JERÓNIMO EMILIANI, PROTECTOR DE LOS NIÑOS, ORACIÓN


San Jerónimo Emiliano, fue un santo de caridad,
llevó una vida humilde y silenciosa,
delicada con sus hermanos, pero sobretodo con los niños.
Hombre de bien y de todos, se podría decir de él,
que pasó por la vida entregando amor,
derramándose en aquellos que más ayuda necesitaban:
los más pobres y los afligidos. 

 
ORACIÓN

Oh buen san Jerónimo Emiliani,
que sabiendo de la predilección de Dios por los pequeños,
los niños y niñas más débiles e indefensos,
los recogías por la calle y cuidabas con cariño y ternura
siendo para ellos madre y padre,
con esmerado cariño y atención,
 remediando sus necesidades materiales y espirituales,
y educándolos fundándote en tres pilares muy sólidos: 


Trabajo, piedad y caridad.

Intercede ante el Señor por todos los niños del mundo,
para que puedan crecer en edad, sabiduría y gracia,
y sean respetados por su dignidad de personas
y tratados como hijos de Dios que son.

   Y a nosotros, que nos hemos ofrecido a Cristo
siguiendo tus huellas, guíanos y apóyanos
para que descubramos y denunciemos
las profundas llagas que aún pesan
sobre nuestros niños y niñas y jóvenes;
y para que sigamos haciéndonos cargo de ellos
con fe y entrega evangélica, o sea:
proclamando la paternidad amorosa
y la ternura de Dios hacia los pequeños y los pobres
y anunciando la liberación a los oprimidos
por cualquier forma de pecado personal y social,
y por toda clase de abandono, violencia y marginación. 

Amén. 

Pedir el favor especial que se quiere conseguir 
por la intercesión de san Jerónimo Emiliani. 

Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 

La oración se hace tres días seguidos. 

 
A principios de 1537, encontrándose uno de los huerfanitos recogidos por Jerónimo Emiliani completamente inmóvil y privado de los sentidos, a tal punto que le creían muerto, se incorporó de improviso, se iluminó de claridades su rostro y dijo con una sonrisa de beatitud:

"¡Qué cosa tan hermosa he visto!"
Y requerido por los presentes, agregó:
"He visto muy alto, en los esplendores del Paraíso, un sillón resplandeciente, todo de oro y gemas, sostenido por uno de nuestros niños que tenía en las manos un cartel en el que he leído: Este es el trono de Jerónimo Emiliani."
Imagínese cuáles serían la admiración y el contento de todos los circunstantes; pero el siervo de Dios hizo que el niño callase y se tranquilizara, para dormirse poco después en el Señor, y mandó que nadie volviera a hablar de aquello.
Si la visión del huerfanito fue testimonio sobrenatural de la futura gloria de Jerónimo, también fue un aviso de que el momento de la separación no estaba lejano: el siervo bueno y fiel iba a entrar pronto en el gozo de su Señor... todos lo comprendían y todos se sentían afligidos.
En cuanto a él, el deseo de la patria bienaventurada se sujetaba a la misma aceptación plena de la voluntad de Dios. Trabajar para su gloria, para extender el reinado de su amor divino; trabajar por el bien del prójimo; ejercitarse en las humillaciones de sí mismo, sufrir todavía más en la tierra; ésta había sido siempre la divina locura de su alma, el único objeto de su vida desde el día bendecido en que oyó en su conciencia la voz cariñosa del Maestro.
Y prosiguió, incansable, asistiendo a los enfermos. ¡Eran tantos los que querían verle, aunque no fuese más que para morir!
El día 4 de febrero le asaltó una fiebre violenta, y no pudo ya tenerse en pie.
Haciendo entonces un esfuerzo supremo, hizo traer a sus huerfanitos, les hizo sentar y les lavó los pies, besándolos con dulces lágrimas. Ante aquella escena que recordaba el adiós del Divino Maestro a sus apóstoles, lloraban todos de ternura y de dolor; era el postrer testimonio de amor de su Padre muy amado, la última acción meritoria de aquél que verdaderamente había sido el siervo de los pobres.
Los hermanos, entre tanto, habían tenido el cuidado de prepararle en una baja y estrecha habitación de la casa un pobre lecho que al fin había prestado un campesino de Somasca. Desde hacía mucho tiempo, Jerónimo se acostaba en la desnuda tierra, pero sin embargo aceptó por esta vez el amoroso ofrecimiento.
Antes de entregarse al descanso dibujó con sus propias en la pared frontera al lecho una cruz roja, símbolo del martirio y de la caridad. Y viendo ya inminente el momento de su tránsito a la vida eterna, quiso ver de nuevo a su alrededor a los hermanos y a todos sus hijitos.
Difícil sería imaginar una escena más conmovedora que aquélla. Rodearon su mísero lecho; estaban inconsolables; hasta los más chiquitines comprendían que dentro de poco quedarían privados de su Padre dulcísimo, y se arrojaban en sus brazos llorando. También él hubo de llorar ante el espectáculo de tanto amor, pero se tranquilizó en seguida, se recogió en fervorosa oración, sus ojos se elevaron al cielo, y sin un suspiro agónico voló a Dios su alma bendecida.
Era el amanecer del Domingo de Quincuagésima, el día ocho de febrero de 1537. Así murió, en un mísero tugurio, el noble patricio de la orgullosa República de los Dux, Jerónimo Emiliani.

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