SAN AGUSTÍN, ORACIÓN PARA ACABAR CON EL ODIO Y CONSEGUIR LIBRARTE DE TUS ENEMIGOS


San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste de Numidia, en el norte de Africa, hijo de la piadosa Santa Mónica y de Patricio, que todavía era pagano.
No recibió entonces el bautismo, pero Mónica, su madre, supo inspirarle desde primera infancia tales sentimientos por Cristo, que después jamás pudo buscar su salvación en otra doctrina que no partiera de Cristo.

La enseñanza pagana que recibió en Madauro y el despertar de las pasiones le alejaron de la influencia de Mónica y le hicieron cometer faltas que, si bien comunes en muchos adolescentes, fueron para siempre motivo de su arrepentimiento.

A los diecisiete años se trasladó a Cartago para estudiar retórica (371-374) y allí se descarrió de tal modo, que vino a ser para él algo así como un freno el encariñarse y unirse sin vínculo alguno a una mujer de condición inferior, que le dio un hijo, Adeodato.
La lectura del libro de Cicer6n "Hortensio" (hoy perdido) comenzó a despertar en él un ideal algo más elevado: el de buscar felicidad en la investigación de la verdad. Entonces cayó en los errores de los maniqueos, que le prometían la verdad sin misterios como los de fe, y que admitían dos principios distintos, uno del bien y otro del mal.
Así transcurrió el tiempo de su profesorado en Cartago (376-383); pero un espíritu tan poderoso como el suyo no podía seguir por mucho tiempo prisionero de doctrinas tan absurdas. Fue a Roma. y siguió enseñando. Entonces sintió algún desaliento y se preguntó, con la Nueva Academia, si no sería mejor renunciar a encontrar la verdad y contentarse con meras probabilidades. Pero él creía en la Providencia, y de allí le llegó la luz y la salvación.
Cuando en Milán oyó predicar a San Ambrosio, que era un personaje muy respetable, como antiguo prefecto de la ciudad y su actual Obispo, comprendió el triunfo de la Iglesia sobre las innumerables doctrinas esparcidas por el Imperio Romano y vio que no podía encontrar esa verdad que él tan ansiosamente buscaba, sino en aquella misma Iglesia.
La Providencia hubiera sido una vana palabra si, frente a esa indigencia de luz, la Iglesia que tantas esperanzas suscitaba y de tanta autoridad gozaba no hubiese poseído la verdad, en pos de la cual Agustín corría. Juntamente con la fe en la Iglesia, entendió la unidad del Creador, espiritualidad de Dios, la culpabilidad de nuestros actos malos; pero no podía armonizar todas esas cosas con su pensamiento filosófico obscurecido por mil prejuicios materialistas. La lectura de los neoplatónicos le ayudó lograr esa armonía. Sin embargo, le faltaba una etapa esencial.

La meta era el goce de Dios, pero el camino es Cristo, con sus ejemplos, y la fuerza para recorrer ese camino es la gracia de Cristo. Entonces se dedicó a leer las epístolas de San Pablo; oró, se humilló, y por fin, en un jardín de Milán recibió el valor necesario para romper con su pasado y emprender la vida cristiana en su totalidad. Tenía entonces casi treinta y tres años. 

Bautizado por San Ambrosio, emprendi6 el viaje a su patria, pero tuvo la pena de ver morir a su santa Madre, Mónica, en el puerto de Ostia, y después de un año en Roma, regresó a Tagaste, donde fundó, con su hijo y algunos amigos, un cenobio que fue el origen de la Orden de San Agustín, hoy tan extendida y tan benemérita de la Iglesia.
Por aclamación, fue escogido por los habitantes de Nipona para ser sacerdote y poco después sucedió en el episcopado al anciano pastor de aquella ciudad. Su vida, después de convertido, fue activísima y fecundísima. Luchó contra los herejes, contra los vicios, contra la ignorancia. Iluminó con su doctrina a muchos que lo consultaban, Y dio ejemplos de la más profunda humildad y de la más apostólica caridad pastoral.
Incansable como escritor, dejó un tesoro inmenso de obras maravillosas, que pasan de doscientas. Entre ellas sus “Confesiones", en las que se dirige a Dios para cantar sus alabanzas, agradecer sus beneficios y confesar sus misericordias. Esa obra, junto con la "Imitación de Cristo" de Tomás de Kempis, es uno de los libros más queridos del pueblo cristiano.
Cuando tenía ya setenta y seis años, y a pesar de haber sido toda su vida achacoso, tenía todavía entre manos varias obras, entre otras sus "Retractaciones", o la "revisión" de todos sus escritos; pero la invasión de los vándalos y la pena de tantos males como veía en torno suyo le movieron a desear que Dios lo llevase a mejor vida.
Murió con los ojos llenos de lágrimas y repitiendo las frases de arrepentimiento de los salmos llamados penitenciales, que, para poderlos leer, hizo escribir en grandes pergaminos cerca de su lecho.
San Agustín es inmortal y la luz que como lumbrera incomparable, derrama sobre toda la Iglesia, no se ha extinguido en quince siglos que han pasado desde el día en que murió, 28 de Agosto de 430.

ORACION PARA ACABAR CON EL ODIO
Y CON LOS ENEMIGOS

Oh dulcísimo Jesucristo,
verdadero Dios,
que del seno del Padre omnipotente
fuiste enviado al mundo para expiar los pecados,
redimir a los afligidos,
liberar a los cautivos,
congregar a los dispersos,
reconducir a los peregrinos a su patria,
tener misericordia de los contritos de corazón,
y consolar a los dolientes y angustiados:

Dígnate, oh Señor Jesucristo,
absolver y liberarme a mí, siervo tuyo,
de la aflicción y tribulación en que me encuentro.

Tú, Señor, que en cuanto hombre,
recibiste de Dios Padre omnipotente
en custodia al género humano,
y por tu piedad, adquiriste
mediante tu crudelísima Pasión
y tu preciosa Sangre
el paraíso para nosotros,
e hiciste las paces entre los Ángeles y los hombres:

 Tú, Señor Jesucristo,
dígnate establecer y confirmar la concordia
y la paz entre mí y mis enemigos,
mostrar tu gracia sobre mí
e infundir tu misericordia;
y dígnate extinguir y mitigar todo el odio
y la ira que mis enemigos tienen contra mí.

Así como borraste la ira y el odio
que Esaú tenía contra su hermano Jacob;
así también, Señor Jesucristo,
extiende sobre tu siervo tu brazo y tu gracia,
y dígnate librarme de todos los que me odian.

Y tú, ¡oh Señor Jesucristo!,
que liberaste a Abrahán de las manos de los caldeos,
y a su hijo Isaac de la inmolación en sacrificio por un carnero,
 a Jacob de las manos de su hermano Esaú,
y a José de las manos de sus hermanos,
a Noé del diluvio segador
y a Lot de la ciudad sodomita;
a tus siervos Moisés y Aarón,
con el pueblo de Israel,
de las manos de Faraón y de la esclavitud en Egipto,
al Rey David de las manos de Saúl y del gigante Goliat,
a Susana del falso crimen y testimonio,
a Judit de las manos de Holofernes,
a Daniel del lago de los leones
y a los tres jóvenes Sidrac, Misac y Abdénago
del horno encendido.

A Jonás del vientre del cetáceo,
a la hija de la mujer cananea,
que era atormentada por el diablo,
y a Adán del profundo del sepulcro
con tu preciosísima Sangre,
a Pedro del mar y a Pablo de las cadenas;
dígnate también, dulcísimo Señor Jesucristo,
Hijo del Dios vivo, librarme de todos mis enemigos,
y correr en mi ayuda, por tu santo beneficio,
por tu santa Encarnación,
por la cual te hiciste hombre
en el seno de la Virgen María,
por tu santa Natividad, por el hambre,
la sed, el frío, los calores, los trabajos y aflicciones,
por los escupitajos, los golpes, el látigo,
los clavos, la lanza, la corona de espinas,
por la hiel y el vinagre que te dieron a beber,
por la cruelísima muerte en la Cruz,
por las siete palabras que dijiste pendiendo en la Cruz,
a saber: a Dios Padre omnipotente:
“Perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Por esto y todo lo demás, que el ojo no vio,
ni oído alguno escuchó,
ni ascendió el corazón humano,
te ruego, dulcísimo Señor Jesucristo,
para que por tu piedad te dignes librarme
ahora y siempre de todos los peligros de alma y cuerpo,
y después del curso de esta vida,
te dignes conducirme a Ti,
Dios vivo y verdadero.

Que vives y reinas con Dios Padre
en unidad de Dios Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.

Amén. 

Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
La oración debe hacerse por tres días seguidos.



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