NUESTRA SEÑORA DE LIESSE, HISTORIA DE SU IMAGEN Y MILAGRO.


Dueños los cristianos en Oriente de los Santos Lugares, Foulques de Anjou, rey de Jerusalén, pensó en reedificar la antigua fortaleza de Bersabé, a cuatro leguas de Ascalón.

Con ella podría proteger sus nuevos estados y hacer frente a las continuas embestidas de los sarracenos. Realizó, pues, el rey de Anjou sus proyectos, y encomendó la custodia del reedificado fuerte a los valientes caballeros de la orden de San Juan de Jerusalén.

Fueron innumerables las hazañas de aquellos aguerridos y piadosos varones, que siempre peleando contra los infieles, les vencieron en cien batallas, llevando por doquier triunfantes, el glorioso estandarte de la Cruz.


En una de las muchas escaramuzas que hicieran los sarracenos contra los nobles caballeros defensores de Bersabé, tres de los mas bravos en la pelea, habiendo caído en una emboscada, a pesar de su heroica defensa, fueron apresados y cargados de cadenas, conducidos después a Egipto.

Eran los tres caballeros hermanos, y descendientes de la ilustre familia de Eppe en Picardía.

De airoso continente, gallardos y altivos los tres mancebos, no dejaron de distinguirse entre los demás prisioneros cuando los presentaron sus traidores enemigos ante el Soldan.

Trató este de atraerlos a la religión del falso Profeta, ya empleando para conseguir su fin la fuerza y el castigo, ya reduciéndolos por los halagos y honores.

Empezó por encerrar a los tres hermanos en tres hondas y húmedas mazmorras, figurándose que por este medio lograrla domar sus bríos; pero no habiéndolo conseguido, les aligeró del peso de sus cadenas, y puestos en su presencia, les ofreció un porvenir hermoso, brillante, si renegando de sus creencias, si olvidando su pasado y la religión de sus mayores, rendían culto a Mahoma entrando en su palacio como amigos y vasallos suyos.
— Dejadlas, —les dijo el Soldan— esas doctrinas que tan severas prescripciones os imponen para esta vida, amenazándoos con terribles penas para la otra; renegad luego de ellas, y abrazando las del gran Profeta haceos mis vasallos. Yo os juro por Alá que no os ha de pesar. Si deseáis riquezas, yo premiaré vuestra conversión con abundante oro; si ansiáis goces y placeres, yo os haré experimentar todas las delicias con que nos brindan nuestros harenes; renegad, renegad, cristianos, que yo, libertándoos de la esclavitud en que gemís, os colmaré de honores y riquezas si os quedáis adorando a mi Dios y sirviéndome entre mis valerosos capitanes.

—Inútiles son, señor, vuestras palabras; no producirán el efecto que deseáis,—dijo el mas joven de los tres caballeros.

—No penséis,—añadió el mediano,— que vais a lograr que impíos reneguemos de nuestras creencias, por mas bella que sea la perspectiva que presentéis ante nuestros ojos.

—Callad, ¡vive Dios! —exclamó el mayor de los tres hermanos,—que no puedo oír sin ira contestar a las torpes e indignas proposiciones del que será siempre nuestro enemigo. En vano —continuó dirigiéndose al Soldan, tratarás de deshonrarnos; nobles y buenos caímos en el traidor lazo que nos tendieran tus soldados, nobles y buenos sabremos ser hasta el fin de nuestra vida. Ordena que caiga sobre nuestras cabezas el alfanje de alguno de tus servidores, pero no nos insultes en nuestra desgracia con tan innobles ofrecimientos.

Grande fue la ira y el coraje que se apoderaron del Soldan al oír expresarse de una manera tan altiva al noble caballero, y aunque no pudiendo dominarse en sus primeros accesos, mandó que los volvieran a cargar de cadenas, y conduciéndolos al mas hondo calabozo juró por Mahoma que había de hacerles sus prosélitos. 

 
Ansioso de llevar a cabo cuanto antes su empresa, y habiéndosele ocurrido un nuevo medio para obligar a los tres cautivos a que le complacieran en sus deseos, mandó llamará una hija que tenia, joven y hermosa sobre toda ponderación.

—«Ven aquí, hija mía, siéntate a mi lado, la dijo el Soldan cuando la tuvo en su presencia; —tu quieres a tu padre y te alegrarás de que yo alcance los favores de Alá, realizando una obra, en la que has de ayudarme, que será muy grata a sus ojos. Abajo, en el mas hediondo de los calabozos de mis prisiones, se hallan tres caballeros cristianos, nobles, gallardos y altivos, que sin hacerme caso cuando les he brindado con cambiar su triste suerte de cautivos por la de mis mas queridos capitanes si adoraban a nuestro Dios, renegando de sus creencias, se han atrevido a rechazar con orgullo mis generosas ofertas.

«Ni el castigo les intimida, ni los honores y riquezas que quiero darles les seducen.

«Si dejándome llevar del furor que me domina al ver tan temeraria resistencia, no mirase que es ante Alá, grande y magnifico, para quien trabajo en esta empresa, yo les juro a esos altivos cristianos que obtendrían por su necio orgullo el castigo que se merecen.

«Pero ya lo he dicho, es necesario, hija adorada, que tu belleza, tus encantos y tu palabra suave y dulce les haga mover a esos rebeldes cautivos todas dichas y goces con que brinda Mahoma a sus creyentes».


Así se expresó el Soldan con su bella hija, que asombrada del capricho de su padre, se dirigió acompañada de numerosos guardias a las prisiones del palacio que habitaba, haciendo abrir el calabozo donde yacían tristes los tres nobles caballeros.

Se habían distinguido siempre los señores de Eppe por su hidalguía y caballerosidad, y así cuando la hermosa hija del Soldan se halló en el calabozo de los tres nobles cristianos, fue recibida con todo el respeto y cortesanía con que saludaran a la mas ilustre dama de su país. Habiendo hecho salir de su prisión a sus acompañantes, se acercó casta y pudorosa a los tres hermanos, y cuando se puso en comunicación con ellos, invitándoles a seguirle a las habitaciones del Soldan, para que abrazando las doctrinas del Corán pudieran servirla como los demás ilustres musulmanes que le rodeaban en el palacio, oyó con sorpresa que le contestaba el mayor de los hermanos:

—Solo conociendo todo lo grande y sublime del Evangelio que viniera a predicar al mundo Jesucristo, no teniendo una ardiente fe en sus promesas y una, sincera devoción a la Virgen María Santísima, se puede resistir a los proyectos de vuestro padre, cuando por vuestra hermosa boca nos brinda tan placeres y goces que debemos rechazar, y que no comprenderíamos como sois vos quien nos los enumera, si no supiéramos todo lo malo que hay en vuestras impuras creencias.

Así comenzó un animoso diálogo entablado entre los cristianos y la joven musulmana.
Empezando a vacilar la fe de la hermosa hija del Soldan en la primera entrevista que tuviera con los cautivos, invitó a su padre para que bajaran con ella al calabozo los mas sabios imanes del Egipto, para que con su saber y con su ciencia, convencieran a los cristianos de que vivían en el error, y que solo era buena y verdadera la religión del Profeta.
Inútiles fueron las razones de los sabios imanes; de nada sirvieron sus falaces argumentos; inspirados por el cielo los tres nobles cautivos, contestaron a ellos como pudiera responder el mas profundo teólogo.

La joven musulmana que oyera disputar a unos y otros, cada día mas seducida por las bellas y consoladoras máximas de la religión del Crucificado, acabó por convertirse a la fe, y cuando hizo sabedores de su determinación de adorar al Dios verdadero y a la Virgen María, su amorosa Madre, a los tres hermanos, estos que pedían al cielo con fervor todos los días por la conversión de la hermosa doncella, dándole cuenta de una aparición que tuvieran de la Reina de los ángeles en su prisión para consolarles y animarles a trabajar por su conversión, dejándoles una imagen suya, se la presentaron, y adorándola allí mismo la hija del Soldan, prometió la libertad a los tres mancebos, y asimismo acompañarles para instruirse por completo en sus creencias, y hacerse cristiana con todos los ritos y ceremonias que prescribía la iglesia.

Engañado el Soldan con lo que su bella hija le decía de que preparaba a los cautivos para que al fin vencidos por los imanes en los argumentos de su ciencia renegaran de su religión y abrazaran la de Mahoma, no impidió las frecuentes visitas que, esta hiciera al calabozo de los tres hermanos.
Gracias a esta confianza, a los auxilios del cielo ante todo, y después al valor de la neófita que había comprado a los guardias llevando la bella musulmana una cajita llena de piedras preciosas, se escaparon los cuatro, ganando también con aquellas joyas a un marinero que les tenía preparado un barco, en el que atravesaron el Nilo dirigiéndose por la parte de Alejandría, con la esperanza de poder ocultarse por algún tiempo en los monasterios coptos del desierto de San Macario.

Cansados, sin embargo, los fugitivos de la gran marcha que hicieran después de desembarcados, y todavía mas que los libertados caballeros, la hermosa musulmana, aunque con grave riesgo de poder ser otra vez aprehendidos, se detuvieron en un campo de Doura que estaba entonces en todo su verdor.

Se durmió al momento la princesa, y no pudiendo resistir su fatiga, se dejaron también vencer los caballeros por el sueño.

Se ignora cuanto tiempo duró este. Al despertarse el mayor de los tres hermanos, vieron atónitos sus ojos el mas agradable espectáculo que se podía presentar a su vista.

Eran las primeras horas de la mañana.

El sol iluminaba ya con sus dorados rayos las cumbres de las montañas.

Las aves con sus arpadas lenguas empezaban su cuotidiano cántico de bienvenida al rey de los astros y de adoración al Creador.

Se habían reclinado los fugitivos sobre el campo de Doura, cerca del Nilo, debajo de las pirámides y rodeados de hermosas palmeras, y ahora al despertar de su sueño el caballero, veía con placer, al par que con gran asombro, los campos que rodeaban a su feudal castillo.

Cuando saliera de él con sus hermanos para ir a Tierra Santa, si allí cerca del sitio donde aun descansaban la hija del soldado y los otros dos caballeros cristianos, veía el hermano de éstos alzarse las redondas torres de su antigua mansión, el castillo de Marcháis.

Absorto en tan grata contemplación no vio que cerca de él pasaba un rebaño guiado por un pastor, que también asombrado de ver a aquella dama y aquellos caballeros durmiendo sobre la yerba del campo, se aproximó al mayor de los de Eppe.

Le preguntó éste al pastor de quién era el castillo y a quién pertenecían las tierras que veía, y habiéndole contestado que eran del Sr. de Marchais que había ido a pelear junto con sus hermanos al Oriente para rescatar del poder de los infieles los Santos Lugares, no le quedó duda alguna de que un prodigio de los cielos había hecho que se encontraran en aquel sitio al despertar de su sueño, y se apresuró a llamar a sus hermanos.

Habiéndoles puesto al corriente de lo que sucedía, con lágrimas de agradecimiento, se postraron todos en tierra, y teniendo delante de ellos la imagen de la Virgen que recibieran en su prisión, la adoraron bendiciendo también a su adorado Hijo.

Luego que hubieron entrado en su castillo los señores de Eppe, recibidos con gran júbilo y alegría por sus servidores, pensaron en que la princesa que acompañaran desde Egipto recibiera cuanto antes las aguas del bautismo.

Se bautizó, pues, la joven musulmana en la catedral de Laon, y más tarde entraba acompañada de los nobles caballeros de Eppe en la nueva iglesia que en honor de la Virgen, a quien tantos favores debían, habían mandado edificar en Liesse, colocando en su principal capilla la imagen que les diera en su prisión de Egipto.

Conocido el origen de la sagrada imagen, la devoción a ella por los habitantes de la Picardía, fue tan grande que llegó la fama de aquel nuevo santuario a todos los países del mundo cristiano, y como numerosos milagros habían mostrado a las gentes y cuánto atendía la Virgen a los que iban allí a adorarla, la veneración aumentó cada día más y más, siendo en el siglo XII aquella iglesia el más célebre santuario de Francia.

A él iban en romería sus más ilustres caballeros, sus más poderosos señores.

En la larga lista que podríamos hacer de distinguidos romeros, citaríamos al duque de Borgoña, a Luis XI de Borbón, al príncipe de Condé, al duque de Mercoeur, al príncipe Alberto Enrique de Leigne, a Madame Enriqueta Francisca de Francia, reina de Inglaterra, a los príncipes de Longueville, al duque de Orleans, hermano de Carlos VI, a Carlos VII, al rey Renato, a Luis XI, a Francisco I, a Enrique II, a Carlos IX, a la Reina María de Médicis, a Luis XIII, a Doña Ana de Austria, a Luis XIV y a tantos otros que al adorar la sagrada imagen de Nuestra Señora de Liesse, en prueba de su ardiente devoción, dejaban en el santuario ricos dones e importantes privilegios.

Luis II de Borbón, príncipe de Condé, imitando a otros nobles y piadosos romeros, dejó allí su estatua hecha de oro.

Siguiendo también esta costumbre María de Arquin, siendo en el año 1671 gran mariscala de Polonia, al visitar el tan venerado santuario, presentó a la Virgen un niño de plata que era la estatua de su hijo el príncipe Alejandro Sobierki con una cadena de oro y diamantes, queriendo manifestar a las gentes con este rico presente que hacia a Nuestra Señora de Liesse, que le consagraba su hijo como esclavo suyo.

En las célebres guerras religiosas que afligían a Francia, fue saqueada esta venerada iglesia por los hugonotes, siendo derruida casi completamente en los tristes días de la revolución del 1893.

Pero actualmente aun subsiste con magnificencia el templo y el recuerdo de Nuestra Señora, y son gran número los peregrinos que van a orar ante la imagen milagrosa que trajeran del Oriente los nobles y piadosos caballeros de Eppe.



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