SAN CARLOS BORROMEO, ORACIÓN PARA PEDIR AYUDA AL PADRE DE LOS POBRES


Se considera que San Carlos Borromeo pudo haber alimentado a 70.000 personas por día. Ahora tiene un hermoso santuario en la Catedral de Milán y se representa a menudo en el arte con sus túnicas, descalzo, llevando la cruz con una cuerda alrededor de su cuello y su brazo levantado en bendición.

ORACIÓN

¡Oh bendito San Carlos Borromeo!
Tu, que fuiste padre del clero,
y modelo perfecto de los santos prelados!
Siempre fuiste un buen pastor, que,
como tu Divino Maestro, Nuestro Señor,
diste tu vida por tus ovejas,
con numerosos sacrificios en tu misión. 

  
Tu generosidad y bondad en la vida
te hicieron santo en la tierra
y ha sido un gran motivo de estímulo
para tus más fervientes adeptos,
tu penitencia ejemplar fue un reproche a la negligencia,
y tu celo infatigable fue el apoyo de la Iglesia.

¡Oh! Bendito e insigne padre de los pobres
san Carlos Borromeo,
ángel de la caridad para enfermos y necesitados,
y para todos modelo de fe, de humildad,
de pureza, de virtudes,
y de constancia en el sufrimiento.

Empleaste todos tus dones
para la mayor gloria de Dios,
y para la salvación de los hombres,
siempre con un sacrificio total,
hasta el punto de ser víctima
de tu bondadosa entrega.

Concédenos a tus fieles devotos,
ayuda en nuestras necesidades,
solución a nuestras deudas,
amparándonos con tu protección,
 otorgándonos firmeza en nuestros propósitos,
y un fuerte espíritu de sacrificio
marcado por la tenacidad y constancia,
para el bien de nuestras vidas, almas y mente. 


Amén. 

Hacer la petición con mucha esperanza 
y rezar tres Padrenuestros y Gloria.  
Repetir la oración y los rezos por tres días seguidos. 

  

Descendiente de una ilustre y encumbrada familia, Carlos Borromeo fue un hombre de conciencia recta en grado sumo, y fiel cumplidor de los deberes de su cargo a pesar de su juventud.
El papa deseaba vivamente la continuación del famoso Concilio de Trento, que se encontraba interrumpido, y decretó que volviera a reunirse en dicha ciudad. Como era tío de Carlos, se valió de éste para tan difícil misión y quedó sumamente satisfecho, ya que su sobrino fue un activísimo promotor de aquella trascendental asamblea. Por sólo esto sería ya digno de un perpetuo recuerdo entre los grandes hombres de su tiempo.
Terminado el Concilio fue nombrado arzobispo de Milán, y entonces, habiendo con mucha dificultad obtenido del papa el permiso de ir personalmente a gobernar su diócesis, se consideró obligado, más que nadie, a poner en práctica todo lo mandado por el Concilio y a dar ejemplo de lo que debe ser un obispo.
La primera obligación del pastor es residir y habitar en su propia diócesis. Por eso fue todo un acontecimiento la llegada del cardenal arzobispo a la ciudad de Milán, en donde hacía sesenta años que no se hablan presentado los representantes de aquella vasta diócesis. Carlos, como vieron sus diocesanos, venía para quedarse entre ellos.
La segunda grave obligación del obispo es la de conocer a sus feligreses y enterarse de sus necesidades, para poder remediarlas según sus posibilidades. Por lo cual el joven dignatario, olvidándose de incomodidades y molestias, se dedicó a visitar y conocer personalmente todas y cada una de las parroquias de su extenso territorio, que comprendía una parte de Suiza. Y lo hizo a fondo y metódicamente. Por eso, primero enviaba sacerdotes de su confianza, a modo de exploradores que le trajeran información, y luego llegaba él y procuraba poner remedio a lo malo y fomentar lo que había de bueno.
No menos grave es la obligación que tienen los obispos de gobernar, corregir y enseñar a sus subordinados. En esto, Carlos Borromeo fue genial. Con la frecuente celebración de sínodos o reuniones del clero, organizó la vida parroquial y se dio cuenta del estado de sus sacerdotes. Con la legislación punitiva, liquidó innumerables abusos.
Tuvo muchos y encarnizados enemigos, pero fueron muchísimos más los que le profesaban amor y veneración profundos. Bastaba saber que el cardenal venia para que la gente se pusiera en actividad, llena de entusiasmo.
Por último, la caridad para con todos es señal distintiva del obispo digno de su cargo, y esta virtud tuvo oportunidad excelente de mostrarse esplendorosa en la breve vida del arzobispo de Milán, cuando la ciudad y sus contornos fueron castigados por el azote de la peste.
Sería necesario un largo escrito para describir la heroica actividad y el intenso trabajo con que Carlos Borromeo se esforzó en aliviar a sus queridos diocesanos del espantoso mal, que duró varios meses y se llevó a veinte mil personas al sepulcro.
Si a todo esto se añade su continua vigilancia, su numerosísima correspondencia (se conocen miles de cartas suyas), sus frecuentes viajes, su austeridad y su gran pobreza, no puede uno menos de considerar a San Carlos Borromeo como una figura excelsa de la humanidad.


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