EL REY DAVID CONQUISTA JERUSALÉN Y EL COMIENZO DE LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO


Corría el año de 1053 antes de J. C., y el rey David, a la cabeza de su hueste, emprendió la marcha contra Jerusalén.
Los habitantes cerraron las puertas; confiados en la fortaleza de sus muros no temieron contestar con burlas las intimaciones del rey israelita, y colocando en el adarve los ciegos, cojos y cuantos mutilados había en la ciudad le dijeron que con ellos bastaba para impedirle el ingreso. 

 
Encendido David en ira comenzó sin dilación el ataque y a su acometida no resistió la ciudad baja; no cesó, sin embargo, por este contratiempo la resistencia de la alta y de su fuerte ciudadela, y el monarca israelita, para estimular el arrojo de sus guerreros, prometió conferir el grado de general al primero que subiese al asalto del enemigo adarve.
Muchos fueron los capitanes que con tal anuncio rivalizaron en intrepidez y ardor, y Joab, hijo de Sarvia, se anticipó a todos, y llegó y se mantuvo en la muralla, dando tiempo a que acudiendo los demás, fuesen los jebuseos vencidos y la ciudad tomada, cuando habían transcurrido quinientos y quince años, según Josefo, desde la entrada de los hebreos en la Tierra prometida.
Dueño David de Jebus le impuso su nombre llamándola Ciudad de David, y al hacer de ella su corte, que hasta aquel día tuviera en Hebrón, modificó su planta, opinando los arqueólogos que toda la parte sur de antigua Jebus quedaría fuera del recinto judaico.
En éste, dice M. de Saulcy:
"Se conservó intacta la cortina occidental del muro de Jebus; de su extremo meridional partió un muro que dio frente a mediodía y luego a Oriente, dejando fuera el monte Moriah, donde después se levantó el templo."
David quiso construir para sí un palacio, y a este efecto Hiram, rey de Tiro, le envió operarios y preciosos materiales, y todo induce a pensar que lo edificó en el monte Sión, donde existe hoy la ciudadela.
En el mismo monte dispuso un lugar en que fuese custodiada el Arca de la alianza que estaba en Obed Edom, a poca distancia de Jerusalén; en cuanto al antiguo tabernáculo, obra de Moisés, no fue traído con el arca a la Ciudad santa, pues diciendo la Sagrada Escritura que, ocurrida la muerte de David, fue Salomón a Gabaón para sacrificar, es del caso suponer que allí estaría aún el verdadero tabernáculo.
David concibió la idea de elevar un templo a Jehová, pero esta gloria, más que al monarca ocupado en guerreras empresas, estaba reservada por Dios a su hijo Salomón.
Dice el historiador Josefo que poco antes de su muerte entregó David a Salomón en presencia de todo el pueblo los planos del templo tal como lo había concebido, con todas sus dependencias y con expresión de los más pequeños pormenores, y aquel gran príncipe, cuyos últimos años fueron amargados por la desatinada rebelión de algunos de sus hijos, espiró en el año 1014 antes de Jesucristo, siendo sepultado con regia pompa en la ciudad que llevaba su nombre, esto es, en Sión.

Cuatro años después daba comienzo Salomón  la grandiosa obra del templo en el monte Moriah, en la era que David había adquirido para ello de su dueño Areuna el jebuseo por el precio de cincuenta siclos de plata. En aquel lugar, famoso ya por ser de tradición que a él condujo Abraham a su hijo Isaac para el sacrificio que le ordenara el Señor, el ángel del exterminio que enviado por Dios había hecho entre el pueblo gran mortandad desde Dan hasta Bersabé y se disponía a extender su diestra sobre Jerusalén para castigar al culpado David, se detuvo por divina misericordia: la horrible peste cesó, y para dar gracias al Señor erigió allí el rey un altar y ofreció holocaustos y sacrificios de paz. 


 
Aquel punto fue, pues, el señalado para recibir el incomparable monumento que había de ser maravilla de la edad antigua. Miles de hombres labraban en los montes la piedra y las maderas, y los materiales, transportados a Jerusalén, se hallaban preparados y ajustados de tan exacta manera, que a su llegada no había más que colocarlos, sin que en todo el tiempo de la obra se oyese en la ciudad ni el golpear de un martillo ni el rechinar de una sierra.
Enormes sillares de granito, pórfido y mármol formaron los cimientos; las paredes fueron cubiertas de variadas esculturas imitando hojas, flores y frutos; el maderaje procedía todo de los preciados bosques del Líbano; el oro y el jaspe brillaban en techumbres y pavimentos.
Los trabajos de fundación fueron ejecutados por fenicios, que establecieron sus talleres en el valle del Jordán, y pasaron en todo de ochenta mil hombres los ocupados en la obra, en la cual la perfección del artificio igualaba la preciosidad de los materiales. La explanada que la sustentaba tenía seiscientos codos por lado, circuida por robusto muro. El santuario, esto es, el naos, se componía del vestíbulo o en hebreo aulem, del Santo o hekal y del Santo de los santos o debir; las dos últimas partes, o sea el templo propiamente dicho, contaban únicamente sesenta codos a lo largo, veinte a lo ancho y treinta a lo alto.
El vestíbulo, pylono o pronaos, tenía veinte codos de longitud, diez de anchura y unos cien de altura, particularidad esta última, de ser el pronaos mucho más alto que el naos, que era común a los templos egipcios.
Formaba aquél un verdadero pórtico, precedido o sostenido por dos columnas de bronce, que llevaban el nombre de Iakin la una y de Boaz la otra, a semejanza de los obeliscos que se elevaban a ambos lados de la portada de los santuarios egipcios.
Tres galerías formando tres pisos y teniendo cada una treinta y tres estancias, según Ezequiel, o treinta únicamente, si creemos a Josefo, comunicaban entre sí y rodeaban el templo o hieron por oeste, norte y sur; al este se alzaba la fachada.
La decoración interior excedía en magnificencia a todas las obras hasta aquel día realizadas, conforme lo atestiguan la Biblia, el historiador Josefo y la tradición unánime de la antigüedad. El Santo contenía el altar de los perfumes, formado de madera de cedro con planchas de oro; el candelero de siete brazos y la mesa de los panes de proposición, además de gran número de candelabros, vasos e instrumentos, todo de oro. En las paredes, cubiertas de madera de cedro dorada, se veían esculpidos querubines, coloquíntidas, palmas y flores.
Dentro del Santo de los santos, inaccesible aún para los sacerdotes, en el que sólo al gran pontífice era dado penetrar una vez al año, el día de las expiaciones, descansaba el Arca de la alianza, a la que cobijaban con sus alas extendidas dos querubines, en hebreo kerubim, colosales y simbólicas figuras de madera cubierta de láminas de oro, de las que se ha dicho que ofrecían notable semejanza con las esfinges egipcias y con los toros de rostro humano venerados en Asiria.
Delante del pórtico, en el lado oriental, se hallaba el altar de bronce o de los holocaustos, y junto a él el llamado mar de bronce que servía para la purificación de los sacerdotes, y además otras piscinas secundarias, todas de bronce como aquél, para las abluciones y el lavado de las víctimas.
Si era de reducidas dimensiones el templo a causa de que no había el pueblo de penetrar en él, eran grandiosos los atrios que lo rodeaban, adornados también con magníficos pórticos y divididos en diferentes compartimientos, destinados uno a los sacerdotes, otro a los israelitas y el tercero, en fin, a los gentiles, extranjeros y judíos impuros.
Siete años duró la obra, que fue dirigida por un arquitecto cuyo nombre ha conservado la historia. Se llamaba Hiram, como el rey de Tiro que lo había enviado, y tanto él como los numerosos artífices que tuvo a sus órdenes rivalizaron en esfuerzos para hacerla digna del gran monarca que concibiera su plan, del rey que lo llevaba a cabo y sobre todo del Omnipotente a quien iba a ser consagrada.
En ella y en sus grandiosas dependencias se invirtieron sumas enormes, y todavía en las canteras inmediatas a la ciudad, especialmente en los vastos subterráneos que se extienden debajo del monte Bezetha, se enseñan las seriales que han quedado de la extracción de las gigantescas moles de piedra con que se construyeron los pórticos, los muros de los atrios, los edificios secundarios en ellos enclavados y sobre todo la colosal muralla que cercaba y contenía la cumbre, explanada y ensanchada, del monte Moriah.
El magnífico templo, en cuya arquitectura, con bien halladas armonías, se encontraban combinados los estilos fenicio, egipcio y asirio, quedó concluido en el año 1004 antes de J. C. Su dedicación fue celebrada con extraordinaria solemnidad en medio de gran concurso del pueblo; ciento veinte mil ovejas y veintidós mil bueyes fueron inmolados en sacrificio.
Para disponer del terreno que la gran obra necesitaba hubieron de practicarse trabajos de explanación y terraplenes considerables, sobre todo por el lado del valle de Josafat, dada la primitiva disposición que sucesivas excavaciones, en las que han sido halladas a gran profundidad piedras con caracteres fenicios, permiten atribuir a la cumbre del monte Moriah o era del jebuseo Areuna.
Aquella vasta área artificial quedó ceñida, por un inmenso muro que fue unido al de la ciudad, y desde entonces Jerusalén con su santuario se halló cerrada, al fin, por la antigua muralla de David, enlazada por un magnífico puente con el recinto meridional del templo; a oriente por este mismo recinto y también al norte, hasta la alta y tajada peña en que se alzó la torre de Hananeel , llamada luego de Baris en tiempo de los reyes asmoneos, y Antonia por Herodes, en honor de su amigo Marco Antonio.
Desde aquel punto la cortina septentrional del nuevo recinto tomaba la dirección de occidente hasta unirse con la muralla que enlazara el recinto de David con el de Jebus, esto es, junto la puerta Djennath, abierta en el muro jebuseo. Este muro, obra de Salomón, llamado el segundo recinto de Jerusalén , al triplicar la extensión de la ciudad, dejó fuera el cerro del Calvario, que quedó a setenta y seis metros de la muralla.
Así ha quedado completamente acreditado, cuando excavaciones emprendidas han puesto al descubierto la base de aquel venerable muro y de una puerta monumental y junto a aquel gran número de balas de honda, disparadas sin duda por los soldados de Tito contra los defensores de lo que en su tiempo, cuando existió el tercer muro, formaba como un segundo recinto de fortificación.
La realizada por Salomón experimentó dos modificaciones durante la dinastía de David: Ezechias, que ascendió al trono en el año de 727 antes de nuestra era, hizo levantar un muro que partiendo del extremo noroeste del recinto primitivo de Jebus, se unía en ángulo recto con la cortina occidental de la nueva muralla de Salomón, y esto con objeto de poner a salvo en caso de asedio un gran depósito de agua construido por el mismo rey, depósito que hoy existe y sirve todavía. Los griegos dieron á este estanque el nombre de Amygdalon, la almendra; actualmente lleva aún el de Ezechías, y por musulmanes y árabes cristianos es llamado Birket-Hamman-el-Batrak, "Estanque de los baños del Patriarca", denominación que tuvo origen, en la época de las Cruzadas.
Data la segunda modificación del reinado de Manassé, sucesor de Ezechías en el año de 658 antes de J. C.; aquel príncipe englobó en el recinto de la ciudad, por medio de un muro que ha sido descubierto en parte en el año de 1867, un arrabal que se había formado en la colina de Ophel; y de esta manera modificado el segundo recinto, comprendiendo ya las alturas de Sion, Acra, Moriah y Ophel, contenía algo más de cuarenta hectáreas.

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