LA VIRGEN DE LA FUENTE


Era el año 640.

León I, emperador en Oriente, había mandado edificar una suntuosa basílica, que próximos ya a terminar los trabajos, habían logrado saber los cristianos de Constantinopla se dedicaba al culto de la Virgen María.

Sabían también que tan magnífico templo era el resultado de un favor especial que el emperador debía a la Reina de los cielos.

Y también conocían ya que la imagen de la Virgen, que ocuparía el mejor de tos altares, sería venerada bajo la advocación de Nuestra Señora de la Fuente.


Pero nada mas sabían: en vano procuraban averiguar la causa que motivaba la edificación de aquel grandioso templo.

Los historiadores, mas explícitos y minuciosos, si bien en este punto no tanto como fuera de desear, explican el origen y fundación de esa iglesia, trascribiendo de otras crónicas o historias antiguas una anécdota, que es como sigue:

León I, antes de que pudiera adornar su cabeza con la cinta de oro y perlas, distintivo de su soberanía en Oriente, había pasado en su juventud una pobre y oscura vida.

Siendo, pues, solo simple soldado tracio, guiaba muchos días a un anciano ciego a una fuente, a cuya orilla, en uno de aquellos días, se le apareció la Santísima Virgen, prometiéndole otra mas brillante existencia, y diciéndole que estaba predestinado a sentarse en el trono.
Cuando lo que solo había sido una predicción se convirtió en realidad; cuando el desconocido soldado llegó a ser emperador, devoto tanto o mas que en los primeros días de su vida, no se olvidó de los consuelos que recibiera en la fuente de la amorosa Madre de los cristianos, y para que estos pudieran adorarla y tributarla incesantes cultos, mandó edificar en su honor un templo magnifico, una suntuosa basílica.
Cuando fue tomada Constantinopla por los turcos, entre los muchos edificios notables que fueron arruinados por el furor de estos, se encontraba también el de Nuestra Señora de la Fuente. 

 
Este precioso templo, que era una verdadera maravilla del arte, según escribe Nicéforo, tenia sus ventanas con vidrieras pintadas, (si bien no historiadas), lo cual constituía uno de sus méritos, pues era todavía reciente en aquella época la pintura sobre vidrio.

De lamentar es la triste suerte de tantos monumentos, obras verdaderamente artísticas, al par que en eminente grado religiosas, que adornaba la gran ciudad que a la que diera su nombre el emperador Constantino.

Solo la princesa Pulquéria, hija de Teodosio III, había mandado construir tres iglesias en honor de la Santísima Virgen.

En estas iglesias se conservaban las mismas vestiduras que había usado Nuestra Señora durante su vida en la tierra, vestiduras que guardaban con mucho cuidado los cristianos en Jerusalén, pero que sabiendo los piadosos sentimientos de la princesa, se apresuraron a remitírselas a Constantinopla.

Tan preciosas reliquias fueron repartidas entre las tres iglesias de Blaquernes, que tenia el ropaje de la Virgen, de Chalcopratea que recibió el ceñidor, y la de los Guías, que obtuvo un cuadro con el retrato de María Santísima. Este cuadro habia sido enviado de Antioquía, y se decía que el retrato era obra de San Lucas, que lo pintó viviendo aun la Virgen.

Ya que de este precioso cuadro nos ocupamos, aunque sin propósito determinado de hablar de él, vamos a dedicar a su historia algunas líneas.

Era tenido en gran estima en Constantinopla, tanto que se consideraba como una preciosa reliquia que podía servir para librarles de ciertos peligros. Los emperadores Juan Zimisces y los Commenos lo llevaban en sus ejércitos a las guerras, entrándolo a su vuelta a la ciudad en un magnífico carro de triunfo, tirado siempre por hermosos caballos blancos.

Era tan grande la veneración que la ciudad de Constantinopla profesaba a este sagrado retrato de la Virgen, que se tenia custodiado en el templo con muchísimas precauciones.

Si alguna vez era llevado en procesión por la ciudad, lo mismo que cuando, como ya hemos dicho, acompañaba a las tropas del imperio, era saludado por el pueblo con gritos de alegría.

Aunque algunos dicen que este precioso cuadro cuando la toma de Constantinopla por los latinos en 1204, el dux Enrique Daildolo lo trasladó a Venecia, y otros que cayendo en poder de los turcos fue bárbaramente pisoteado después de haber arrancado su guarnición; la verdad es que se ignora la suerte que cupo en aquellos desastres de la ciudad a la imagen de la divina Señora.

El que se venera en la actualidad es una copia del original.




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