VIRGEN MARÍA AUXILIADORA, ORACIÓN PARA PETICIONES MUY DIFÍCILES, IMPOSIBLES




Oh Glorisísima Virgen María Auxiliadora, 
Madre de gracia plena que nos das la paz,
poderosísima Reina de la Gloria Celestial
aclamada sin cesar por todos los Ángeles y Santos del Cielo,
mírame postrado a tus divinos pies con fe viva
y con el corazón lleno confianza, 
rogando por mis problemas, necesidades y tribulaciones,
dirigiendo a Ti mis sinceras plegarias,
 suplicándote despliegues tu manto protector
y me tomes bajo tu protección y auxilio. 

Sabiendo que eres una fuente inagotable de misericordia
te pido Madre Piadosa me socorras. 


Virgen Santa a tu piedad encomiendo mi alma y cuerpo, 
que tu muy eficaz auxilio me llenen de favores,  
que tu dulce consuelo me alivie y conforte 
cuando sufra y la aflicción no me permita ser feliz.

Virgen María Auxiliadora, Madre del Amor Santo,
te amo, ensalzo, honro y admiro, 
a tu Inmaculado Corazón con ilusión me entrego,
y a Ti que eres la paz y serenidad de los que te invocan,
te suplico remedies las angustias que me atormentan,   
hoy con humildad invoco la sublime influencia de tu poder
 para que me brindes tu benevolente y dulce amparo
y así mis apuros se tornen en bonanza y bienestar.

Auxíliame para que pueda superar los todos obstáculos
y líbrame de adversidades, enemigos y males,
aléjame de peligros, enfermedades y carencias,
dame fortaleza de ánimo, dame tu cariño,
y, ahora que me resulta imposible salir de mis problemas,
extiende Madre tu amorosa asistencia sobre mí
y por favor ayúdame a conseguir esto que tanto preciso
y que sabes que me es necesario para ser feliz:

(pedir ahora lo que se desea obtener). 

Tú puedes dulce Reina mía darme la tranquilidad que ansío,
tu puedes hacer posible lo que para mí es tan difícil,
pues tu consigues de Dios todo lo que le solicitas,
yo hoy y siempre confío en tu gran bondad,
María Auxiliadora, de Ti todo lo espero,
con todo el fervor de mi alma dejo en tus manos mi pesar
y te ruego que no me dejes sin favorable respuesta. 


Oh Augusta Señora, caudaloso manantial de toda virtud,
recíbeme y cobíjame en tu seno misericordioso,
que tu Presencia Soberana siempre me guíe y cuide   
y tu maternal bendición me acompañe cada día,
me enseñe a seguir en el recto camino,
y me defienda contra los enemigos del alma,
que tu ejemplo me anime en la lucha contra el mal
me sostenga en la práctica del bien,
y me sirve para tener caridad hacía los demás 
con una entrega abierta y generosa.

Oh Madre de piedad y clemencia sin fin,
pide también a tu Hijo Dios, mi Señor Jesús,
que por tu gracia me conceda fortaleza en la fe,
seguridad en la esperanza
y constancia en el amor a Dios.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Así sea.

Rezar tres Avemarías, Padrenuestro y Gloria.

Hacer la oración y los rezos con mucha fe y esperanza
 durante nueve días seguidos. 

NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA, ORACIÓN DE AYUDA, PROTECCIÓN Y DEFENSA


ORACIÓN

Santísima Virgen María,
Virgen de la Peña de Francia,
Madre de los creyentes,
que encuentran en Ti acogida:

Te consagramos, Señora y Madre nuestra,
con un corazón sincero,
junto con todo nuestro ser,
el fruto de nuestros trabajos
y la grandeza de las almas
y los campos que se extienden
a los pies de tu montaña.

Te sentimos como estrella
que iluminas nuestro camino.

Te invocamos como defensora en los peligros.
Acudimos a ti en todas nuestras necesidades.

Santa María de la Peña de Francia,

fuente de luz y de vida
para cuantos buscan consuelo en Ti:
bendice nuestros hogares, tierras,
trabajos y vida toda.

Concédenos que, protegidos por tu manto de Madre,
tantas veces besado, conservemos, íntegra la fe,
vivamos con fuerza la caridad
y aumentemos nuestra esperanza hasta que,
acompañados por Ti, merezcamos
vivir para siempre en la Casa del Padre.

Concédenos que, a ejemplo tuyo,
vivamos con fidelidad el evangelio de Jesucristo
y seamos dignos hijos tuyos y así participar,
como Tú, de la alegría y felicidad
que se ofrece a los seguidores de tu Hijo Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.

AMÉN. 

Rezar tres Avemarías y un Gloria. 

Repetir la oración y los rezos tres días seguidos.

ORIGEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA:
Las manifestaciones divinas del amor de Dios a María son también manifestaciones de la misericordia del Señor para con los hombres en las épocas de grandes crisis sociales, que piden para su solución especial auxilio de la piedad divina.
Sufría en el siglo XV una de estas crisis el reino de Castilla, cuando los hijos de aquel noble caballero llamado D. Fernando de Antequera, a quien los compromisarios de Caspe otorgaron la corona de Aragón, se propusieron poner el reino a la sombra de un monarca menos capaz de lo que pedían las circunstancias históricas por las que el reino atravesaba. Pues para remedio de los males que estas revueltas causaban, no menos perjudiciales a la vida cristiana que a la civil, quiso el Señor establecer en el corazón de Castilla este santuario de la Peña de Francia.


Forma esta peña parte de la cordillera que separa las provincias de Salamanca y de Cáceres. El nombre «de Francia» tiene, sin duda, su origen en la colonia que contribuyó a la repoblación de Salamanca en el siglo XI.
Se eleva la peña a una altura de 1.720 metros sobre el nivel del mar y unos mil sobre la meseta castellana, y, por hallarse destacada y sin abrigo alguno de otras montañas, está más expuesta a la violencia de los elementos meteorológicos.
Una tradición, que fue consignada por escrito por primera vez el año 1544, en la historia que entonces se publicó, nos dice que en el año 1434, reinando en Castilla D. Juan II, el 19 de mayo, miércoles infraoctava de Pentecostés, fue hallada, en lo más alto de la peña, una imagen de María con el Niño en los brazos de la Madre, y que desde el principio comenzó a distinguirse con multitud de gracias celestiales, que atraían al lugar innumerable multitud de fieles.
La tradición detalla el suceso, atribuyendo el hallazgo a cinco hombres del vecino pueblo de San Martín, movidos por un personaje que había llegado aquellos días allí llamado Simón Vela. Este, según la referida historia, era francés y había recorrido toda su nación buscando una imagen que estaba escondida en un lugar llamado Peña de Francia, y cuyo hallazgo a él estaba reservado.
Su apellido no seria otra cosa que la orden del cielo que continuamente resonaba en sus oídos diciéndole:
«Simón, vela, no duermas, busca en la Peña de Francia el tesoro que te tiene reservado el cielo».
Cansado de recorrer en vano las tierras de Francia, vino a Salamanca, esperando que entre los estudiantes de la Universidad hallaría quien le diese noticias de la Peña de Francia, donde, según la voz del cielo, se hallaba oculta la imagen que buscaba.

Al fin, en la plaza del Corrillo, de Salamanca, oyó hablar de la Peña de Francia, y con esta noticia se vino a San Martín del Castañar, donde comunicó su secreto y encontró a los hombres decididos que le ayudaran a dar con la imagen tan deseada. Hallada ésta, Simón se constituyó en el abnegado servidor de la imagen, y procuró, con ayuda de los devotos que venían, construir una ermita. Allí perseveró en compañía de los religiosos dominicos, que a su muerte le dieron sepultura en la misma ermita. La cabeza se guardaba más tarde en la sacristía en una urna, y hoy está en el santuario de Robledo, en Sequeros.
 
Estos hechos nos prueban la historicidad del personaje, aunque no que su apellido, tan castellano o portugués, sea la traducción de la orden celestial que sonaba de continuo en sus oídos.
En la villa de Sequeros se venera la memoria de una joven que diez años antes había anunciado el hallazgo de la imagen y los orígenes del santuario de la Peña de Francia.
Los primeros agraciados de la Virgen fueron los obreros que hallaron la imagen, a quienes curó de diversos males que padecían. Con esto comenzó a concurrir al sitio multitud de fieles, atraídos por los favores que recibían del cielo. Cuántos serian éstos, nos lo demuestra el hecho de que, un par de años más tarde, la Orden de Santo Domingo se sintió llamada a convertir aquel naciente santuario en un centro de apostolado mariano, y por medio de Fr. Lope Barrientos, maestro y confesor del príncipe D. Enrique, acudió al rey, que, a su vez, recurrió al obispo de Salamanca, y éste el 19 de septiembre de 1436, en Vitigudino, expedía estas letras:
«Sepades que, por cuanto en nuestra diócesis y obispado, por devoción de las gentes y milagros grandes que Dios ha mostrado en honor de la Virgen, nuestra Señora, se ha comenzado a fundar una ermita, que llaman Santa María de Francia, a do muchas gentes concurren, y por cuanto nuestro señor el Rey, codiciando que la devoción de la Virgen María sea acrecentada en los pueblos cristianos y ella mejor servida, afectuosamente nos envió a rogar que Nos ficiésemos donación de la dicha ermita a la dicha Orden de Predicadores; por ende, por la presente Nos damos e traspasamos perpetuamente la dicha ermita de Francia, con todas sus pertenencias, para fundar un convento de la Orden de Santo Domingo».
Y como, por razón del sitio en que la ermita se había levantado, no fuera tan claro que pertenecía al obispado de Salamanca, el 26 de abril de 1437 el cabildo de Coria, sede vacante, expidió un documento en todo semejante al del prelado salmantino. En virtud de esto, el rey despachó en Illescas, el 19 de noviembre de 1436, una real cédula a favor de Fr. Lope Barrientos, cuyas son estas palabras:
«Por cuanto a mi noticia ha venido que en la Sierra de Francia, que es cerca de La Alberca e cerca de Granadilla, se ha descubierto una imagen de nuestra Señora, por la que se dice que nuestro Señor hace muchos milagros, lo cual podemos creer que así ha sucedido, y porque en la Sierra el servicio de la dicha Señora, la Virgen María, nuestra abogada, sea acrescentado y asimismo la devoción de las gentes, así por la más acrescentar, delibero y ordeno que, a reverencia de Nuestra Señora, sea fecha una casa o monasterio de la Orden de Santo Domingo de los frailes predicadores».
Y, mirando a las condiciones del sitio, que pudiera resultar poco habitable, añade la facultad de fundar casa «en amor de la dicha Sierra de Francia que fuese lugar continuamente habitable, o al pie de la dicha Sierra, si en invierno no fuese lugar habitable en las alturas de la dicha Sierra».
Por la misma fecha, el provincial de Santo Domingo, Fr. Lope de Gallo, aceptaba la donación con el propósito de fundar un convento, y el 11 de junio de 1437 Fr. Juan de Villalón, confesor de la reina, tomó posesión con todas las solemnidades de uso, y asimismo recibió las cuentas de los mayordomos que hasta entonces habían administrado el santuario.
Cuatro meses más tarde tenía lugar la erección canónica del convento, uno de los seis que Fr. Luis de Valladolid había obtenido del papa Martín V en el concilio de Constanza, el año 1418.
Tales son los orígenes del santuario y convento de Nuestra Señora de la Peña de Francia.


NUESTRA SEÑORA DE COVADONGA, SALVE PARA SOLICITAR SU PROTECCIÓN Y AYUDA



ORACIÓN

Bendita la Reina de nuestra montaña,
que tiene por trono la cuna de España
y brilla en la altura más bella que el sol.

Es Madre y es Reina.
Venid, peregrinos,
que ante ella se aspiran
amores divinos
y en ella está el alma
del pueblo español.


Dios te salve,
Reina y Madre
del pueblo que hoy te corona
en los cánticos que entona
te da el alma y corazón
causa de nuestra alegría,
vida y esperanza nuestra,
bendícenos Madre Nuestra,
y danos tu protección.

Como la estrella del alba
brilla anunciando la gloria
y es el pórtico la gruta
del templo de nuestra historia.

Ella es el cielo y la fe,
y besa el alma de España
quien llega a besar su pie.

Virgen de Covadonga,
Virgen gloriosa,
flor del cielo
que aromas nuestra montaña
tu eres la más amante,
la más hermosa,
Reina de los que triunfan,
Reina de España.

Nuestros padres sus ojos a Ti volvieron
y siempre por Ti,
fueron escuchados,
con tu nombre en sus labios
en su corazón te llevaron,
con tu amor en las almas
siempre vivieron.

Cuídanos Madre Nuestra,
pues a ti recurrimos,
en los momentos buenos,
para celebrarte,
y en los momentos malos,
para suplicarte,
siempre con confianza,
de que somos escuchados.

(Hacer las peticiones)

Amén.

Rezar 3 Ave María y la Salve. 


La oración junto a los rezos se hacen cinco días seguidos.

Historia de Nuestra Señora de Covadonga:
En la cordillera Cántabra se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de Covadonga. Picos que suben y suben, valles angostos, simas en vertical, bosques impenetrables, perenne verdor, riachuelos que se desploman de lo alto de las peñas...
 
Aquí llegaron, antes del nacimiento de Cristo, los romanos, no sin haber dejado tendidas en los pasos de los puertos las más aguerridas de sus legiones; y apenas se atrevieron a asomarse a este laberinto de montañas los visigodos.
En la parte oriental de Asturias hay un recinto más selvático y más bravío. Son las peñas más altas y los valles más angostos: remolinos, repliegues y desgajaduras de un cataclismo geológico. La Geografía llama a estos lugares Picos de Europa, paraíso de cinegetas y alpinistas. En ellos trepan los osos y triscan las cabras salvajes y los rebecos y vigilan desde la altura las águilas reales. Hay lagos puros como el cristal y bosques vírgenes que no ha mancillado el hacha del leñador. Aún hoy, que la civilización humana ha roto el secreto de aquellos parajes, forzando el paso de puertos y cañadas con carreteras atrevidas, sólo penetran en parte de aquel círculo de Peñascos decididos escaladores o pastores nativos. No es, por tanto, extraño que, ya de antiguo, se considerasen las montañas astures como murallas colocadas por la mano de Dios.
Los viejos cronicones comparan la solidez defensiva de estos riscos con los muros inexpugnables de la imperial Toledo. Por ello a estas breñas se acogieron los residuos godos del Guadalete, y en ellas encontraron seguridad y refugio, cuando a los comienzos del siglo VIII quedaron las gentes godas barridas por los ejércitos africanos.

Huyendo de la catástrofe, llegó a Asturias Pelayo, de la estirpe real de los godos. En Asturias reunió un pequeño grupo de guerreros cristianos y en los montes asturianos, propicios para emboscadas, vivió algún tiempo. La historia y la leyenda se mezclan para relatarnos los primeros años de Pelayo entre los repliegues cántabros. De él se dice que penetró un día, persiguiendo a un malhechor, en la gruta de Covadonga, que allí encontró un altar dedicado a la Virgen María, y a un ermitaño que daba culto a la imagen en aquella soledad.
Pelayo perdonó en honor de la Virgen Santísima al fugitivo y, en cambio, el ermitaño predijo a Pelayo que sería el salvador de España en aquel mismo lugar.
Cronistas cristianos y árabes nos hablan de la batalla de Covadonga, y acaso los infieles puntualicen mejor que los cristianos y nos transmitan detalles más en consonancia con los hechos ocurridos. Unos y otros nos aseguran que en Covadonga hubo una gran lucha entre las aguerridas y numerosas tropas árabes, mandadas por Alkamán, y un grupo de cristianos acosados en una cueva, cuyo número los cronistas árabes calculan en trescientos, mientras que algunos cristianos los hacen llegar hasta tres mil.
Se dio la batalla, con la derrota y destrozo de los mahometanos, y en aquel lugar comenzó el reino cristiano de Asturias, siendo Pelayo declarado rey del incipiente reino.

Cuando Pelayo se encerró en la cueva de Covadonga, aún la naturaleza se mostraba en toda su selvática soledad y fiereza que después había de transformar un tanto la industria del hombre, rellenando las simas y destrozando las estalactitas y haciendo el lugar cómodamente accesible, cuando, hasta bien entrado el siglo XVI, el sendero de peaje que conducía a Covadonga ni siquiera era practicable para las cabalgaduras.
A ochenta kilómetros, hacia oriente, de la capital asturiana, siguiendo la margen izquierda de un pequeño riachuelo, por el fondo de un valle apretado, parte de Cangas de Onís el camino de Covadonga. A medida que se avanza el valle se estrecha y las montañas suben. De pronto, se cierra el horizonte con peñas tajadas y cubiertas de boscaje. A la vuelta de una pequeña colina aparece el monte Auseva, desnudo su tercio inferior, cortado en talud y avanzando hacia afuera, donde se abre la cueva o «natural ventana» de que nos hablan las crónicas.
Del fondo de la cueva se despeñan torrentes de agua, el Chorrón, que dicen los naturales. Es el único desagüe del río Orandi, que busca el valle a través de la roca del Auseva, llenando la cueva de rugidos y salpicando la montaña de espuma.
En esta cueva se encerró Pelayo con sus guerreros, alimentándose con la miel de las abejas silvestres que cuelgan sus panales en las hendiduras de la roca.
Esta noticia nos la transmite la crónica árabe del Ajbar Machmu'a, y las abejas, laborando a través de los siglos, han llegado hasta hoy con sus panales por las grietas, y rubricando así la veracidad de las crónicas.
Según las cristianas, que, en lo substancial y en muchos de los detalles, van de acuerdo con las árabes, Tarik, caudillo de los mahometanos cordobeses, al conocer la rebeldía de Pelayo mandó contra él un ejército de 187.000 guerreros a las órdenes de Alkamán. Acompañaba al ejército agareno el arzobispo Opas, traidor a su patria y a su fe.
Al llegar el ejército musulmán frente a la cueva, se adelanta el arzobispo para hacer desistir a Pelayo de sus propósitos. Nada consiguió Opas con sus parlamentos y, ante el fracaso del emisario, manda el jefe árabe avanzar a los honderos y saeteros.
«Los cristianos de la cueva —dice la crónica— no cesaban de suplicar día y noche a la Virgen María que hasta el día de hoy allí se venera. Y entonces se vio que las piedras mezcladas con los dardos se volvían desde la cueva contra los mismos que las enviaban, a manera de densísimas nubes, impulsadas por el viento del Norte».
Al verse los árabes así confundidos, retrocedieron desbaratándose, al tiempo que cargaba Pelayo sobre ellos con sus cristianos.
«Alkamán y Opas fueron muertos con ciento veinticuatro mil caldeos».
Los setenta y tres mil restantes remontaron, huyendo, los Picos de Europa, hacia la Liébana y, al pasar por un valle del Deva, se desgajó un monte sepultándolos a todos. La histórica batalla suele fecharse en el año 718 y, cuando escribía nuestro cronista, a los comienzos del siglo XII, casi todos los años daba señales el Deva de este desastroso final agareno, al crecer el río y descubrir y arrastrar despojos del sepultado ejército.
La leyenda popular supone aún hoy petrificado al traidor Opas en un peñasco, un poco más arriba de Cangas. La tradición siempre atribuyó al auxilio de la Madre de Dios este magnífico triunfo cristiano. Y es presumible que en Covadonga recibiese culto la Santísima Virgen antes de llegar Pelayo fugitivo a aquel lugar.


JESÚS DE MEDINACELI, ORACIÓN PARA CONSEGUIR UNA PETICIÓN DESESPERADA


Señor Nazareno de Medinaceli,
postrado con fervor ante tu divina Imagen
te presento mi alma desconsolada y abatida,
te presento mi vida y mis aflicciones.

A ti acudo, Señor lleno de esperanza
para decirte lo mucho que te amo y en ti confío,
quiero pedirte perdón por las faltas y pecados cometidos,
pues sé que tu en tu infinita bondad me lo darás,
esta y cuantas veces te lo pida.

Oh mi adorado Padre de Medinaceli,
extiende tus manos y bendíceme,
abre tus ojos y mírame, te lo pido por favor,
sabes lo mucho que necesito tu comprensión y auxilio.

Abre tu sacratisimo y dulce corazón
y derrama consuelo para que se alivien mis penas
y encuentre solución en mis tribulaciones.

Hoy me acerco a Ti, Señor,
para pedirte que me otorgues resignación y fe,
para solicitarte ayuda y poder seguir en el calvario.

¿Qué haré Señor mío, sufriente Nazareno,
si no acudo a Ti...?

¿Qué haré Señor, que tan humillado fuiste,
si no iluminas mis pasos....?

¿Qué haré, si no reconfortas mi espíritu...?

¿Qué haré si no sanas mi cuerpo...?

¿Qué haré señor, si no atiendes mis súplicas...?

¿Qué haré, dios mío, que haré...?

Qué sea tu inmensa bondad, tu gracia,
la que devuelva la virtud a mi alma,
permitiéndome que encuentre un refugio
en tu costado abierto, lacerado,
y allí, a salvo, pueda decirte
lleno de piedad y de amor
Dios mío y Señor mío.

Amén. 


Rezar tres Padrenuestros y tres Glorias.

Hacer con mucha fe y gran esperanza
una súplica a Nuestro Padre Jesús de Medinaceli,
teniendo la confianza de que por muy difícil que esta sea,
se obtendrá una respuesta favorable. 


Repetir la oración y los rezos tres días seguidos, 
o nueve como una novena si la petición es muy difícil.

ORACIÓN A LOS SANTOS ORENCIO Y PACIENCIA PARA CONSEGUIR LLUVIAS ABUNDANTES Y BUENAS COSECHAS

 
Gloriosos Orencio y Paciencia,
santos esposos mártires,
que florecisteis en Huesca
siendo queridos por todos
ya que siempre el bien hicísteis
a quién vuestra ayuda clamó.

Llenos de toda virtud
socorristeis a los pobres
en toda desgracia y necesidad,
dando al hambriento comida
y al oprimido, hospitalidad.

 
Muchos son vuestros milagros,
desterrando las sequías
que agostan y secan los campos,
pues enviáis desde el cielo
las lluvias que los fecundan,
reverdecen y de frutos los colman.

También nos libráis de plagas,
de las temibles langostas,
que arrasan voraces y hambrientas
nuestras plantas y cosechas.

Protegednos de tormentas,
enviadnos lluvias suaves
que fertilicen la tierra
y acaricien nuestra siembra
para obtener buenos frutos
y asegurar el sustento
del labriego fatigoso.

Santos Orencio y Paciencia
escuchad nuestras súplicas,
enviadnos aguas calmas
y por nuestras cosechas velad.

Amén


El anterior Martirologio romano señalaba el día 1 de mayo la memoria de los santos Orencio y Paciencia, con el título de mártires y situados en Huesca. El nuevo Martirologio no ha acogido esta memoria.

Según Justo Fernández Alonso en la Biblioteca sanctorum: «Se trata de santos legendarios, cuyo culto no es anterior al siglo XV» y no duda en llamar fabulosas las noticias referentes a ellos.


En la diócesis de Huesca se les celebra con el título de «padres de San Lorenzo» y su memoria litúrgica es obligatoria.

En la traducción española que hizo el P. Isla al Año cristiano de Croisset, los PP. Pedro Centeno y Juan de Rojas, agustinos, añadieron las noticias referentes a los santos españoles, y ellos son los que en dicha obra nos dicen que se llamaban Orencio u él y ella Paciencia y que eran personas ricas y muy caritativas y que Dios les concedió dos hijos, el uno Lorenzo, el futuro diácono y mártir en Roma, y el otro Orencio, a quien se identifica con el San Orencio, Obispo de Aux.

Se dice que habiendo venido a Huesca el papa San Sixto II, quedó prendado del Joven Lorenzo y lo llevó consigo a Roma. Poco después murió Paciencia.

Orencio, inspirado por Dios, marchó con su hijo Orencio al valle de Labedan en la diócesis de Tarbes, donde hizo sonoros milagros, y siendo ya su hijo Orenci0 obispo de Aux y habiendo conocido el martirio de Lorenzo en Roma, decidió volver a Huesca, donde por sus oraci0nes mandó Dios lluvias abundantes y muy necesarias.

Vivió una vida llena de piedad y buenas obras hasta su muerte.

Añaden que estos santos son invocados en la escasez de lluvia y contra las langostas, obteniendo gracias a su intercesión buenas y abundantes cosechas.



ORACIÓN DE LA SANTA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR PARA HACER PETICIONES MUY DIFÍCILES O PEDIR IMPOSIBLES

 
Esta oración se hace en la presencia de alguna imagen
de Cristo Crucificado o de la Santísima Cruz.

ORACIÓN
 
Señor mío Jesucristo,
que con tu divino y saludable contacto
santificaste el madero de la Santísima Cruz,
para lavar con ella y con tu Preciosísima Sangre,
las manchas de mis faltas y ofensas,
me postro ante ti para confesar mis culpas,
me pesa de todo corazón
todas las que contra Ti he cometido en mi vida,
espero que tu piedad infinita me las has de perdonar
y propongo enmendarme
con la ayuda de la gracia de Dios.

 
Venid oh cristianos, la cruz veneremos,
la cruz recordemos de Cristo Jesús.

¡Oh! Cruz Santísima,
más resplandeciente que todos los astros
y más santa que los santos;
para el mundo célebre, para los hombres amable;
que sola fuiste digna de contener en tu esencia
todo el rescate del mundo;
dulce leño, dulces clavos,
dulces penas que toleradas en ti
por mi Señor Jesucristo,
fueron el remedio nuestro.

Salva a todos los que con fe repiten tus alabanzas.
 
¡Dichosa Cruz que con tus brazos firmes,
sostuviste el sacrosanto Cuerpo de Nuestro Señor,
tú que eres árbol de la vida
y fuente de la bienaventuranza
te adoro y humildemente te alabo,
y doy a Dios muchas gracias,
porque se dignó honrarte
haciendo de Ti trono de la Majestad Divina,
para remedio del mundo.

Oh Santísima Cruz,
pongo debajo de tus misteriosos brazos
mis difíciles problemas y dificultades presentes
para que por tu virtud se digne el Señor remediarlas,
yo confío en que recibiré la ayuda que tanto preciso:

(decir con gran esperanza lo que se necesita conseguir).

Adorote Santa Cruz,
puesta en el Monte Calvario,
en ti murió mi Jesús, para darme eterna luz,
y librarme del contrario.

Venid oh fieles la Cruz adoremos,
la Cruz ensalcemos de nuestro Jesús,
dichosa esa alma que tiene presente
a quien con ardiente afecto le amó.

¡Oh Cruz adorable yo te amo, te adoro.
De gracias tesoro, emblema de amor!

Quisiera imprimirte, grabarte en mi pecho,
en llanto deshecho, deshecho de amor.

¡Oh almas amantes! venid al reposo,
de Jesús que amoroso la Santa Cruz abrazó.

 Así sea.

Hacer la señal de la Cruz, bien hecha y con calma,
desde la frente hasta el pecho
y del hombro izquierdo hasta el derecho,
y pronunciando los tres Santísimos nombres
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Esto trae bendición y muchos favores celestiales,
y aleja al demonio y libra de muchos males y peligros.

Venid oh cristianos, la cruz veneremos,
la cruz recordemos de Cristo Jesús.

Rezar cinco Padrenuestros y cinco Glorias.

Hacer la oración y los rezos tres días seguidos,
nueve si la petición es muy difícil o imposible.

 

 Para la fiesta del día de la Santa Cruz escribió San Pablo a los Gálatas:
 
«Nosotros sólo podemos gozarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual reside nuestra resurrección y nuestra vida, y por el que hemos alcanzado la libertad y la salud».
 
En el año 312, en guerra, pidió el emperador Constantino un signo al Señor de los ejércitos. Y este le dio, en un estupendo milagro:
 
Sobre un cielo deslumbrante de mediodía vio arder una cruz de sangre, con esta divisa: in hoc signo vinces. Era el lábaro de su victoria. Y más aún. En el sueño impaciente de aquella noche Cristo se le muestra, ordenándole que sus combatientes, sus armas, sus banderas, lleven su propio nombre sacro e invencible. Y mientras aquel 28 de octubre del 312 se alza al cielo, desde las siete colinas, el incienso inútil ofrecido por Majencio a los dioses paganos, la última batalla del Puente Milvio, sobre el Tíber, proclama a Constantino emperador triunfante en la señal de la cruz.

El famoso Edicto de Milán es el ofrecimiento de su Victoria a la cruz. Los cristianos se ven libres, con todos los derechos Jurídicos de los ciudadanos de Roma. En su brevedad, una sola idea se repite, con clara intención, para que no haya espacio a interpretaciones o dudas: la perfecta igualdad de ciudadanía para los creyentes, a los que ningún prefecto podrá, en adelante, torturar con los garfios y las cárceles ante la pública profesión de su fe, y, a los pocos años, el hallazgo de la cruz, como radiante trofeo de aquella gesta castrense.
 
Era muy lógico que Constantino y los de su casa anhelaran, muy ardientemente, poseer aquella cruz, aparecida en los cielos. Y es su madre Elena la que se pone en piadosa peregrinación hacia Oriente. Todo esto es pura histona.

La podemos seguir con Eusebio, por todo el itinerario, entre las aclamaciones entusiastas que la hacen, a su paso, las provincias del Imperio. Visita la cueva de Belén para seguir, con fidelidad, el recuerdo de la Vida de Cristo. Sobre el desnudo pesebre, que profanan unos altares en honor de Adonis, edifica un templo majestuoso, «de una hermosura singular, digno de eterna memoria».
 
Se detiene largamente en el lago, porque aquel mar de Tiberíades, que tiene geografía y curvas de corazón, palpita como el corazón de todo el Evangelio, como el mismo corazón de Cristo. y después a las agonías del monte de los Olivos. Y al Calvario.

A los comienzos del siglo IV el más inconcebible abandono cubría los santos lugares, a tal punto que la colina del Gólgota y el Santo Sepulcro permanecían ocultos bajo ingentes montañas de escombros. El concilio de Nicea dictó algunas disposiciones para devolver su rango y su prestigio a aquellas tierras sembradas por la palabra y la sangre del Redentor, mientras el mismo Constantino ordenaba excavaciones que hicieran posible recuperar el Santo Sepulcro.

Y allí estaba Santa Elena, alentando con su poder y sus oraciones el penoso trabajo. Se descubre una profunda cámara con los maderos, en desorden, de las tres cruces izadas sobre el Calvario aquel mediodía del viernes. ¿Cuál de las tres, la verdadera cruz de Jesucristo? Y entonces el milagro, para un seguro contraste.

Porque el santo obispo de Jerusalén, a instancias de Elena, las impone a una mujer desvalida, siendo la última la que le devuelve la salud.
 
Aún la tradición añade que, al ser portada la Vera Cruz, procesionalmente, en la tarde de aquel día, un cortejo fúnebre topó con el piadoso y entusiasta desfile, y, deseando el obispo Macario que más se certificarse sobre el auténtico madero, mandó detenerle, como Jesucristo en Naim, cuando los sollozos de la madre viuda le arrancaron del corazón el devolverle la vida a su único hijo muerto. Se probaron, con el que llevaban a enterrar, las tres cruces, y sólo la que ya veneraban como verdadera le resucitó. Era el 14 de septiembre del año 320.

La emperatriz Elena, en nombre de su hijo, edificó allí el Martyrium sobre el sepulcro, dejando la cruz enjoyada, para culto y consuelo de los fieles. Una parte fue enviada a Constantino, junto con los cinco clavos, dedicando a tan insignes reliquias la basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén para que toda la cristiandad la venerara y fortaleciera también la "roca" de Pedro. Dictó, además, Constantino un decreto, por el que nadie sería en adelante castigado al suplicio de la cruz, divinizada ya con la muerte del Hijo de Dios.

Las cristiandades de Oriente celebraron este hallazgo de la cruz con la pompa hierática de su rica liturgia, en el Martyrium de Constantino, consagrado el 14 de septiembre del 326. Precedían a la fiesta cuatro días de oraciones y rigurosos ayunos de todas aquellas multitudes que afluían de Persia, Egipto y Mesopotamia.

Muy pronto la fiesta del hallazgo se incorporó a las liturgias de toda la cristiandad cuando fueron llegando a las Iglesias occidentales las preciosas reliquias del Lignum Crucis, como regalo inestimable para promover entre los fieles el recuerdo vivo de nuestra redención.

Tres siglos después -3 de mayo del 630- acontecía en Jerusalén otro suceso feliz. El emperador Heraclio, depuesta la majestad de sus mantos y de su corona, con ceniza en la cabeza y sayal penitente, portaba sobre sus hombros, desde Tiberíades a Jerusalén, la misma Vera Cruz que halló Elena. En un saqueo de la Ciudad Santa fue sustraída por los infieles persas. Y ahora era devuelta al patriarca Zacarías con estos ritos impresionantes de fervor y humildad.

Las liturgias titularon este acontec1nuento con el nombre de «Exaltación de la Santa Cruz». Y, aunque las Iglesias Occidentales acogieron con entusiasmo semejante recuperación definitiva del Santo Madero, sólo muy tardíamente fue conmemorada su fiesta, según se ve en el sacramentario de Adriano.

El tiempo confundió la historia de ambas solemnidades. Y todo el Occidente cristiano, dando mayor acogimiento y simpatía al hallazgo de la cruz, lo celebró siempre en este día 3 de mayo, dejando para el 14 de septiembre la memoria de la «Exaltación».

 

SAN MAYEUL DE CLUNI, ORACIÓN AL MILAGROSO ABAD QUE CONCEDE TODO TIPO DE FAVORES


San Mayeul o San Mayolo, es invocado para obtener todo tipo de favores que se deseen conseguir. De hecho, hay pocos santos tan generosos como San Mayolo.
 
Este santo abad de Cluny, que vivió en el siglo X, mostró una caridad incansable combinada con una compasión todavía más grande.
 
Continuó después de su muerte su sacerdocio terrenal otorgando gracias y favores a todos aquellos que lo honran especialmente.
 

INVOCACIÓN

Es el Señor quien quita y da riquezas;
Él baja y levanta a quien quiere;
Es el que sabe disponer de todas las cosas
para la ejecución de sus planes,
y debemos reconocer en todas las cosas
la mano de su providencia.

Por lo tanto, Señor, vengo a confiar
a tu providencia el éxito de mis empresas
al ponerlas bajo la protección de San Mayolo.

A ti, San Mayolo, cuyo poder y caridad
salvaguardan a todos los que acuden a ti,
reza por nosotros y libra del dolor
a quienes con tanta fe te invocamos.
 
Concédeme el favor que te pido
(solicitar la gracia)
rogando a Dios por mi.

Dios de todas las cosas,
que hiciste todo por medio tu palabra,
que formaste al hombre con tu sabiduría,
para darle poder sobre las criaturas que has creado,
para gobernar el mundo con equidad y justicia,
y para juzgarlo con la justicia del corazón;
dame la sabiduría que otorgaste a tu siervo,
San Mayolo, que está a al lado de tu trono,
para llevar una vida justa, en amor y paz, 
y no me rechaces de entre todos tus hijos
cuando sea conducido ante tu presencia.
 
Que así sea.

 
SAN MAYOLO (SAN MAYEUL DE CLUNI)
Abad

Mayolo nació hacia 906, o según otros hacia 915, hijo de una opulenta familia de Valensolle, en tierras de Avignón (Provenza).

Perdió a sus padres siendo aún muy joven. Fourcher, el padre, aunque había hecho donación a la abadía de Cluny de veinte enclaves con sus correspondientes Iglesias, legó a Mayolo inmensos territorios que desgraciadamente fueron asolados por húngaros y sarracenos.

Mayolo se retiró entonces a la Borgoña, a Macón, donde fue acogido por un rico señor, pariente suyo. Bernón, Obispo de Macón, aconsejó a Mayolo, conociendo sus buenas prendas, a que entrara en el estado eclesiástico y lo hizo canónigo de su catedral; después lo envió a estudiar filosofía y teología a Lyón, que entonces tenía como reconocido maestro a Antonio, abad del monasterio de l'Ile-Barbe.

Mayolo tenía en la palabra y en el espíritu la agilidad del meridional y en su alma ardía un fuego que apenas era posible reprimir pero había aprendido el arte de tenerla siempre serena. De su época de estudiante alguien escribió:

«Era mas blanco que la flor del lirio, era mas puro que la nieve, sabía agradar a Cristo y descollaba sobre sus maestros por la dignidad de su Vida»

Vuelto a Macón, Mayolo recibió las órdenes sagradas hasta el diaconado, y habiendo sido hecho arcediano del Capítulo se aphcó con verdadero entusiasmo a ser un nuevo Esteban, por su piedad, Ciencia y caridad para con los pobres.

Comenzó a hacer donación de sus propios bienes en socorro de los necesitados y de los lugares de culto. Su administrador le abordó para reprochar sus dispendios y de hecho al sobrevenir poco después una hambruna, Mayolo no tuvo con qué socorrer a los pobres ni a sí mismo. Sin embargo, confiando en la providencia se mantuvo firme en sus buenos propósitos.

Así las cosas, poco después se encontró cerca de su aposento una bolsa conteniendo siete monedas de plata. No quiso disponer de ellas antes de avisar públicamente para conocer de quién eran. Nadie las reclamó y aunque reducido él mismo a una extrema penuria prefirió repartirlas enteramente entre los más pobres. La Providencia premió su confianza y al día siguiente le llegó una columna de carros con provisiones de allí de donde menos esperaba estos socorros.

Encargado de enseñar la filosofía y la teología a los clérigos de la Iglesia de Macón, lo hizo desinteresadamente y con gran éxito. Sus contemporáneos admiraban en él una suprema elegancia, un gesto noble, una exquisita sencillez. Si algo había capaz de romper su equilibrio era la afición por la lectura. Leía siempre, incluso yendo a caballo en los viajes. En cuanto a los poetas paganos, a los que miraba con simpatía en su primera época, siendo ya monje los consideró seductores de la imaginación.

No queriendo tener su recompensa sino en Dios, no quería ser reconocido por nadie, pero su reputación se fue extendiendo de tal modo que pronto se pensó en él como futuro obispo de Besançon. Mayolo rehusó la elección y para ponerse al abrigo de peligrosas ambiciones, partió para ingresar en la abadía de Cluny, muy floreciente entonces bajo el abad Aymard, su tercer abad.

Para ser monje, apenas tenía algo que cambiar sino los vestidos.

Progresó tan rápidamente en la humildad y en el conocimiento de la vida espiritual monástica que atrajo las miradas de toda la comunidad. Le hicieron bibliotecario y cuidó y llenó los estantes y armarios de libros religiosos, apartando los de los poetas mundanos pues decía:

«Los poetas divinos bastan a los monjes: Isaías y David, Sedulio y Prudencia. No manchéis vuestro espíritu con la muelle elegancia virgiliana».

Cuando fue «aproquisario» -una especie de oficio entre secretario, ecónomo y tesorero de la Orden-, tuvo que comenzar a hacer largos viajes, mas siempre por obediencia y con el más grande de los recogimientos.
 
En 948, Aymard nombró a Mayolo, en su lugar, como abad y le obligó a aceptar el cargo, aunque él, mientras vivió el anciano abad, se consideró a sí mismo como su Vicario, o mejor aún como el servidor de todos los monjes de la casa. Nunca se vio a un abad más humilde que Mayolo, más puntual, más disciplinado y exacto en hacer todo lo que tenía que mandar a los otros. Mayolo gobernó Cluny con la reputación de ser el más santo de los abades de su siglo.

Por donde pasaba, su acción se extendía a todos los órdenes de la vida social: construye, restaura, favorece las letras, recorre la cristiandad sembrando bendiciones y optimismos e introduce la influencia de las ideas cristianas en la mayoría de los gobernantes europeos. Los que le acompañaron y vivieron con él no cesan de contar los prodigios que Dios obraba por su medio, tanto para la gloria de Dios en la Iglesia como para obtener la santificación de los suyos.

Una de sus devociones preferidas era, en sus viajes, pasar por aquellos lugares que habían sido bendecidos por Dios con gracias extraordinarias por guardar en ellos una imagen santa, o los cuerpos de antiguos siervos de Dios. Además, antes de salir de Cluny hacía una buena provisión de limosnas para poder ir repartiéndolas por el camino.
 
En una visita que realizó a Nuestra Señora de Puy-en-Velay, un ciego le dijo que había recibido una revelación de parte de San Pedro en la que se le había dicho que recuperaría la vista cuando se lavase los ojos con el agua con la que el abad Mayolo se hubiera lavado las manos. El abad le dio entonces una severa reprimenda, advirtiéndole que eso era una mera superchería; y sabiendo que el ciego había estado pidiendo esta agua a los empleados que llevaba en su séquito se lo prohibió terminantemente. El ciego, sin descorazonarse, esperó al abad en Mont-Joie, y tomando al caballo por la brida, presentó una vasija a Mayolo para que la tocase con sus manos; Mayolo, emocionado ante tanta fe, echó pie a tierra y bendijo el agua y mojando sus dedos con ella trazó la señal de la cruz sobre los ojos del ciego. Luego, prosternándose con todos los que le acompañaban suplicó a la Madre de misericordia por el pobre ciego, pero éste antes de que se hubiera acabado la oración de Mayolo empezó a gritar: ¡Veo, estoy curado!

Pasando una vez por Coire, población de la región de Grisons, en viaje a Roma, Mayolo se encontró con que su obispo se encontraba enfermo y a punto de morir; fue a verle y a consolarlo exhortándole a la paciencia y a someterse a la voluntad de Dios. El obispo le pidió que le oyese en confesión; Mayolo le escuchó y le prescribió los remedios que su alma necesitaba.

Concibiendo algunas esperanzas de poderse curar en el cuerpo, el obispo suplicó insistentemente a Mayolo, puesto que se acercaba la semana santa, que él estuviese en la debida forma para poder consagrar el santo Crisma para el día de Pascua. Dios los escuchó a ambos y el Obispo se curó.

En este mismo viaje sucedió que un monje de los que le acompañaban le desobedeció gravemente; mas, poco después, arrepentido, le pidió perdón y le dijo que estaba dispuesto a cumplir la penitencia que juzgase oportuna. El abad le dijo:

«Estás seguro de que quieres que te dé una penitencia?».
 
Y como el monje dijese que sí, que estaba dispuesto, el abad viendo que por allí había un leproso pidiendo limosna le dijo al monje:
 
«Ve a aquel leproso y dale un beso».
 
El monje obedeció, y el Señor, para dar a conocer a todos cuánto le agrada la obediencia por el reino de los Cielos, curó al instante al leproso de su enfermedad.

Trabajó enormemente por extender el Ordo cluniacense y para que los monasterios fuesen el mejor exponente en la cristiandad de vida regular y cristiana en los que continuamente se daba gloria a Dios y se oraba por el bien de todos los pueblos.

llegó a enviar más de 950 cartas de hermandad a otros tantos monasterios que deseaban pertenecer a Cluny.
 
Mayolo ha sido considerado como el segundo fundador de Cluny. Toda la cristiandad contemplaba con asombro al abad de Cluny y acataba sus palabras como oráculos del cielo. Un Obispo hizo de él este elogio:

«Cada día somos testigos por nuestros oídos y por nuestros ojos de que la gloria de este hombre viene solo de Dios. Es verdaderamente un astro que ilumina nuestra tierra. Todos los siglos celebraran su memoria»

El año 991, ya nonagenario, sitió que su fin estaba próximo y eligió a su discípulo Odilón como su sucesor, tal como habían hecho sus predecesores. En 992 estaba muy falto de fuerzas y ya no quiso salir fuera y ni siquiera aparecer en público. Pero ningún velo llego a oscurecer el brillo penetrante de sus ojos, había vivido en un cuerpo virgen y hasta el ultimo día conservo el sello de su castidad intacta.

Hugo Capeto, rey de Francia, que desconocía su estado de salud, le pidió insistentemente que fuera a París para reformar la abadía de Saint-Denis y hacer revivir en ella el espíritu de los hijos de San Benito. Mayolo, enfermo, se puso en camino despidiéndose de los monjes de Cluny, persuadido de que no los volvería a ver nunca.
 
Llegado a Souvigny, en Bourbonnais, uno de los cinco prioratos que la gran abadía tenía en Auvergne, en la diócesis de Clermont, la enfermedad le detuvo para siempre y allí falleció santamente el viernes 11 de mayo, al día siguiente de la Ascensión del año 994. En su última hora, cuando todos lloraban en torno de su lecho, él se esforzaba por sonreír y les decía:
 
«Valor, amigos; demos gracias al Señor; que esta muerte inevitable sea para todos motivo de alegría, pues voy a mi Dios».

Su cuerpo fue enterrado en Souvigny en la iglesia monasterial de San Pedro. De todos los pueblos vecinos vinieron para venerarle. Eran tantos los milagros ocurridos ante su tumba que el obispo de Clermont, Beggón, canonizándole al estilo de entonces, mandó que sobre su tumba se erigiese un altar. Un siglo más tarde, en 1093, Urbano II mandó exponer sus restos a la veneración de los fieles. Pedro el Venerable llegó a decir que después de la Virgen no había habido un santo en Europa que hubiese hecho tantos milagros como San Mayolo.
 
Se puede decir que su culto comenzó el día de su muerte y ha perdurado hasta nuestros días. Los habitantes de Souvigny lo tienen por su celestial patrono y protector, y en la catedral de Puy-en-Velay se le recuerda con la misma veneración.
 
 
 

ORACIÓN PARA PEDIR PROTECCIÓN A LA VIRGEN DE SAN GERMÁN DE CONSTANTINOPLA


ORACIÓN
 
Acordaos Oh, Virgen Santísima de vuestros siervos.
Sostened sus oraciones.
Conservad su fe.
Haced que vengan a la unidad
las iglesias dispersas,
Haced que triunfe este reino,
que florezca la paz en el mundo.
Libradnos de todo peligro
y dignaos alcanzarnos un día
la recompensa eterna.
 
Amén.


 Lejos de Vos el pecado, oh Theotokos,
pues Vos sois una criatura nueva
y la Reina de los que, sacados de un barro fangoso,
están sometidos a la corrupción.

Yo lo sé, Vos tenéis,
en vuestra calidad de Madre del Altísimo,
un poder igual a vuestro querer.
 
Por eso mi confianza en Vos no tiene límites.
Nadie ha sido colmado del conocimiento de Dios
más que por Vos, oh Santísima;
nadie ha sido salvado más que por Vos,
oh Madre de Dios;
nadie escapa a la servidumbre más que por Vos,
que habéis merecido llevar a Dios
en vuestras entrañas virginales.
 
Gracias a vuestra autoridad maternal
sobre Dios mismo,
Vos obtenéis misericordia
para los criminales más desesperados.
 
Vos no podéis ser desatendida,
pues Dios condesciende en todo
y por todo a la voluntad de su verdadera Madre.
 
No hay nadie, oh Santísima,
que se haya salvado si no es por Vos.
 
Nadie, oh Inmaculada,
se ha librado del mal si no es por Vos.
 
Nadie, oh Purísima,
recibe los dones divinos si no es por Vos.
 
A nadie, oh Soberana, la bondad divina
concede sus gracias si no es por Vos.
 
Protegednos bajo las alas de vuestra bondad.
Sed nuestro socorro por vuestras intervenciones.

Vos nos salváis, por vuestras súplicas e intercesiones,
de los suplicios eternos.
 
También el afligido se refugia cerca de Vos.
El que ha sufrido la injusticia acude a Vos.
El que está lleno de males invoca vuestra asistencia.

Todo lo que es vuestro, Madre de Dios,
es maravilloso, todo es más grande,
todo sobrepasa nuestra razón y nuestro poder.

También vuestra protección está
por encima del pensamiento.
 
Amén
 
 
SAN GERMAN DE CONSTANTINOPLA
Obispo

Nació en el año 635, siendo Heraclio emperador bizantino. Su padre fue un prestigioso patrici0, llamado Justiniano, muerto alrededor del 669 por orden del suspicaz o envidioso emperador Constantino Pogonato.
 
De la Vida y actividad de Germán antes de obtener su primera prelacía apenas sabemos nada. Dos documentos antiguos nos revelan su afición a las Escrituras y a la contemplación, su viveza de ingenio y experiencia de los negocios. En todo caso parece que ya antes del 711 era Obispo de Cízico en el Helesponto.

Poco después el monotelismo (herejía defensora de una sola voluntad en Cristo), aunque ya recibido el golpe de muerte en el VI concilio ecuménico de 681, revivió por corto espacio con el emperador Filípico (711-713), el cual presionó de tal modo a Germán, que el anciano prelado tuvo la debilidad de ceder en el sínodo de Constantinopla, año 712. Pero su reacción en pro de la ortodoxia fue rápida

Al subir al trono de Oriente el católico Artemio (Anastasi0 II) mejora la situación. Depuesto Juan VI, patriarca heterodoxo de Constantinopla, es nombrado sustituto suyo, en 715, Germán, que cuenta ya unos ochenta años, pero cuyo espíritu joven sabrá resistir los embates de sus adversarios en la época subsiguiente.

Se suele colocar al comienzo de su patriarcado un sínodo de 100 Obispos, donde habrían sido anatematizados los autores del monoteísmo, entre otros los antecesores de Germán en la sede constantinopolitana, Sergio, Pirro y Pablo. Pero, según Grumel, el documento de las Actas es, por lo menos, dudoso. Sin embargo, el repudio de aquella herejía se manifiesta en la carta del santo a los armenios.

De todos modos, la gloria más excelsa de Germán es su actitud indomable ante la herejía iconoclasta, denominada así por propugnar la destrucción de las imágenes (de Cristo y de los santos).

El furor de este movimiento, avivado por cierta tendencia oriental, idealista y antiplástica, data del siglo VIII. Sea por influjo de la actitud hostil de los árabes (para quienes el culto cristiano de tales representaciones sensibles equivalía al idolátrico de los paganos), sea por motivos religiosos de reforma (ante algunos abusos de la época en lo tocante a este culto), tal vez por razones políticas de césaropapismo, o mejor aún por la educación del emperador León III el Isáurico (716-741) en un ambiente de paulicianismo maniqueo, lo cierto es que este príncipe desencadena una violenta lucha contra las imágenes en 725 con la adhesión de algunos obispos (sobre todo de Constantino de Nicolia en Frigia), que quizá veían en el culto de los iconos un estorbo para la conversión de los infieles.

Germán resiste desde el principio. Debió ser bien doloroso para el santo recordar la escena donde él mismo había coronado a León, conforme al ceremonial católico, y donde el príncipe había jurado retener la fe verdadera, decisión reiterada por él en carta al papa Gregorio II. Ahora, en 724-725, León cambia por completo y da comienzo a su campaña iconoclasta.

Germán pone en guardia al Pontífice y le informa de su resistencia al emperador. El texto de la carta se ha perdido, pero se conserva la respuesta del Papa, lleno de admiración ante la actitud vigorosa del patriarca, que contaba entonces unos noventa años: «Cada hora me acuerdo de tu entrega y considero mi más sagrado deber el saludarte como a hermano mío y propugnador de la Iglesia».

También se conservan otras tres cartas del santo, referentes a esta misma controversia. Una a Juan, metropolitano de Synades, a propósito del ya citado Constantino de Nicolia, hostil al culto de las imágenes, otra a éste, recordándole las promesas hechas a Germán de cesar en su actitud iconómaca, y la tercera a Tomás de Claudiópolis: en esta última principalmente se esfuerza el Patriarca en demostrar por la Escritura y los Padres que la honra tributada a las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos no es idolatría, sino culto dirigido al prototipo a través de la representación sensible.

Más emotiva es la admonición al mismo emperador (17 de enero del 730), donde el casi centenario prelado se declara dispuesto a morir en defensa del culto de las imágenes: hermoso es dar la vida por el nombre de Cristo, impreso en su efigie externa.

Tal grandeza de alma, junto con el apoyo que el Papa y San Juan Damasceno prestaban al patriarca, contiene a León de tomar decisiones demasiado violentas, pero manifiesta su deseo de que Germán señale sucesor en la sede constantinopolitana.

Finalmente, en una reunión celebrada por el emperador, el noble anciano, despojándose de su ropaje episcopal, concluye un largo discurso con estas palabras:

«Si soy como Jonás, que se me arroje al mar; pero haría falta un concilio ecuménico para que yo cambiara mis creencias».

Después se retira a Platanión, finca de familia, cercana a la capital, y allí muere en 733.
Desde el punto de vista doctrinal son importantes sus sermones mariológicos, por ejemplo en lo tocante a la mediación universal de la Virgen. Dos de ellos, consagrados a la muerte (= Dormición) de Nuestra Señora, son buen testimonio de la creencia del docto y piadoso patriarca en la asunción corporal y en la realeza de la Madre de Dios.

Los golpes de la corrupción no podían quebrar el vaso de la divinidad, ni el cuerpo virginal, todo casto y santo, iba a resolverse en polvo, como el de la antigua Eva, madre del polvo. No así María: Madre de la vida y de la luz, es transportada al paraíso, llenándolo de su propia gloria; es el tránsito al descanso celeste y a las delicias de Dios.



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