ORACIÓN A MARÍA CONSUELO DE LOS AFLIGIDOS



María fue Consoladora de los afligidos incluso durante su vida en la tierra: consoló a Jesús con su presencia en el Calvario; consoló a los apóstoles en las dificultades que encontraron en la conversión del mundo pagano y obtuvo para ellos un espíritu de fortaleza y alegría santa en sus sufrimientos.
 
ORACIÓN
 
Oh Mediadora de todas las gracias,
Salud de los enfermos,
dulce y triste Virgen consoladora de los afligidos,
no abandones a tu hijo en su dolor,
sino como Madre llena de benignidad
dígnate venir solícitamente a mi encuentro.

 
Ayúdame, asísteme,
recibe los gemidos de mi corazón
y enjuaga piadosamente
las lágrimas que riegan mi rostro.

Por las lágrimas de compasión
con que al pie de la cruz
acogiste en tu seno maternal
a tu Hijo muerto recíbeme también a mi
pobre hijo tuyo, y obtenme con la gracia divina
un aumento de amor a Dios y a mis hermanos
que son también hijos tuyos.

Por tus preciosas lágrimas, obtenme también,
oh amabilísima Virgen,
la gracia que ardientemente deseo y que ahora pido
 confiadamente con amorosa insistencia.
 
(Hacer la petición)
 
Oh Virgen mía, madre de amor y de dolor,
a tu Corazón Inmaculado y dolorido
consagro mi pobre corazón; recíbelo, guárdalo.
Sálvalo con tu amor santo y que jamás falla.

Tu corazón siempre rico en misericordia
me ha abierto una nueva fuente de gracias
en estos tiempos de tantas miserias,
Oh Madre bondadosa, a ti recurro,

Madre llena de piedad,
de ti imploro el bálsamo consolador de tus lágrimas
y de tus gracias sobre mi corazón
abrumado por el dolor.

Tu llanto materno me da la esperanza
de que me has de escuchar benignamente.

Amén.

Rezar la Salve.
 
María ayudó a San Esteban con sus oraciones cuando estaba siendo apedreado hasta la muerte. Obtuvo para muchos la gracia de soportar la persecución con paciencia y sin ceder a los miedos cobardes.

Aunque vio los peligros que amenazaban a la Iglesia en sus principios, no vaciló; su rostro siempre estaba tranquilo, porque su alma estaba tranquila y confiada. La tristeza nunca se apoderó de su corazón. Lo que sabemos de la intensidad de su amor por Dios nos asegura que permaneció feliz en la aflicción, que no se quejó de la pobreza o las privaciones, que los insultos no tenían poder para alterar su mansedumbre. Su solo ejemplo fue suficiente para animar a muchas almas desesperadas.

La Virgen María ha dado a muchos santos la gracia de ser ellos mismos consoladores de los afligidos. Tales fueron Santa Genoveva, Santa Isabel, Santa Catalina de Siena, Santa Germana de Pibrac...

El Espíritu Santo se llama el Consolador, sobre todo porque nos hace derramar lágrimas de arrepentimiento, para así lavar nuestros pecados y restaurarnos el gozo de la amistad de Dios. Por la misma razón, la Santísima Virgen es la Consoladora de los afligidos cuando les incita a lamentar sus pecados con el corazón contrito.

María está particularmente atenta a nuestra pobreza interior o secreta: ella sabe cuán escasos son los recursos de nuestros corazones, y acude en su ayuda. Ella conoce todas las necesidades del alma y el cuerpo: ha consolado a los cristianos en la persecución, ha liberado a los poseídos, ha ayudado y fortalecido a los moribundos llamando a sus mentes por los méritos infinitos de su Hijo. Ella disminuye los rigores del Purgatorio y obtiene para aquellos que sufren allí que los fieles oren y tengan Misas ofrecidas en su nombre.

En cierto sentido, el poder de María como Consoladora de los afligidos se siente incluso en las terribles regiones del infierno. Porque Santo Tomás nos dice que los condenados sufren menos de lo que merecen, ya que la Divina Misericordia se encuentra incluso en el ejercicio más estricto de la justicia divina. Lo que sea menos que haya del dolor del infierno que pueda haber, se debe a los méritos de Jesús y María. San Odilón de Cluny dice en su sermón sobre la Asunción de que la Fiesta de la Asunción trae un ligero alivio del dolor a los tormentos del Infierno.

María ha sido Consoladora de los afligidos a lo largo de los siglos en las formas más variadas, debido a su gran conocimiento de las muchas pruebas a través de las cuales pasan los hombres. 



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