San Felipe Neri es el santo patrón de la alegría, y por este motivo es un poderoso intercesor para las personas que tienen periodos de depresión. Es el santo patrón de Roma, las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos, El humor y la alegría, y su fiesta se celebra el 26 de mayo.
ORACIÓN
Bienaventurado San Felipe Neri,
santo patrono de la alegría,
tú que confiaste en la promesa
de las Santas Escrituras,
de que el Señor está siempre,
y en todo momento, al alcance de todos,
y que no necesitamos tener ansiedad por nada,
en tu compasión y gran bondad:
Sana nuestras preocupaciones y tristezas
y levanta las cargas de nuestros corazones.
Venimos a ti con un corazón lleno
de abundante amor a Dios
y toda la creación.
En nuestro pesar, te rogamos,
sobre todo por esta necesidad especial:
(hacer la petición).
San Felipe bondadoso
concédenos el favor que te pedimos,
protégenos por medio de tu intercesión amorosa,
y que el gozo del Espíritu Santo
que llenó tu corazón,
transforme nuestras vidas
nos ayude a superar nuestras depresiones y angustias
y nos conceda la paz, la salud y la alegría.
Te lo rogamos por Jesucristo nuestro Señor,
por su amada Madre la Virgen María
y por los dones del Espíritu Santo.
Amén. Rezar el Credo, la Salve, Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
La oración y los rezos se hacen tres días seguidos.
LA INFANCIA DE SAN FELIPE NERIsanto patrono de la alegría,
tú que confiaste en la promesa
de las Santas Escrituras,
de que el Señor está siempre,
y en todo momento, al alcance de todos,
y que no necesitamos tener ansiedad por nada,
en tu compasión y gran bondad:
Sana nuestras preocupaciones y tristezas
y levanta las cargas de nuestros corazones.
Venimos a ti con un corazón lleno
de abundante amor a Dios
y toda la creación.
En nuestro pesar, te rogamos,
sobre todo por esta necesidad especial:
(hacer la petición).
San Felipe bondadoso
concédenos el favor que te pedimos,
protégenos por medio de tu intercesión amorosa,
y que el gozo del Espíritu Santo
que llenó tu corazón,
transforme nuestras vidas
nos ayude a superar nuestras depresiones y angustias
y nos conceda la paz, la salud y la alegría.
Te lo rogamos por Jesucristo nuestro Señor,
por su amada Madre la Virgen María
y por los dones del Espíritu Santo.
Amén. Rezar el Credo, la Salve, Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
La oración y los rezos se hacen tres días seguidos.
El segundo de los hijos, y primero de los varones, del señor Francisco Neri, ciudadano de Florencia (Italia), nació el día 21 de julio del año 1515, a las seis de la tarde, pero según nuestro modo de contar el tiempo, corresponde a las dos de la madrugada del día siguiente, o sea el 22, fiesta de Santa María Magdalena.
El recién nacido fue llevado aquella misma mañana al baptisterio, donde recibió los nombres de Felipe y Rómulo.
El padre de Felipe era notario, profesión bastante considerada entonces en Florencia, por ser una de las Artes mayores cuyo ejercicio capacitaba para obtener la magistratura; pero el señor Francisco no alcanzó nunca gran renombre en el ejercicio de dicha profesión y su condición social fue siempre modesta.
Su hija Catalina era mayor que Felipe, y Elisabeth, la menor. Un cuarto hijo, Antonio, vivió poco; así es que al morir Felipe, se extinguió con él la familia.
Felipe apenas si llegó a conocer a su madre, la señora Lucrecia de Mosciano, ya que ésta murió poco después del nacimiento de Antonio, el año 1520; pero más adelante, su padre contrajo segundas nupcias con una mujer de muy buen carácter, con la que Felipe se avino perfectamente, y ella, a su vez, le distinguió con tan singular afecto, que aun en su lecho de muerte se interesaba por él.
El mismo año del fallecimiento de la madre de Felipe, la familia se fue a vivir a la parte de la ciudad que domina el río Arno, llamada Costa de San Jorge. Desde allí gozaban de un magnífico panorama, viendo más allá del río la ciudad extendida a sus pies, y al fondo la colina coronada con la pequeña ciudad de Fiésole.
Felipe era un niño singularmente agraciado, de modales finos, de espíritu alegre y afectuoso; era de aquellos que se ganan fácilmente la simpatía de los demás. De esto y de lo excelente de su conducta nos ofrece una buena prueba el que sus conciudadanos le distinguieran con el nombre de "Pippo buono" (Felipillo el bueno).
No hablaba de ser sacerdote ni monje, ni tampoco gustaba de devociones como el adornar capillitas u otras cosas parecidas. Pero le gustaba visitar las iglesias de la ciudad y uno fácilmente se lo imagina sentado en algún rincón del templo, gozando su alma en aquel ambiente de dulce paz. Sobre todo le gustaba visitar el convento de San Marcos, pues tenía amigos muy queridos en él, como los Padres Dominicos.
Su predilección por la Orden de Predicadores duró tanto como su vida. Siendo ya muy anciano dijo a los padres de esta Orden, del convento de la Minerva, en Roma:
"Todo lo bueno que haya habido en mí desde mi juventud lo debo a vuestros padres de San Marcos".
Un día, cuando apenas contaba ocho años de edad, sus padres se lo llevaron a Castelfranco, de donde era oriunda la familia, y donde el señor Francisco tenía una heredad. Llegados allí, dejaron al niño solo en el patio de la casa para que se entretuviera jugando. ¿Podía haber nada más divertido para un niño de su edad que el saltar a la grupa de un borrico que había ahí, bien cargado de frutas y de hortalizas?
Desgraciadamente ocurrió que, estando el borrico al borde de una escalera de piedra que conducía a la bodega, cuando Felipe intentó dar el salto sobre el animal, éste con su carga y el niño rodaron abajo, con tan mala fortuna que asno y carga quedaron encima de Felipe. Todos le creyeron muerto, pero no sólo le sacaron con vida, sino casi sin lesión alguna. El propio Felipe siempre consideró milagroso tan feliz resultado de su travesura.
Muy joven se trasladó a la villa de San Germán, donde un tío suyo quiso hacer de él un comerciante, pero según declaró él mismo tiempo después, este oficio duró "sólo unos pocos días". Los italianos, sin embargo, usan frases muy poco precisas para medir el tiempo. Pedirle a uno que aguarde "un momentino", a menudo equivale a hacerle aguardar poco menos de una hora. Así es que las palabras "unos pocos días" pueden significar algunos meses.
Muy joven se trasladó a la villa de San Germán, donde un tío suyo quiso hacer de él un comerciante, pero según declaró él mismo tiempo después, este oficio duró "sólo unos pocos días". Los italianos, sin embargo, usan frases muy poco precisas para medir el tiempo. Pedirle a uno que aguarde "un momentino", a menudo equivale a hacerle aguardar poco menos de una hora. Así es que las palabras "unos pocos días" pueden significar algunos meses.