ORACIÓN DE CUARESMA
Señor y Maestro de vida,
Señor y Maestro de vida,
no me abandones al espíritu de pereza,
de desánimo, de dominación
y de vana charlatanería.
Antes bien, hazme la gracia,
a mi tu siervo,
del espíritu de castidad, de humildad,
de paciencia y de caridad.
Sí, Señor-Rey,
concédeme el ver mis faltas
y no condenar a mi hermano.
¡Oh, Tú, que eres bendito
por los siglos de los siglos.
Amén.
Fue San Efrén, diácono de Siria, hombre de elocuencia singular, lo mismo para predicar al pueblo que para escribir poesías y canciones.
Un hagiógrafo, al referirse a esta cualidad de San Efrén, calificó al santo de "lira del Espíritu Santo". De él se cuenta una anécdota que da buena idea de la impresión que despertaba hablando ante el pueblo.
Un hagiógrafo, al referirse a esta cualidad de San Efrén, calificó al santo de "lira del Espíritu Santo". De él se cuenta una anécdota que da buena idea de la impresión que despertaba hablando ante el pueblo.
Se dice que había un anciano, asiduo oyente de Efrén, que tuvo en sueños una visión, mientras escuchaba sus palabras.
Según dijo, vio de pronto que una legión de ángeles descendía de lo alto y sostenía un libro frente al predicador, significando que Efrén hablaba inspirado por la Suprema Sabiduría.
Otra anécdota relacionada con su especial capacidad para componer, es ésta: cuando era predicador y recorría los pueblos de Siria, encontró en un lugar un grupo de hombres que pertenecían a una secta herética, y este grupo ideó un modo para combatir la doctrina que difundía Efrén.
Compusieron unas canciones con música pegadiza, en cuya letra se burlaban de ciertas cosas esenciales en la fe cristiana.
San Efrén discurrió emplear el mismo procedimiento, pero a la inversa: compuso unos versos en los que alababa todo cuanto las canciones impías atacaban, y aprovechando la misma melodía de éstas, hizo cantar sus canciones edificantes.
En poco tiempo, el ardid de los detractores de la doctrina se había venido abajo, pues el pueblo prefirió los hermosos versos de Efrén, y fueron sus canciones las que se repitieron y propagaron en mayor medida.
Este es un hecho rigurosamente histórico, y como prueba de ello, todavía se conservan sus manuscritos en lengua siriaca, con sus letrillas y canciones.
Pero no sólo esto escribió el santo. Su obra tiene gran volumen y variedad. Escribió maravillosos comentarios a las Sagradas Escrituras, sermones, poemas; hizo muchas traducciones, y así también sus textos fueron traducidos al latín. Los especialistas destacan como particularmente notables, los que están dedicados al misterio de la Sagrada Eucaristía.
Para que se tenga idea de la vasta producción literaria y poética de San Efrén, baste decir que la edición de sus obras principales, hecha en Roma en 1732, ocupa seis volúmenes en folio.
Por estos méritos, el humilde diácono de Siria ocupa en la Iglesia Católica un lugar distinguido entre los doctores antiguos que se conocen como "Padres de la Iglesia", junto con Santo Tomás, San Bernardo, San Jerónimo y tantos más.
Como ocurre con los personajes de épocas tan remotas, y sobre todo en país en donde no existía la menor tradición iconográfica, la figura dé santo no fue trazada ni esculpida, sino muchos siglos después. Las imágenes que aparezcan de San Efrén, pues, son aquéllas basadas en los rasgos que la tradición oral fue transmitiendo, y que los pintores y dibujantes utilizaron mucho tiempo después.
Como complemento a los datos biográficos, cabe señalar que hay algunos hagiógrafos que afirman que Efrén frecuentó la escuela de Nísibe, y que luego fue maestro de ella. Otros autores no registran este hecho, pero dadas las características de Efrén, es muy verosímil que así haya sido, pues predicador, poeta y hombre de letras lo fue en grado eminente.
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