizar sus amorosos deseos, uniéndose por el matrimonio que podía verificarse en otra parte; ya que en Valencia no se les permitía.
Le pintó el seductor tan bonito a la joven los nuevos placeres que había de experimentar unida ya con él para siempre, que creyendo que la hablaba con sinceridad, la inocente muchacha cayó en la red que astutamente le tendiera su amante.
Hizo, pues, un lio con sus mejores ropas, recogió cuantos objetos de valor pudo encontrar, y decidida a seguir a su infame seductor, salió de casa de sus padres, no sin antes derramar abundantes y copiosas lágrimas por tener que alejarse de ellos de una manera tan desafortunada.
Era la joven muy devota de la Virgen de los Desamparados, y no queriendo encaminarse al sitio donde su amante la citara sin encomendarse a su Divina protectora, hizo que la acompañara su madre, que ignoraba el plan de la hija, a su magnifica iglesia, y postrada de rodillas ante la venerada imagen comenzó a orar con gran fervor.
Estando en sus oraciones notó cierta especie de soñolencia, que dominándola poco a poco, acabó por sumirla en un profundo letargo.
Cuando volvió en si, rogó con gran solicitud a su madre que se volvieran a su casa.
En ella, llena de rubor y vergüenza, confesó sus intentos de fuga en compañía de su amante, pidió arrepentida a sus buenos padres que la perdonaran por aquellos instantes de extravío, y con entereza indicó al amante que cesase de hablar con ella y que no pensara jamás en una unión imposible.
La joven, durante su sueño en la capilla de la Virgen, tuvo una revelación divina, por la que conoció el intento de su fingido amante, que no era otro que el de robarla con otro amigo, y después darla muerte para poder librarse de ella.
Agradecida la doncella al gran favor que le dispensara su protectora, fue por todas partes refiriendo el prodigioso suceso, y todos, los días de su vida daba gracias infinitas a la Virgen de los Desamparados que le había librado de un modo tan milagroso de un gravísimo peligro.
Otro no menos extraordinario caso cuentan las crónicas o historias, de como se extendía la protección de esta célebre imagen a muy remotos países.
Triste y afligido yacía en su calabozo un caballero napolitano a quien se le imputaba una muerte de la que era inocente.
Ya se estaba disponiendo el patíbulo, donde con gran afrenta debía purgar un delito que no había cometido; pero el Señor que no siempre permite las fatales consecuencias que produce el error en los hombres, por los ruegos, por la intercesión sin duda de su amorosa Madre, resolvió salvar al caballero. Este, que había escuchado largo rato a dos religiosos que se preparaban en la prisión para acompañarle en sus últimos instantes, cuando ya a la media noche se hubieron retirado y le dejaran solo, poniéndose de rodillas en el duro pavimento del calabozo, invocó con fervor a la Virgen, rogándola que pues era sabedora de su inocencia no dejase que acabara sus días con muerte tan afrentosa.
La Señora oyó su plegaria.
Se llenó la prisión del caballero con los resplandores de una luz brillante y clara y acercándose al inocente encarcelado una hermosa matrona, oyó que con dulcísima voz le dirigiera estas palabras:
No te aflijas cristiano, por ti acabo de suplicar al Dios Omnipotente. El está contigo y te librará de la muerte haciendo ver a todos que eres inocente.
Así habló la Señora al atribulado caballero permaneciendo aun en la prisión algún rato, mientras éste, consolado por la promesa que le diera, la miraba con gran atención notando que llevaba al niño Jesús en la mano izquierda y en le derecha una blanca azucena, llenas además sus vestiduras de ricas joyas.
Cuando hubo desaparecido aquella grata visión, se apresuró a llamar a los religiosos y les refirió con gran minuciosidad el suceso.
Le preguntaron cuál era la imagen de la Señora a la que se había encomendado respondiendo el caballero que la invocó sin fijarse en determinada imagen. Volvieron a preguntarle a cual se parecía de las veneradas en Nápoles, contestando que a ninguna.
En esta plática se hallaban entretenidos el presunto reo y los dos religiosos, cuando entrando el carcelero en la prisión, les manifestó que se habían presentado ante el juez da su causa unos cuantos hombres que declararon haber cometido ellos el homicidio que se le imputaba al caballero napolitano.
— Libre estáis ya, añadió dirigiéndose a éste, podéis abandonar la prisión cuando os plazca.
— Gracias, gracias, Madre mía, Virgen Santa, exclamó lleno de júbilo el inocente caballero. En vuestro auxilio confié, vuestro favor invoqué y este no me ha faltado, no ha sido, no un sueño lo que yo he visto en este calabozo. Vos erais, de los Madre de los cielos, que no desdeñasteis de bajar aquí para consolarme con dulces promesas. Pues que a Vos solo debo tan grande beneficio, no habrá en mi calma ni sosiego hasta que encuentre la imagen bendita que se me ha aparecido en la prisión para poder darle gracias por haberme salvado de una muerte injusta r ignominiosa.
Cumplió el caballero lo que decía, peregrinando por diversas naciones hasta que llegó a Valencia. Aquí tuvo noticia de los muchos prodigios obrados por Nuestra Señora de los Desamparados, y deseando visitar su sagrado templo, se dirigió a él y penetró después en la capilla de la Virgen.
— ¡La hallé, la hallé! Dios sea loado; encontré ya lo que buscaba! Exclamó el caballero napolitano cuando se fijó en la imagen tan venerada en Valencia.
— Como no podía menos que suceder, la exclamación del peregrino llamó la atención de las demás personas que había en el templo.
Le preguntaron la causa de ella, y habiéndoles referido su prisión, y como debía la libertad a aquella divina imagen que se le apareciera en el calabozo, con las mismas vestiduras y joyas que veían allí en su capilla a Nuestra Señora.
Todos los circunstantes prorrumpieron también entonces con nuevas exclamaciones, bendiciendo y alabando a María.
El caballero permaneció en la ciudad varios días, yendo a adorar a su divina protectora con gran frecuencia. Por fin hubo de salir de Valencia, y dejando un donativo de cuatrocientos ducados, se volvió a Nápoles donde propagó con incansable celo el culto de la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Desamparados.
Antes de terminar es conveniente dar algunos datos sobre la tan venerada imagen.
- Tiene de altura seis palmos y cuarta de medida valenciana.
- La materia de que se halla formada, no puede determinarse con precisión, aunque ha sido varias veces examinada con gran detenimiento.
- En el brazo izquierdo lleva un hermoso niño Jesús, y en la mano derecha tiene una azucena de plata, con la que ha dado en ciertas ocasiones algunos golpes en su nicho, como cuando se le conducía a un hombre inocente al cadalso, que al pasar por la capilla, se detuvo el presunto criminal ante ella, para implorar los favores de la Señora.
Los primeros golpes que dio habían sido oídos por pocas personas, pero como se repitieran antes de que expiase en la horca el inocente reo, enterado del prodigio el Sr. Marqués de Caracena, virrey entonces del reino de Valencia, dicen algunos autores que exclamó:
— ¡A quien de libertad la Reina, cómo puede condenarle el Virrey!
Con ese mism0 lirio o azucena conocen los cofrades de Nuestra Señora el Sitio donde deben ir a buscar algún cadáver desamparado, pues lo mueve a derecha o izquierda, según el lugar en que se encuentre.
Muchos escritores que han tratado en sus obras de esta milagrosa imagen, refieren también que se ha notado en varias ocasiones, cuando se halla algún reo en capilla, que una de las lámparas que arden de continuo delante de su altar, se va amortiguando poco a poco, mezclándose el aceite y el agua, poniéndose, cuando se halla un desamparado, de color negro, y si es un reo de muerte de color de sangre, permaneciendo con estos colores hasta que se apaga.
El magnifico y suntuoso templo donde hoy recibe culto Nuestra Señora de los Desamparados fue construido en el año 1652, siendo Virrey de Valencia el conde de Omesa, que como otros muchos habitantes de la ciudad se habían librado de una terrible peste, gracias a su poderosa intercesión con su divino Hijo.
0 comentarios:
Publicar un comentario