NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA, ORACIÓN DE AYUDA, PROTECCIÓN Y DEFENSA


ORACIÓN

Santísima Virgen María,
Virgen de la Peña de Francia,
Madre de los creyentes,
que encuentran en Ti acogida:

Te consagramos, Señora y Madre nuestra,
con un corazón sincero,
junto con todo nuestro ser,
el fruto de nuestros trabajos
y la grandeza de las almas
y los campos que se extienden
a los pies de tu montaña.

Te sentimos como estrella
que iluminas nuestro camino.

Te invocamos como defensora en los peligros.
Acudimos a ti en todas nuestras necesidades.

Santa María de la Peña de Francia,

fuente de luz y de vida
para cuantos buscan consuelo en Ti:
bendice nuestros hogares, tierras,
trabajos y vida toda.

Concédenos que, protegidos por tu manto de Madre,
tantas veces besado, conservemos, íntegra la fe,
vivamos con fuerza la caridad
y aumentemos nuestra esperanza hasta que,
acompañados por Ti, merezcamos
vivir para siempre en la Casa del Padre.

Concédenos que, a ejemplo tuyo,
vivamos con fidelidad el evangelio de Jesucristo
y seamos dignos hijos tuyos y así participar,
como Tú, de la alegría y felicidad
que se ofrece a los seguidores de tu Hijo Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.

AMÉN. 

Rezar tres Avemarías y un Gloria. 

Repetir la oración y los rezos tres días seguidos.

ORIGEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA:
Las manifestaciones divinas del amor de Dios a María son también manifestaciones de la misericordia del Señor para con los hombres en las épocas de grandes crisis sociales, que piden para su solución especial auxilio de la piedad divina.
Sufría en el siglo XV una de estas crisis el reino de Castilla, cuando los hijos de aquel noble caballero llamado D. Fernando de Antequera, a quien los compromisarios de Caspe otorgaron la corona de Aragón, se propusieron poner el reino a la sombra de un monarca menos capaz de lo que pedían las circunstancias históricas por las que el reino atravesaba. Pues para remedio de los males que estas revueltas causaban, no menos perjudiciales a la vida cristiana que a la civil, quiso el Señor establecer en el corazón de Castilla este santuario de la Peña de Francia.


Forma esta peña parte de la cordillera que separa las provincias de Salamanca y de Cáceres. El nombre «de Francia» tiene, sin duda, su origen en la colonia que contribuyó a la repoblación de Salamanca en el siglo XI.
Se eleva la peña a una altura de 1.720 metros sobre el nivel del mar y unos mil sobre la meseta castellana, y, por hallarse destacada y sin abrigo alguno de otras montañas, está más expuesta a la violencia de los elementos meteorológicos.
Una tradición, que fue consignada por escrito por primera vez el año 1544, en la historia que entonces se publicó, nos dice que en el año 1434, reinando en Castilla D. Juan II, el 19 de mayo, miércoles infraoctava de Pentecostés, fue hallada, en lo más alto de la peña, una imagen de María con el Niño en los brazos de la Madre, y que desde el principio comenzó a distinguirse con multitud de gracias celestiales, que atraían al lugar innumerable multitud de fieles.
La tradición detalla el suceso, atribuyendo el hallazgo a cinco hombres del vecino pueblo de San Martín, movidos por un personaje que había llegado aquellos días allí llamado Simón Vela. Este, según la referida historia, era francés y había recorrido toda su nación buscando una imagen que estaba escondida en un lugar llamado Peña de Francia, y cuyo hallazgo a él estaba reservado.
Su apellido no seria otra cosa que la orden del cielo que continuamente resonaba en sus oídos diciéndole:
«Simón, vela, no duermas, busca en la Peña de Francia el tesoro que te tiene reservado el cielo».
Cansado de recorrer en vano las tierras de Francia, vino a Salamanca, esperando que entre los estudiantes de la Universidad hallaría quien le diese noticias de la Peña de Francia, donde, según la voz del cielo, se hallaba oculta la imagen que buscaba.

Al fin, en la plaza del Corrillo, de Salamanca, oyó hablar de la Peña de Francia, y con esta noticia se vino a San Martín del Castañar, donde comunicó su secreto y encontró a los hombres decididos que le ayudaran a dar con la imagen tan deseada. Hallada ésta, Simón se constituyó en el abnegado servidor de la imagen, y procuró, con ayuda de los devotos que venían, construir una ermita. Allí perseveró en compañía de los religiosos dominicos, que a su muerte le dieron sepultura en la misma ermita. La cabeza se guardaba más tarde en la sacristía en una urna, y hoy está en el santuario de Robledo, en Sequeros.
 
Estos hechos nos prueban la historicidad del personaje, aunque no que su apellido, tan castellano o portugués, sea la traducción de la orden celestial que sonaba de continuo en sus oídos.
En la villa de Sequeros se venera la memoria de una joven que diez años antes había anunciado el hallazgo de la imagen y los orígenes del santuario de la Peña de Francia.
Los primeros agraciados de la Virgen fueron los obreros que hallaron la imagen, a quienes curó de diversos males que padecían. Con esto comenzó a concurrir al sitio multitud de fieles, atraídos por los favores que recibían del cielo. Cuántos serian éstos, nos lo demuestra el hecho de que, un par de años más tarde, la Orden de Santo Domingo se sintió llamada a convertir aquel naciente santuario en un centro de apostolado mariano, y por medio de Fr. Lope Barrientos, maestro y confesor del príncipe D. Enrique, acudió al rey, que, a su vez, recurrió al obispo de Salamanca, y éste el 19 de septiembre de 1436, en Vitigudino, expedía estas letras:
«Sepades que, por cuanto en nuestra diócesis y obispado, por devoción de las gentes y milagros grandes que Dios ha mostrado en honor de la Virgen, nuestra Señora, se ha comenzado a fundar una ermita, que llaman Santa María de Francia, a do muchas gentes concurren, y por cuanto nuestro señor el Rey, codiciando que la devoción de la Virgen María sea acrecentada en los pueblos cristianos y ella mejor servida, afectuosamente nos envió a rogar que Nos ficiésemos donación de la dicha ermita a la dicha Orden de Predicadores; por ende, por la presente Nos damos e traspasamos perpetuamente la dicha ermita de Francia, con todas sus pertenencias, para fundar un convento de la Orden de Santo Domingo».
Y como, por razón del sitio en que la ermita se había levantado, no fuera tan claro que pertenecía al obispado de Salamanca, el 26 de abril de 1437 el cabildo de Coria, sede vacante, expidió un documento en todo semejante al del prelado salmantino. En virtud de esto, el rey despachó en Illescas, el 19 de noviembre de 1436, una real cédula a favor de Fr. Lope Barrientos, cuyas son estas palabras:
«Por cuanto a mi noticia ha venido que en la Sierra de Francia, que es cerca de La Alberca e cerca de Granadilla, se ha descubierto una imagen de nuestra Señora, por la que se dice que nuestro Señor hace muchos milagros, lo cual podemos creer que así ha sucedido, y porque en la Sierra el servicio de la dicha Señora, la Virgen María, nuestra abogada, sea acrescentado y asimismo la devoción de las gentes, así por la más acrescentar, delibero y ordeno que, a reverencia de Nuestra Señora, sea fecha una casa o monasterio de la Orden de Santo Domingo de los frailes predicadores».
Y, mirando a las condiciones del sitio, que pudiera resultar poco habitable, añade la facultad de fundar casa «en amor de la dicha Sierra de Francia que fuese lugar continuamente habitable, o al pie de la dicha Sierra, si en invierno no fuese lugar habitable en las alturas de la dicha Sierra».
Por la misma fecha, el provincial de Santo Domingo, Fr. Lope de Gallo, aceptaba la donación con el propósito de fundar un convento, y el 11 de junio de 1437 Fr. Juan de Villalón, confesor de la reina, tomó posesión con todas las solemnidades de uso, y asimismo recibió las cuentas de los mayordomos que hasta entonces habían administrado el santuario.
Cuatro meses más tarde tenía lugar la erección canónica del convento, uno de los seis que Fr. Luis de Valladolid había obtenido del papa Martín V en el concilio de Constanza, el año 1418.
Tales son los orígenes del santuario y convento de Nuestra Señora de la Peña de Francia.


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