Los Padres de Tierra Santa poseen en Thabarieh un pequeño convento en el que habitan únicamente dos ó tres religiosos procedentes de la casa de Nazareth, y además una reducida hospedería para los escasos peregrinos que hasta allí llegan; recientemente le han dado mayores proporciones. La iglesia, restaurada hace pocos años, data quizás de época anterior a la Edad Media, excepto la portada y el vestíbulo, obra de 1.874.
Dedicada a san Pedro, figura exteriormente el casco de un buque en memoria de la barca del pescador; consta de una sola nave y recibe escasa luz por aberturas que, más que ventanas, parecen saeteras; las paredes tienen diez palmos de espesor.
Adorna el santuario un buen cuadro, regalo del rey de Portugal, representando a Jesús en el acto de entregar las llaves al primero entre los apóstoles. Los griegos católicos de la ciudad, en número de trescientos, son propietarios de una pequeña iglesia y una escuela. Los judíos pasan de dos mil quinientos; originarios en su mayoría de Alemania, Polonia y España, conservan el idioma y el traje que usaron en estos países; los hay también procedentes de Siria y del norte de Africa.
Casi todos viven de las limosnas que les envían de Europa, y tienen cuatro sinagogas de mezquina apariencia en las que se reúnen los sábados para implorar el advenimiento del Mesías, que, según ellos, habrá de nacer en Tiberíades.
Entre ellos está aún muy en boga el estudio del Talmud. Al mediodía de la ciudad moderna se extendía, a lo largo de la playa, la ciudad antigua cuya mayor parte está hoy convertida en campos labrados, cementerios y terrenos yermos.
En aquellos solares se han hecho grandes excavaciones en busca de columnas y materiales de construcción, y sin embargo, aún se ven allí numerosos residuos de casas y edificios públicos. Uno de estos monumentos, orientado de oeste a este, estaba en su interior adornado con columnas monolíticas de granito ceniciento, quince de las cuales yacen todavía en el suelo. Se tienen por ruinas del templo que fundara Adriano y que tiempo después, el conde Josefo transformó en iglesia cristiana.
Más lejos se cree distinguir vestigios de un teatro y la figura elíptica de un circo. Hacia el oeste, un alto y peñascoso cerro servía de acrópolis a la ciudad; en las dos cumbres en que remata se ven las ruinas de antiguo castillo que guarda aún el nombre de Kasr-Beit-el-Melek (castillo de la casa del rey), por haber sido quizás, al propio tiempo que fortaleza, residencia real.
Siguiendo la costa hacia el sur se llega después de treinta minutos de marcha a unas ruinas llamadas Kharbet-el-Hammon, que es cuanto queda de un burgo o barrio situado junto a la ciudad de Tiberíades, confinando por el norte con ella, sin más separación que una muralla.
Lo rodeaba fuerte muro del cual subsisten todavía pedazos. Los cimientos de un torreón en inmediata altura, los de un edificio orientado de oeste a este y adornado con columnas, hoy caídas por el suelo, los escombros de varias casas, muchas cuevas funerarias abiertas en las laderas de las colinas de poniente, los restos de un acueducto que llevó un tiempo a la ciudad las aguas del Ued-Fedjaz son lo principal que en aquel sitio ha de fijar la atención del viajero.
Lo rodeaba fuerte muro del cual subsisten todavía pedazos. Los cimientos de un torreón en inmediata altura, los de un edificio orientado de oeste a este y adornado con columnas, hoy caídas por el suelo, los escombros de varias casas, muchas cuevas funerarias abiertas en las laderas de las colinas de poniente, los restos de un acueducto que llevó un tiempo a la ciudad las aguas del Ued-Fedjaz son lo principal que en aquel sitio ha de fijar la atención del viajero.
Los establecimientos de baños termales que en este lugar se alzaron florecientes han caído en ruinas, y los tres que ahora allí se encuentran son de construcción moderna. Dos de ellos tienen miserable aspecto; el tercero fue restaurado durante la corta dominación de Ibrahim Bajá cuyo nombre lleva, y por lo general se toma el baño en común. Son sus aguas muy renombradas contra el reumatismo, el escorbuto y la lepra, y se dice que cicatrizan rápidamente las úlceras especialmente.
Cuatro son los principales manantiales que los alimentan, y el agua, además de azufre, tiene en disolución sosa, cal, magnesia y cloro: su temperatura varía de 50 a 60 grados, despide penetrante vapor sulfuroso y sabe a amarga y salobre.
Entre los autores antiguos se limita Plinio a ensalzar, hablando de Tiberíades, la virtud de sus fuentes, pero sin indicar con su nombre especial el lugar inmediato a dicha ciudad en que brotaban; Josefo, por el contrario, lo designa con la denominación de Emmaus o Ammaus, debida a las mismas propiedades termales de las aguas.
Los talmudistas dan al burgo, villa o ciudad o lo que fuese, el nombre de Hamatha, idéntico seguramente al de Hammath con que se menciona en el libro de Josué, traducido al latín por el de Emath.
En estos baños residió Tito y en sus contornos estableció su campamento para la expugnación de Tarichées.
A poca distancia se encuentra el sepulcro del famoso filósofo hebreo Maimonides, fallecido en el año de 1204, y junto a él los de Rab Amí y Rab Ache, distinguidos talmudistas. Más lejos existe aún el del rabino Akiba, que fue el alma de la sedición de Bar-Cokheba.
Continuemos avanzando hacia el sur sin abandonar las riberas occidentales del lago, y no tardaremos en ver a nuestra derecha, en la cumbre de un alto collado, las ruinas llamadas Kharbet-Kedich. Quizás pertenezcan a la antigua Sennabris mencionada por Josefo, junto a la que, al marchar de Seytopholis a Tiberíades, acampó Vespasiano con tres legiones a treinta estadios al sur de la última ciudad y en una altura desde la que podía observar a los sediciosos que se esforzaban en alzar contra los romanos a los moradores de Tiberíades y Tarichées.
Se encuentran cerca otras ruinas llamadas Kharbet-el-Mellaba y Kharbet- el-Kerak.
Cubren las primeras un otero, sembrado todo él de escombros entre cardos y maleza y rodeado antiguamente de muros; a sus pies forma la costa una pintoresca ensenada que sirvió de puerto a Tarichées, en cuyo recinto estaría comprendida. Lo confírma la denominación que a estas ruinas dan los árabes, ya que el nombre de mellaba no tiene otro significación que la raíz del griego tarichées usado por Josefo, esto es, la de pescado salado o salazón, siendo obvio que la ciudad de Tarichées sería llamada así a causa de aquella industria. Junto al otero y a la inmediata calle se extiende una desigual llanura que muestra la figura de un gran triángulo con el vértice al septentrión y la base al mediodía, limitada por colinas que por su regularidad indican ser en parte naturales y en parte artificiales.
Por cuantos lados eran con facilidad accesibles las defendía un muro del que subsisten algunos residuos, pero en su casi totalidad está arrasado y al nivel del suelo, lo mismo que la ciudad que incluyó en su recinto.
Atravesaba la ciudad de norte a sur una calle larga y honda, convertida hoy en un barranco que termina en el punto en que el Jordán sale del lago por el extremo del sudoeste; el área que ocuparon las casas y los públicos edificios ha sido hace mucho tiempo rota y revuelta por la reja del arado, y únicamente en el vértice septentrional se conservó un lugarejo árabe, cuyas ruinas llevan hoy el nombre de Kharbet-el-Kerctk, en el cual ven los autores una corrupción del de Tarichées.
Esta ciudad formó parte del patrimonio señalado por Nerón a Agrippa, y fue otra de las fortificadas por Josefo en la época del alzamiento. Dicho queda la catástrofe con que tuvo fin la resistencia opuesta por sus defensores a las armas romanas.
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