JESÚS ARROJA DEL TEMPLO A LOS MERCADERES



El Templo de Jerusalén erigido por Salomón, había sido arruinado por Nabuzardán, general de Nabucodonosor, en el año 588 antes de Cristo, quedando en pie, sin embargo, los gigantescos muros que formaban su recinto exterior, sobre los cuales, setenta años más tarde, y rotas por Ciro las cadenas del cautiverio,  Zorobabel emprendió su reconstrucción, inaugurándose el nuevo Templo en el sexto año del reinado de Darío, 516 años antes de la venida del Salvador, inmolándose cien becerros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos por los pecados del pueblo de Israel. 


El tirano Herodes, intentando ganarse la voluntad de los judíos, prosiguió la restauración, empleándose mil carros en la conducción de materiales, y diez mil hombres en los trabajos de la obra.
Vastos pórticos rodeaban las naves del edificio, que, al cabo, pudo abrirse el año 16 de nuestra salvación.

Este templo de Herodes vio a José y María rescatar, mediante la ofrenda de dos palomas, al divino Niño, y oyó el Nunc dimittis servum tuum Domine (Ahora, Señor, despides a tu siervo), del anciano Simeón y las entusiastas bendiciones de la profetisa Ana.
En él, á la edad de doce años, enseñó el Hijo de Dios a los doctores, y después este mismo recinto volvió a verle en ciertos días señalados, cuando sus padres lo llevaban consigo, de Nazareth a Jerusalén, para celebrar allí las fiestas de Pascua, de Pentecostés o de los Tabernáculos; y, en los últimos años de su vida mortal, el templo es, con frecuencia, el lugar de sus divinas enseñanzas.
Por sus pórticos le agrada pasear con sus discípulos, habiéndoles de su reino celestial; en él fue tentado por el demonio, y perdonó sus pecados a la mujer adúltera; allí propuso las parábolas del buen Pastor, de los dos Niños, de los Viñadores y la del Banquete nupcial; allí pronunció el Reddite quce sunt Ccesaris Ccesari, et quce sunt Dei Deo (Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios); allí elogió el dinero de la pobre viuda; en aquél templo entró, entre ramos y palmas, el domingo de su triunfo; y en él predijo que, de tan grandes edificios, no quedaría piedra sobre piedra.

Mas los mercaderes judíos habían convertido el atrio del templo en profano centro de sus contrataciones comerciales, sin consideración ni respeto a la santidad del lugar, ni a la veneración que se debe a los sacerdotes del Altísimo.

Y habiendo entrado Jesús en el templo, comenzó a echar de él, a latigazos, a todos los que compraban y vendían, diciéndoles:
Escrito está: Mi casa es casa de oración, y vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. 

 
Santas y terribles palabras, que nos enseñan que, si Dios se halla presente en cualquier lugar, porque todo lo llena su espíritu infinito, en los templos se manifiesta más particularmente bajo las especies sacramentales de la Eucaristía; que, si bien la oración es siempre aceptada donde quiera que se eleve, el templo es el sagrado recinto más propio y adecuado para dirigir a Dios nuestros corazones; y, finalmente, que Dios tiene aparejados tremendos castigos a los sacrílegos que profanan, de cualquier modo, las iglesias y las cosas santas destinadas al culto religioso que todos le debemos.

0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK