LA HISTORIA DE LA VIRGEN DE LA GRANJA


El Señor, que parece se complace en abatir al orgulloso y soberbio elevando siempre al humilde, nos ha hecho ver en diferentes ocasiones cuánto aprecia la modestia y sencillez de aquellas personas que no tienen otros conocimientos ni instrucción que la de saber le deben sus vidas y cuanto les rodean, por lo que le están obligados a amarle y reverenciarle. 

 
Grandes y admirables beneficios ha dispensado también la Virgen María, muy en particular a sus fieles devotos. Los sencillos de entendimiento y puros de corazón la han venerado y adorado como especial elegida de  Dios todopoderoso.
Esto bien nos prueba que ante la Soberana de los cielos, no hay jerarquías ni distinciones entre los ricos y los pobres, entre sabios e ignorantes, siendo mas apreciable de la Santa Señora no aquel que posee mas caudal o ciencia, sino aquel que mas limpia tiene su conciencia y mas virtudes atesora su alma.

No nos extrañemos, pues, de que hayan sido favorecidos por la Virgen tantos y tantos pobres y desgraciados para el mundo que solo juzga de las apariencias.

¡Cuán triste seria la suerte de los mortales si solo la felicidad estribase en tener un puñado de oro, vil muchas veces y siempre deleznable y perecedero!

¡Pobre humanidad si no pudiera pensar mas que en necias vanidades, si no pudiera tener otras miras que las de satisfacer su ridículo orgullo!

¡Bendito sea el Señor que nos hace vivir en este mundo donde imperan la iniquidad y la injusticia, para que con placer podamos entrar un día, si obedientes observamos sus santos preceptos, en la eternal morada, en la que solo reina la verdad con la bondad y justicia infinita!

Existe en la provincia de Guadalajara un pueblecito de no muy numeroso vecindario llamado Yunquera.

Habitaba en éste, hace ya largo tiempo, un pastor muy querido de todos los vecinos que sabían que grande era su honradez, y lo muy aficionado a pesar de carecer de toda instrucción, a entregarse a ejercicios de virtud y piedad.

Pobre era Bermudo, pero en medio de su miseria, siempre hallaba recursos para socorrer al desvalido y necesitado.

Ningún maestro le había tenido nunca bajo su dirección, ni de nadie había recibido jamás lección alguna, pero siempre el triste infortunado hallaba consuelo con las palabras y consejos que del pastor oyera. ¡Tanto y mas puede el acento puro que sale de un corazón sencillo y virtuoso!

Bermudo era para las gentes que vivían en aquel entonces en el pueblo de Yunquera, lo que se llama un buen hombre en toda la extensión de la palabra.

Con frecuencia, al pasar los vecinos por la Granja, que con este nombre era conocido el sitio donde acostumbraba a llevar Bermudo a apacentar su ganado, lo distinguían en lo mas alto del monte postrado humilde de rodillas, su vista fija en el cielo y murmurando sus labios dulces y sencillas oraciones que debían ser muy gratas a la Virgen María, a quien las dirigía.

El piadoso pastor, siempre que sus ocupaciones se lo permitían, empleaba sus horas en estos ejercicios en los que procuraba que los demás pastores no le viesen; pues siempre la virtud trata de ocultarse a los ojos de los profanos, sus compañeros que le sorprendían continuamente orando o meditando, se contaban a los vecinos de Yunquera, con lo cual unos y otros le tenían por santo.

Y si no santo, muy justo al menos debía ser aquel fiel devoto de María para que la divina Señora le escogiese para anunciarle una nueva feliz y ventura para él y para los otros habitantes del pueblo. 

 
Era una hermosa noche de otoño. Hacia largo rato que el sol se había hundido en el ocaso para ceder su imperio a las tinieblas de la noche.

La melancólica luna alumbraba con sus pálidas tintas en la Granja una escena bella y conmovedora.

Bermudo humillado adoraba reverente a la Virgen, enviándole desde donde se hallaba fervientes súplicas y continuas plegarias.

Tal vez entonces su alma cristiana enternecida con la meditación de los horribles dolores que tan cariñosa Madre sufriera contemplando a su amado hijo Jesús, pendiente de aquel santo leño, donde muriera por redimirnos y salvarnos, corriendo por sus mejillas las lágrimas que brotaban de sus ojos, le pedía que no permitiese nunca que con sus pecados volviera a hacerle padecer aquellas crueles penas.

Tal vez el corazón sensible de aquel piadoso varón, afectado por los padecimientos de algún compañero enfermo, allí, solo, en medio de la hermosa y magnifica naturaleza, rogase a Dios que se mostrara compasivo devolviéndole su perdida salud.

La noche iba avanzando y el pastor seguía en la Granja sus oraciones.

De pronto observó un gran resplandor que parecía provenir de algunas luminarias ocultas entre las zarzas que había en abundancia por aquellos lugares.

Asombrado de ver ir aumentando los resplandores sin oír ni distinguir por allí a persona alguna, atribuyó desde luego aquel suceso a un prodigio obrado por los cielos.

Como el resplandor continuaba, y Bermudo si no temor, empezaba a tener algún respeto, se apartó un trecho del sitio donde se hallaba, recogiendo su ganado.

Preocupado con tan raro prodigio, apenas despuntó el alba entró en el pueblo ansioso de referir a los honrados vecinos de Yunquera lo que había visto por la noche.

Por mas que se esforzó en hacerles creer lo que les decía, aquellas incrédulas gentes no hicieron caso.

— Habrá sido una alucinación de vuestros sentidos, fatigados sin duda demasiado con vuestros continuos ejercidos piadosos, le dijo el cura que cuidaba del culto de la iglesia de Yunquera, cuando Bermudo fue a referirle también el suceso.

— Creed, padre, le contestó el pastor que lo que ayer noche observé en la Granja tiene algo de maravilloso, que yo no acierto a explicarme. Estad también seguro de que no he padecido, como vos decís, ningún alucinamiento.

— Veremos si ese prodigio se repite otro día, le interrumpió el ministro del Señor, y si así sucediere venid a avisarme, aunque por mas que me aseguréis lo contrario, no puedo convencerme de lo que me contáis, no sea algún delirio de vuestra exaltada fantasía.

Confuso y apesadumbrado el pastor de que no se diera crédito a su relato, se volvió a la Granja con ánimo de registrar bien aquellos lugares. Por mas pesquisas que hizo nada encontró sin embargo entre las zarzas.

Empezó a dudar de la visión, y hasta muchas veces casi se avergonzaba de haber ido a Yunquera a contar lo que podría ser alguna ilusión de sus sentidos como le había dicho el cura.

A pesar de todo, esperaba con ansiedad creciente llegase la noche, pues una voz misteriosa le decía interiormente que se repetiría el prodigio. Y no se equivocó.

Entregado se dedicaba Bermudo a sus ejercicios de piedad en el mismo sitio que en la noche anterior, cuando a la misma hora le distrajeron de sus oraciones los grandes resplandores que salían de entre la zarza, pareciendo que abrasaba a ésta un oculto fuego.

Había pensado durante el día en acercarse a las zarzas si se repetía lo que había observado por la noche, pero apoderándose del pastor el miedo, en vez de aproximarse hacia aquella tan maravillosa luz, se dirigió presuroso a Yunquera, pero en el camino le detuvo una voz que parecía salir también de las zarzas diciéndole:

—Bermudo, llama.

Nada amenazador había en el tono con que se pronunciaron estas dos palabras, por lo que Bermudo volviendo pasos atrás procuró diligente encontrar alguna vasija u otro objeto con que poder llevar agua de una fuente que había por allí cerca para apagar el incendio que se declarara en las zarzas.

Bermudo llama, había oído bien claro el piadoso pastor, y comprendiendo por estas dos palabras que algún ser invisible imploraba sus auxilios para que cesase el fuego, para que se apagasen aquellas llamas, se dirigió la fuente.

En vano buscó el objeto que deseaba para poder llevar el agua, y desesperado de poder acudir en socorro de quien le llamaba, volvió sus ojos tristes a las zarzas, sorprendiéndose al no distinguir ya la claridad que producía el fuego que él creía las quemaba.

Otra vez temeroso con tan extraordinarios sucesos, recogió como el día anterior su ganado, y se dirigió con él hacia el sitio donde acostumbraba a descansar de las fatigas del día.

Pronto se apoderó del pastor un profundo sueño.

Entonces su imaginación le llevó a las zarzas; pero ya no se vejan estas, y en aquel mismo lugar se levantaba un hermoso edificio donde entraban infinitas personas con gran veneración y respeto.

Cuando Bermudo despertó, acordándose de lo que había observado entre sueños y del maravilloso fuego de las zarzas, no pudiendo explicarse tan raros prodigios, se encaminó al pueblo con intención de referir otra vez al señor cura todo lo que le había sucedido.

Las protestas que hizo el pastor de ser verdadero todo cuanto refería de aquellas llamas que parecían abrasar las zarzas, dejándolas siempre intactas, los muchos ruegos que le dirigió para que por la noche le acompañara a la Granja, confiado que se repetiría tan extraño fenómeno, movieron al virtuoso sacerdote a prometerle le seguiría con algunas personas del pueblo para que todos lo presenciaran y se informaran de lo que podía significar.

Llegada la noche como le había prometido el señor cura, acompañó con otros vecinos de Yunquera al pastor hasta la Granja.

Largo rato permanecieron allí esperando que se verificara lo que Bermudo les dijera, pero en vano; aquella noche nada de particular aconteció, y por mas que registraron escrupulosamente las zarzas ninguna señal de fuego encontraron; por lo que convenciéndose todos de que había perdido en efecto el juicio el pobre pastor, le reprendieron con dureza volviéndose al pueblo sin querer escucharle.

Se hallaba solo y triste Bermudo pensando en el ridículo papel que había hecho aquella noche delante de tantas respetables personas, cuando de pronto se volvió a iluminar la Granja como las otras noches, si bien los resplandores parecían mayores y mas intenso el fuego de las zarzas.

— ¡0h, no estoy loco, no; exclamó lleno de júbilo! ¿Por qué se habrán marchado el señor cura y los vecinos sin esperar algunos minutos mas?

—Bermudo llama, le interrumpió la voz que tan distintamente oyera las demás noches.

—Bermudo llama, repitió varias veces.

—Si, si que llamaré dijo el pastor como si quisiera contestar a la desconocida voz. Comprendo ahora lo que queréis al pronunciar esas palabras.

Y sin detenerse un instante, a pesar de ser la hora muy avanzada, se dirigió nuevamente al pueblo.

Cuando se encontró en este, le asaltó el temor de que haciendo tan poco rato que habían estado en la Granja el cura y los vecinos, inútil seria todo cuanto hiciera para persuadirles que se verificaba en aquel momento lo que les refiriera.

No atreviéndose a molestarles, se volvió otra vez a la Granja.

— Bermudo llama, Bermudo llama: oyó que le decía la voz con insistencia durando todavía la claridad y las llamas.

— ¿Si no me oirán? ¿Si no querrán creerme? Exclamó el pastor cada vez mas confundido y asombrado.

— Bermudo llama, yo te prometo que te creerán continuó la misma voz.

— Llamaré puesto que os empeñáis, dijo resuelto el pastor sin saber a quien contestaba.

Y volvió al pueblo resuelto a no salir de el si no le seguían el cura y algunos vecinos.

Ya enterados todos los de Yunquera por el señor cura y los que le acompañaran a ver el fenómeno que decía el pastor se verificaba en aquellos lugares, cuando Bermudo empezó a llamar por las casas del pueblo, incomodados los vecinos de que a horas tan intempestivas viniese el pastor a molestarles haciéndoles despertar de su sueño, empezaron a injuriarle y a amenazarle si pronto no se retiraba.

— Haréis que avise a la justicia y os castiguen por vuestros necios cuentos si no abandonáis luego el pueblo, le dijo el cura cuando Bermudo volvió a instarle a que le acompañara.

— Creedme, señor cura, decía el pastor; si una voz para mi desconocida no me repitiera sin cesar que llamase, no viniera a molestaros.

— Dejadme, le interrumpió severo el cura de Yunquera, y no vengáis mas con tales embustes. Estáis loco rematado, no siendo esto lo peor, sino que nos vais a obligar a todos a que os echemos del pueblo para que nos dejéis vivir en paz y no turbéis con vuestras tonterías nuestro sueño

Si el infeliz Bermudo no estaba en realidad demente, en verdad que con lo que le sucedía le faltaba bien poco para estarlo.

Avergonzado y lloroso en medio del pueblo no se decidía a volver a la Granja, figurándose que aun oía aquella voz misteriosa que insistente le decía:

—Bermudo llama.

— Mi porfía les hará ver que no les miento, exclamó decidido a no dejar al señor cura hasta que le siguiera.

Y volvió a dar fuertes golpes en la puerta de su casa.

Con gran sorpresa vio que ésta se abría al momento, y que saliendo el venerable párroco le dijo:

— He pensado, Bermudo, que pudieran ser todas estas cosas algún aviso del cielo y me decido a seguirte.

—¡Bien me aseguraba la voz, le contestó el pastor, que al fin me creeríais!

- ¿No os dijo también, le preguntó sonriéndose, que a mi pesar os seguiría?.

Habían ya abandonado el portal dirigiéndose los dos hacia la Granja, cuando notaron que les seguían algunas gentes, y parándose para saber quiénes eran, observaron con extrañeza que eran la justicia y algunas otras personas del pueblo.

— Contra nuestra voluntad, dijeron cuando se reunieron con el párroco y Bermudo, nos dirigimos hasta la Granja.

— Prodigioso es todo cuanto esta noche sucede, exclamó el párroco, también a mi pesar me encamino allá con Bermudo.

— Nada os asombre, les interrumpió el pastor; la voz misteriosa que me ha indicado que os llamara, me ha asegurado que me creeríais y me acompañaríais, y ved como no se ha equivocado.

En estas y otras sabrosas pláticas fueron todos entretenidos hasta que penetraron en la Granja.

Con gran contento y satisfacción de Bermudo, la claridad y llamas que él viera en las zarzas seguían iluminando aquellos lugares de una manera mágica y sorprendente.

El temor y respeto que sobrecogieran al pobre pastor cuando observó por primera vez aquel prodigioso suceso, asaltaron también a las demás personas que le acompañaban.

— ¡Perdonad, buen Bermudo, dijo entonces el venerable párroco, que hayamos dudado de vuestra veracidad!

Retirémonos al pueblo, añadió, y reunamos a todos sus vecinos, pues al permitir Dios se repita el prodigio que observara Moisés en otro tiempo de arder sin quemarse las zarzas que hay en esta Granja, quiere tal vez indicarnos alguna orden que debamos cumplir, disponiéndonos antes dignamente.

Se difundió pronto la noticia por Yunquera de lo que se había verificado en la Granja en la noche última, y por mandato del cura ayunaron todos aquel día, confesándose también y comulgando, como preparación para la solemne procesión, que tuvo lugar en el mismo día por la tarde, dirigiéndose a las zarzas en las que iban a presenciar alguna cosa grande y sublime.

En efecto. Llegado que hubieron a aquellos sitios, el cura revestido de capa pluvial, precedido de los que tenían alguna autoridad en el pueblo, se dirigió hacia el lugar que habían visto la noche última las grandes llamas que llenaban de grandes resplandores toda la Granja.

Separaron respetuosos las ramas, y escudriñando bien aquellos sitios encontraron con gran regocijo una preciosa imagen de la Emperatriz de los cielos.

Tomándola en sus manos el venerable párroco, la mostró gozoso a los que le hablan seguido y un grito de admiración y júbilo resonó por toda la Granja.

— Sea siempre por nosotros adorada, alabada y ensalzada como se merece la misericordiosa Madre de nuestro divino Redentor, que tal obsequio hoy nos hace de una manera tan maravillosa con su sagrada imagen, exclamó con fervor el sacerdote.

— ¡Bendita, bendita sea! repitieron aquellas piadosas gentes poseídas de un religioso entusiasmo.

Ordenada después la procesión, era bien entrada la noche cuando Bermudo, el párroco y los concurrentes se dirigieron al pueblo con la preciosa imagen que hallaran entre las zarzas; y queriéndoles manifestar sin duda su poder la Reina de los ángeles, aparecieron en el firmamento tres luminosas estrellas para alumbrados en tan piadosa caminata.

Llegados a la iglesia, y después de colocar la preciosa imagen de María en el altar mayor, entonaron todos un Te Deum en acción de gracias por el tan inestimable don que habían recibido.

Los frecuentes favores que dispensaba Nuestra Señora a sus fieles devotos, hicieron que su fama fuera luego muy grande, y que viniesen a Yunquera muchos piadosos cristianos de los pueblos cercanos y de otras lejanas tierras a rendirle homenaje de adoración.

Los vecinos de Yunquera, agradecidos a sus muchos beneficios, el día 24 de Junio del año 1599 hicieron voto solemne de celebrar todos los años, desde el ya citado, una fiesta que les recordase aquel en que se apareciera al piadoso pastor Bermudo, al cura y los demás vecinos entre las zarzas, que fue el 15 de Septiembre.

Desde el primero que su venerada imagen estuvo en el pueblo, empezó a manifestar al mismo su protección, haciendo que las nubes arrojaran sobre sus campos una benéfica lluvia que les hiciera recobrar sus perdidas cosechas.

La cariñosa María, parece que se complace en dispensar continuamente sus gracias y favores sobre sus devotos y fieles de Yunquera. En todo tiempo ha escuchado bondadosa sus ruegos y súplicas, y en todas ocasiones les ha hecho ver cuánto le agrada la invoquen con el glorioso titulo de Nuestra Señora de la Granja.
 

0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK