ORACIÓN A SANTA KATERI TEKAKWITHA PARA PEDIR A DIOS FAVORES ESPECIALES

ORACIÓN
Santa Kateri Tekakwititha,
eres venerada como la mística del desierto americano. 

Aunque quedaste huérfana a la edad de cuatro años,
y quedaste con una cicatriz en la cara
y la visión dañada por una enfermedad,
se te estimó entre la tribu mohawk.

Cuando pediste que te bautizaran
como señal de tu fe cristiana,
te sometiste a abusos por parte de tu gente
y te obligaron a huir.

Soportaste muchas pruebas,
pero cada vez más, florecías en oración y santidad,
 dedicándote totalmente a Cristo.

Te pido que seas mi guía espiritual
a lo largo de mi viaje por la vida.

A través de tu intercesión,
oro para que siempre pueda ser leal
a mi fe en todas las cosas. 

Amén. 


Dios creador amoroso, 

reconocemos tu poder y tu presencia
en las Cuatro Direcciones
de tu vasto y hermoso universo. 

Celebramos a Santa Kateri Tekakwitha,
"Lirio de los Mohawks",
como una de las seguidoras más fieles de tu Hijo. 

Ayúdanos para por su intercesión
seamos libres de todo mal
y a seguir sus pasos,
compartiendo nuestro amor
y la preocupación cristiana por los demás. 

Respetemos, como lo hizo ella,
tu presencia mística en los pobres y sufrientes.
A través de la poderosa intercesión de Kateri,
te pedimos con confianza que nos concedas
este favor especial que pedimos en su nombre. 

(Mencione su petición). 

Comparte tu sanidad y tu paz,
especialmente con mi familia,
con mis amigos y con los enfermos,
a quienes ponemos bajo tu cuidado amoroso.

Te lo pedimos a través de tu Hijo
crucificado y resucitado,
nuestro Señor Jesucristo,
el Mundo eterno,
que vive y reina contigo para siempre.

Amén. 

Rezar tres Padrenuestros y Gloria. 

La oración y los rezos se hacen tres días seguidos. 

  

Hace muchísimo tiempo, los indios del Canadá vivían en toscas cabañas de madera, cubiertas con cortezas de cedro.

Estas cabañas no tenían ventanas, sino una puerta a cada extremo, y tres o cuatro agujeros superiores, por donde salía el humo.
Las tribus vivían de la pesca y de la caza. Con sus flechas admirablemente construidas, atravesaban el corazón de los osos y cazaban ciervos y alces. Los hombres fumaban largas pipas y llevaban la cabeza adornada con plumas de colores.
Las mujeres realizaban trabajos muy duros: desde cocinar, lavar la ropa y cuidar a los niños, hasta recorrer kilómetros y kilómetros en busca del animal que había matado su marido o jefe de la tribu, y que éstos abandonaban en el bosque.
Sabían danzar, pintar telas y construir canoas, armas. Pero la vida no era tranquila. Continuamente surgían dificultades entre las tribus rivales, y peleaban unas contra otras. Los guerreros eran feroces y no perdonaban a sus enemigos.
Después llegaron los franceses a conquistar aquella región, y hubo nuevas guerras. No se podía vivir tranquilo, ya que los asaltos a mano armada, las persecuciones y las represalias se sucedían sin interrupción.
Con los conquistadores arribaron al Canadá los primeros misioneros, que en vez de la espada levantaban la Cruz y hablaban con amor a los nativos.
Cierta vez, un grupo de misioneros visitó una aldea que ya había sido pacificada, y en donde se encontraba una religiosa instruyendo a los indios. Fueron muy bien recibidos, y llamó la atención de uno de los padres la piadosa actitud de una joven.
- ¿Cómo se llama? -preguntó.
- Kateri Tekakwitha, "la azucena de los pieles rojas" -le contestó su compañero.
¿Kateri Tekakwitha? ¡Que nombre tan raro! No es nombre de hada, ni nombre de princesa, ni mucho menos un nombre conocido, de ésos que hemos leído en los cuentos y podemos pronunciar sin mucha dificultad. Sin embargo, si uno se fija bien, si se pronuncia despacio, se notará que hay en él algo que atrae, algo que lo envuelve con una especie de amor y simpatía, aunque sea la primera vez que lo leamos:
Kateri Tekakwitha...
Pues bien, así se llamó una niña piel roja que vivió hace mucho tiempo entre los fieros cazadores de su raza, allá en las lagunas del Canadá, tan piadosa y amorosa que daba gusto verla.
Lo sorprendente es que, habiendo crecido en un ambiente duro y feroz, donde los hombres peleaban constantemente con las tribus vecinas, como hemos dicho, ella, Tekakwitha, haya sido, primero una niña dulce y buena, luego una joven espiritual, y después, con el tiempo, un notable ejemplo de pureza y desprendimiento.
Hay muchas vidas piadosas, sí, pero casi todas ellas han nacido en aldeas o ciudades donde ya se han enseñado los principios morales, se sabe leer y escribir y se conoce el premio o el castigo que trae consigo el comportamiento. Mas lo cierto es que Kateri Tekakwitha nació entre los pieles rojas del Canadá, los cuales tenían muchas supersticiones, adoraban extraños dioses y practicaban ceremonias rituales tan raras como impresionantes. Esto da a la vida de Kateri Tekakwitha un atractivo nada común, acentuado por los pocos datos que de ella se tienen.


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