ORACIÓN A SAN CIPRIANO PARA ALEJAR MALAS PERSONAS, MAGIAS, ENVIDIAS




Oh glorioso san Cipriano, virtuoso defensor nuestro, 
bendito siervo de Dios que solo con nombrarte 
anulas las malas vibraciones y echas abajo los males, 
te pido que veles por mi vida y por mi alma, 
te ruego me protejas de todo mal y poder del maligno. 

 
Clamo a ti bendito Cipriano y solicito tu presencia 
para que alejes de mi vida y de mi alrededor 
los enemigos, los adversarios, las malas personas 
y me liberes de cualquier magia y envidia, 
que nadie con malas intenciones se acerque a mi 
y me cause perjuicio, malestar o daño.
 
Tu que eres muy eficaz abogado contra todo mal causado, 
ya sea por el maligno o por los hombres,
tómame bajo tu amparo y cúbreme con tu poder, 
sé tu mi intercesor ante Cristo Redentor 
y alcánzame tranquilidad, seguridad y bienestar. 
 
Con toda la fuerza de mi ser, de mi mente y corazón, 
te suplico me liberes de toda salación, 
magia negra, conjuro, hechizo o maldición, 
destierra de mí las malas lenguas, habladurías y chismes 
y presérvame para que no caiga en injusticias, 
pleitos, prisiones, traiciones, odios o rencores. 
 
Que tu protección me sirva para verme a salvo 
de esto que es causa de mi inquietud: 
 
(decir el problema y lo que se desea conseguir). 
 
Haz que mis súplicas sean recibidas por Cristo Redentor 
y me haga llegar su gracia y el auxilio Divino que preciso, 
haz que la Virgen Santísima, los Ángeles y Arcángeles 
me cubran y guarden de todo mal enviado o adquirido 
y me vea libre de todo lo que afecte a mi vida y la de los míos, 
haz que el Espíritu Santo me inunde con su sabiduría 
y venga en mi ayuda para que nadie me lastime. 
 
Cipriano media por mí con ardor, 
para que mis caminos queden abiertos a todo lo bueno;
dame fuerzas y tesón, dame fe y confianza
para que sepa servir a Dios con amor y alegría, 
aprenda a perdonar a los que me ofenden 
yo ....... te estaré por siempre agradecido-a 
y hablaré de esta tu oración a quien lo precise. 
 
Así sea. Así se cumpla. 
 
OREMOS 
 
Asístenos, Señor, con tu gracia, 
en este momento y en este lugar, 
y ayúdanos con la bendición 
del bienaventurado mártir y pontífice san Cipriano, 
para que su poderosa intercesión 
nos haga agradables a tu divina Majestad. 
 
Amén. 
 
Rezar tres Padrenuestros y Gloria. 
 
La oración y los rezos se hacen tres días seguidos. 
 


SAN CIPRIANO DE CARTAGO. BIOGRAFÍA. 

San Cipriano, obispo y mártir

En la basílica de San Pedro, en Roma, justo encima de la tumba del Príncipe de los Apóstoles, en la cúpula majestuosa de Miguel Angel Buonarroti puedes leer esta frase: Hinc una fides mundo refulget, hinc sacerdotii untas exhoritur.
 
Estas palabras están incrustadas con caracteres inmensos y con mosaicos de oro en la banda circular interior de la cúpula de San Pedro: «Desde aquí se esparce por el mundo la única y verdadera fe, aquí nace la unidad del sacerdocio».
 
El texto es de San Cipriano y es lo suficientemente indicativo para que a este Padre de la Iglesia podamos apellidarle «Santo de la romanidad».
 
Es en el tratado De Ecclesia Christi cuando mejor se comprende la magnitud de esta figura egregia, que aparece con tanto relieve en el horizonte de la cristiandad hacia la mitad del siglo III.
 
«Cipriano, nacido en África, primero enseñó la retórica con grande gloria; luego se hizo cristiano por consejo del presbítero Cecilio, de quien tomó el nombre, y empleó todos sus bienes en socorrer a los pobres.
 
Poco tiempo después recibió la ordenación de presbítero y luego fue constituido obispo de Cartago.
 
Sería por demás superfluo ponerme a dar una muestra de su ingenio, siendo así que sus escritos resplandecen más que el sol. Padeció martirio bajo los emperadores Valeriano y Galieno, en la octava persecución, el mismo día, bien que no el mismo año, que Cornelio en Roma».
 
Ésta es la estupenda descripción que nos ha dejado de Cipriano el maestro Jerónimo en su catálogo de varones ilustres. La he copiado íntegra del breviario romano porque su sencillez y su contenido son más expresivos que todas las páginas que podamos escribir.
 
Para erudición y explicación no haré ahora más que apilar sobre las palabras de San Jerónimo algunos otros datos históricos.

Cipriano, además de Cecilio, se llamaba Tascio. Su lugar de nacimiento hay que colocarlo en el norte de África, quizá en la misma Cartago, y su fecha en los primeros años del siglo III.
 
Eran sus padres paganos adinerados y le procuraron una buena formación literaria. En su juventud y mientras enseñaba retórica, los vicios del paganismo ensuciaron su vida. Pero un día la luz de la fe y de la gracia que Cecilio le llevó transformó totalmente el rumbo de su existencia. Convertido al cristianismo, empezó una nueva vida, siendo ya de catecúmeno ejemplarísimo en la práctica de la austeridad, la continencia y la caridad.
 
Poco después del bautismo entró en las filas del clero, entregando a la Iglesia el propio patrimonio. Su elección episcopal a la distinguida sede cartaginense hay que ponerla en el año 248 o 249.

Para tan alto cargo jerárquico fue designado (no constituido) por aclamación popular, o sea «democráticamente», según la costumbre de entonces. Y como en todo buen acto democrático, también en éste hubo su oposición organizada. A la elección episcopal de Cipriano se oponía el partido "lapsista" del clero, encabezado por el sacerdote Novato y por un seglar rico cuyo nombre era Felicísimo.
 
Después, durante su gobierno episcopal, el pastor cartaginés tuvo que enfrentarse fuertemente contra este partido en la cuestión de los lapsi y libeláticos.
 
Se llamaba libeláticos a los cristianos que para librarse de la persecución se procuraban un libellus de apostasía, es decir, un certificado de haber sacrificado a los dioses, sin haberlo hecho en realidad. Pasada la persecución, éstos, lo mismo que los apóstatas, pedían de nuevo ser admitidos en la comunidad cristiana. Para ello se procuraban también de los confesores que habían padecido cárceles y sufrimientos por la fe billetes de paz (libelli pacis), con los cuales debían ser dispensados de la penitencia pública. Esto representaba un verdadero abuso, fomentado por Novato y Felicísimo.
 
Cipriano mantuvo firme su autoridad episcopal frente a los confesores e hizo prevalecer su opinión. Para ello reunió en el año 252 un sínodo en Cartago y tomó medidas rigurosas, que consistían en distinguir entre los que habían sacrificado a los ídolos —a los que se impuso penitencia perpetua, admitiéndoles a la reconciliación sólo a la hora de la muerte— y los libeláticos, a los cuales podía admitirse a la comunión después de un período de prueba.
 
Novato y Felicísimo se declararon en rebeldía frente a estas decisiones e iniciaron un cisma local. Luego, los cismáticos o laxistas de Cartago encontraron apoyo precisamente en la fracción contraria, es decir, en los extremadamente rigoristas del clero romano, partido encabezado por Novaciano, el cual defendía que en ningún caso había que perdonar a los lapsos. Novaciano logró en Roma hacerse elegir antipapa contra Cornelio, produciendo un cisma que tuvo cierta difusión y duración.
 
En África, el obispo cartaginés combatió enérgicamente este movimiento, sosteniendo la elección de Cornelio.
 
Cipriano rigió la iglesia de Cartago hasta el año 257. Su período pastoral se vio agitado por las persecuciones contra los cristianos que tuvieron lugar en aquella mitad del siglo. Así, desde el año 250 hasta la primavera del 251, con motivo de la persecución de Decio, el intrépido obispo cartaginés tuvo que estar escondido para no privar a su grey de un guía entonces necesario más que nunca. De esa manera, desde su oculto retiro, no lejano de la sede, gobernó a sus fieles por medio de una intensa actividad epistolar. Pasado el huracán, pudo regresar a su ciudad y allí derrochó su vitalidad y sus energías apostólicas hasta que vino la famosa persecución de Valeriano.
 
El 30 de agosto de 257 el obispo es llevado al pretorio de Cartago ante el procónsul Aspasio Paterno. Éste le hizo la pregunta de ritual:
 
«Los sacratísimos emperadores se han servido escribirme con orden de que a quienes no profesan la religión de los romanos se les obligue a guardar sus ceremonias. Quiero saber si eres de ese número. ¿Qué me respondes?».
 
Cipriano confiesa entonces abiertamente su fe:
 
«Soy cristiano y obispo; no conozco más dioses que uno solo, el verdadero Dios, que creó los cielos, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay. A este Dios adoramos los cristianos y noche y día rogamos por nosotros mismos, por todos los hombres y también por la "salud" de los emperadores».
 
A este valiente testimonio responde el procónsul con la orden de destierro. Cipriano se ve obligado a salir para Curubi. Allí permanece una temporada hasta que un nuevo procónsul sucede a Paterno. Es Galerio Máximo.
 
Éste ordena a Cipriano que se presente en Útica, residencia del magistrado romano; pero el obispo se niega a esto porque quiere morir en medio de su pueblo. Regresa a Cartago y el procónsul, después de oír nuevamente la solemne confesión de fe hecha por el imperturbable obispo el 13 de septiembre, le condena a muerte.
 
A la sentencia proconsular el futuro mártir da por toda respuesta un cordialísimo Deo Gratías. Luego, antes de su ejecución, dando muestras de la generosidad en la que tanto se había distinguido toda su vida, ordenó que se diesen 25 monedas de oro a su verdugo.
 
El día 14 Cipriano fue decapitado delante de una inmensa multitud de fieles, que pudieron admirar el ejemplo del santo mártir y que luego lloraron su muerte y esclarecieron su memoria.
 
Fue Cipriano, según afirma Poncio, el primer obispo que, después de los apóstoles, tiñó el África con su sangre. Buen patrón podría encontrar en este insigne santo africano ese continente que ahora se abre cada vez más a la luz del Evangelio.
 
Bonitamente anota San Jerónimo que Cipriano fue martirizado el mismo día, aunque no el mismo año, que el papa Cornelio. Éste murió en el 252, después de haber sido desterrado a Centocelle, donde precisamente recibió de Cipriano cartas de consolación.
 
Ahora la Iglesia nos presenta a los dos santos mártires unidos por la misma fiesta en la liturgia del día 16 de septiembre. Buena compañía para el obispo Cipriano la de este Papa, a quien él conoció.

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