San Sebastián vivió en los primeros días de la iglesia, cuando ser cristiano y querer defender su fe significaba ser perseguido y, probablemente, morir por ella.
Sabemos que nació de padres cristianos y que pasó los días de su infancia bajo la instrucción de unos padres piadosos. Dios tenía sus propios planes para el niño, que se convertiría en el fuerte apoyo y guía de sus compañeros cristianos durante los tiempos turbulentos de la persecución que se avecinaba, cuando debía tener el privilegio de morir como mártir de Cristo.
Pero también los tiempos futuros debía servir al mundo cristiano como brillante ejemplo de una vida de fe sin miedo.
Dios deseó que, como soldado en el ejército romano, atrajera la atención y el agrado del emperador y, al ser de origen noble, fuese elevado al rango de oficial de la guardia de palacio.
ORACIÓN
Glorioso San Sebastián
que tuviste tan gran valor,
ayúdanos a ser testigos de Jesús
ante este mundo incrédulo.
que tuviste tan gran valor,
ayúdanos a ser testigos de Jesús
ante este mundo incrédulo.
Ayúdanos a tener el amor al prójimo que tu tuviste
y a dar nuestras vidas por nuestros hermanos,
incluso cuando existan dificultades y peligros.
y a dar nuestras vidas por nuestros hermanos,
incluso cuando existan dificultades y peligros.
Ayúdanos a tener fe en los dolores de la vida
como tu la mantuviste
como tu la mantuviste
mientras soportaste el martirio cruel.
Protege a todos los soldados, militares y policías
contra todo peligro en su trabajo.
Protege a todas las naciones contra las guerras,
el hambre y la pestilencia.
Interceda por mi,
para que pueda conseguir la gracia que tanto necesito...
(Hacer una petición al santo).
(Hacer una petición al santo).
Escúchame te suplico,
contéstame te ruego,
Hazme caso, oye lo que te imploro.
Muestra la evidencia de tu amor fiel,
salvador de aquellos que esperan en tu fuerza
salvador de aquellos que esperan en tu fuerza
contra el ataque del maligno,
guárdame de la presencia del malvado
guárdame de la presencia del malvado
para que no me maltrate ni me humille.
Glorioso San Sebastián,
intrépido confesor de Cristo
y consolador de los que iban a dar su vida
en testimonio por su fe:
con vergüenza y pena, debo confesar
que en el pasado muchas veces no he cumplido
mis deberes religiosos con Dios.
Fue a Cristo a quien hice sufrir,
en lugar de que yo sufriera por Cristo.
Desde ahora me esforzaré por dar un ejemplo
a quienes me rodean y que niegan a Cristo
descuidando sus obligaciones cristianas.
Ayúdame, querido santo y patrón,
para mostrarles el camino
a las verdaderas alegrías del cielo.
Amén.
La siguiente composición, escrita por el poeta cubano Eugenio Florit, tiene como tema el martirio de San Sebastián, o sea el momento en que el santo, amarrado al tronco de un árbol, fue asaeteado por sus enemigos.
La poesía que reproducimos es muy conocida y famosa, pero conviene que nuestros lectores la lean con atención, observando las imágenes que el poeta (poniéndolas en boca del propio San Sebastián) emplea para designar a las flechas, a quienes llama "palomitas de hierro", "pequeños querubines de alas tensas" y "tibias agujas celestiales".
He aquí, según la poesía, lo que dijo San Sebastián cuando le atravesaban el cuerpo a flechazos:
Si, venid mis brazos, palomitas de hierro;
palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.
Qué dolor de caricias agudas.
Si, venid a morderme la sangre, a este pecho,
a estas piernas, a la ardiente mejilla.
Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.
Si, para que tengáis nidos de carne
y semillas de huesos ateridos;
para que hundáis el pico rojo en el haz de mis músculos.
Venid a mis ojos, que puedan ver la luz;
a mis manos, que toquen forma imperecedera;
a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas;
a mi boca, que guste las mieles infinitas;
a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.
Venid, si, duros ángeles de fuego,
pequeños querubines de alas tensas.
Si, venid a soltarme las amarras
para lanzarme al viaje sin orillas.
¡Ay! Qué acero feliz, qué piadoso martirio.
¡Ay! Punta de coral, águila, lirio de estremecidos pétalos.
Si. Tengo para vosotras, flechas,
el corazón ardiente, pulso de anhelo, sienes indefensas.
Venid, que está mi frente ya limpia de metal
para vuestra caricia.
Ya, qué río de tibias agujas celestiales.
Qué nieves me deslumbran el espíritu.
para vuestra caricia.
Ya, qué río de tibias agujas celestiales.
Qué nieves me deslumbran el espíritu.
Venid. Una tan sola de vosotras,
palomas, para que anide dentro de mi pecho
y me atraviese el alma con sus alas.
Señor, ya voy, por cauce de saetas.
Sólo una más, y quedaré dormido.
Este largo morir despedazado cómo me ausenta del dolor.
Ya apenas el pico de estos buitres me lo siento.
Qué poco falta ya, Señor, para mirarte.
Y miraré con ojos que vencieron las flechas;
y escucharé tu voz con oídos eternos;
y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis;
y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas;
y gustaré tus mieles con los labios del alma.
Ya voy, Señor. ¡Ay! Qué sueño de soles,
qué camino de estrellas en mi sueño.
Ya sé que llega mi última paloma...
¡Ay! ¡Ya está bien, Señor,
que te la llevo hundida en un rincón de las entrañas!