LA VIRGEN DE LOS MILAGROS, HISTORIA, ORACIÓN Y HOMENAJE.



ORACIÓN

Señora que habéis venido 
a honrar esta Ciudad bella,
cual deslumbradora Estrella que del cielo ha descendido,
y en lugar tan escogido el bien os dignáis colmar,
donde Dios quiso formar el tesoro que se encierra
en los senos de la tierra y en los caminos del mar. 

 
Vos sois la madre que cuida de estos hijos, bondadosa,
y defiende poderosa al pueblo que no os olvida;
así, en el alma encendida la Fe más ardiente y pura,
con sus afectos procura extremar su celo ardiente. 

Y os adora reverente y canta vuestra hermosura,
en toda adversidad y en días de regocijo,
en Vos el pueblo está fijo porque os ama de verdad. 

Con esta continuidad de un sentimiento inefable
la tradición respetable, alienta el noble cariño
que alcanza desde el más niño al anciano venerable. 

Yo también, al verme herido por adversidad traidora,
a Vos, acudí, Señora, como luchador vencido,
y aquí, en un humilde nido hallé amistad y hallé pan;
sabéis el continuo afán con que a vuestras plantas sigo,
pues los recuerdos que digo, en mi corazón están. 

En esta fiesta anual, sentidos inmateriales
me traen los himnos triunfales que suenan en la Prioral. 

Son un poema inmortal, como un profundo rumor,
como un inmenso clamor de gracias de la Urbe amada
para la Virgen Sagrada, por sus milagros de Amor. 

 En los años infantiles tus milagros aprendimos 
y de entonces ya supimos que eras Tú nuestro sostén. 

En esa edad prematura tu amor arraigó profundo
que nadie niega en el mundo en los luchas del vaivén.
Por eso con loco afán yo te pido Madre mía,
nos conceda en este día la gloria de salvación.

Extiende pues hoy tu manto de protección salvadora y evita,
Reina y Señora días de desolación.
De esas naciones hermanas aplaca Tú sus desmanes
y cesen los huracanes trocados en la victoria.

Que llanto no se despliegue en los campos de batalla
y la fe pronto los haya convertido en días de gloria.
Que en unión de fe sagrada el universo se rinda,
y sólo a Ti se te brinda cual una espléndida aurora.

Y a través de glorias mil ante el mundo se extendiera
el bien que así produjera nuestra Nación española.

En ello pongo mi fe acogiéndome en tu manto
y ante tu altar sacrosanto hoy renuevo una oración.
No desoigas nuestras preces que si hay seres que te niegan
hay muchos que te entregan alma, vida y corazón.

Así sea.

Pedir el favor que se desea conseguir.

Rezar tres Avemarías, Padrenuestro y Gloria.

La oración y los rezos se hacen tres días seguidos. 




No hace muchos años tenia lugar en el Puerto de Santa María (Cádiz) una solemne procesión, en la que casi todos los vecinos, en actitud humilde y reverente, acompañaban con infinitas luces a la sagrada y venerada imagen de Nuestra Señora de los Milagros.


Llevaban varios sacerdotes sobre sus hombros la hermosa peana en la cual iba colocada la adorada efigie de la Reina de los cielos, y al pasar por las calles de la ciudad las mujeres, niños y ancianos que no habían podido formar en la carrera, postrados en la tierra, exclamaban con fervor:

— Virgen Santa de los Milagros, Vos solo podéis aliviar nuestra triste suerte; agua, agua os pedimos ¡oh Señora! para nuestros campos...

Horrible hubiera sido, en verdad, la suerte de los habitantes del Puerto de Santa María el año 1849, si la sequía de que se quejaban se prolongaba mas tiempo.

¡Gran miseria hubieran sufrido aquel año, si en tan terrible calamidad no se hubieran acordado de que entre ellos se encontraba quien lograra consolarles, quien pudiera hacer que luego las nubes arrojaran la benéfica lluvia.

En la iglesia mayor del Puerto tenían el talismán precioso con el que conseguirían lo que con tanta ansia pedían, lo que tanto necesitaban.

Si; en aquel santo templo se hallaba la imagen de la Reina de los cielos, adorada y bendecida siempre con el glorioso titulo de Nuestra Señora de los Milagros. Titulo que les recordaba continuamente los infinitos favores que debían a la amorosa Madre de Dios todopoderoso.

Desde los mas remotos tiempos había estado aquella bendita imagen en su templo, oyendo sin cesar las plegarias y súplicas de los fieles, y siempre derramando sobre los mismos las gracias y dones de los cielos.

Antiguo era el culto que se daba en la ciudad a esta preciosa estatua de Nuestra Señora, pues ya antes de la invasión sarracena los cristianos habitantes del célebre puerto habían tenido muchas ocasiones de agradecerla grandes mercedes y beneficios.

Horrorizados, cuando la infame traición del miserable conde D. Julián, de las injurias atroces y bárbaros insultos que hacían los invasores a las imágenes y reliquias que en mas estima tuvieran los cristianos, determinaron librar a su tan amada Virgen de las sacrílegas profanaciones de los hijos de Ismael.

Como otras muchas veneradas efigies, la de la Virgen de los Milagros se halló oculta y privada de la adoración de los fieles hasta el año 1264, en el cual de una manera prodigiosa la encontró en las ruinas del citado puerto de Mnesteo, hoy de Santa María, el rey de Castilla D. Alfonso X el Sabio.

Poco tiempo hacia que había bajado al sepulcro aquel tan ilustre monarca que hoy veneramos en los altares, con el nombre de San Fernando, dejando el cetro de Castilla II su hijo D. Alfonso.

Aunque mas aficionado este al estudio de las letras y las ciencias que al gobierno de su reino, supo demostrar en cuanto heredó, la corona del santo rey su padre, que era digno hijo suyo.

Creían los moros que muerto el rey santo, lograrían arrebatar a D. Alfonso algunas de las importantes poblaciones que reconquistara su padre, pero venciéndolos el ilustre autor de las Siete Partidas en continuas batallas, luego tuvieron ocasión de ver cuánto se equivocaban en sus juicios.

Al atravesar D. Alfonso en las diferentes guerras que tuvo que sostener con los infieles por el antiguo puerto ya citado, que entonces se hallaba destruido, viendo solo por todas partes ruinas y escombros, hizo el sabio rey alto en aquel punto para visitar la derruida ciudad.

— ¡Oh, Señora, exclamó dirigiendo sus ojos a los cielos al contemplar tanta desolación; grandes debieron ser los pecados de nuestros antecesores para que les afligieseis con tan terribles castigos! Hermosa en otro tiempo esta ciudad, tal vez de los mas concurridos su puerto, hoy merced a nuestros conquistadores, solo escombros, solo ruinas nos presenta.

— Meced Virgen santa,  que se calmen las iras del Omnipotente; protegedme Señora como habéis protegido a  mi amado padre, y los discípulos de la fe, los hijos de la Cruz os bendecirán siempre como a su mas cariñosa Madre, como a su más bondadosa protectora.


Sumido quedó en honda meditación el piadoso hijo de San Fernando después que hubo terminado su plegaria, cuando se vio agradablemente sorprendido por la Reina de los ángeles, que con dulce voz le sacó de su éxtasis diciéndole:

—¡Prosigue, hijo mío, por la misma senda donde están marcadas las huellas de tu buen padre! Mi divino Hijo oye siempre con placer al pecador que implora su clemencia y misericordia. Yo, además, estaré continuamente a su lado para interceder por los verdaderos cristianos, pues bien sabéis que para ellos guardo todo mi amor y cariño.

«Y en prueba, añadió la Santísima Virgen, del que yo te profeso por tu gran piedad y religiosos sentimientos te ofrezco esta mi sagrada imagen, oculta largo tiempo entre estas ruinas para que no fuese profanada por vuestros conquistadores.»


Volvió la vista el monarca hacia donde la Señora le indicara, y descubrió la preciosa imagen, y a su lado un rollo de pergamino que lleno de júbilo recogió del sitio donde se encontraba.

— ¡Gracias, Señora, gracias; exclamó derramando lágrimas de alegría el rey D. Alfonso!

«Yo os prometo que vuestra sagrada imagen será colocada luego en un magnifico templo que ordenaré se construya en el lugar que vos os dignéis señalarme

— «Aquí será, le interrumpió la Virgen, aquí donde en otro tiempo por su inquebrantable fe en las divinas promesas de Jesucristo recibieran cruel martirio dos de mis amados hijos. En ese pergamino hallarás escrita mi voluntad

Acompañemos por un momento el sabio rey en su lectura.

«Corría a su fin el año 1069.

«El temido walí de los muslines Hamer-Hairán, habiendo llegado con los suyos a estos lugares, eligió para su morada la hermosa fortaleza que aquí entonces existía, y cuyos derruidos torreones todavía pueden distinguir tus ojos.

«Hamer-Hairán, al habitar este castillo, trajo a él la joya mas valiosa para sus ambiciosas miradas, el mas preciado tesoro para su corazón.

«Con el poderoso walí entró en la fortaleza su bella hija Leila.

«Esta hermosa criatura, que había escuchado de algunos cristianos las verdades de la doctrina que el divino Salvador viniera a predicar a los hombres, pudo pronto comprender con su claro ingenio la falsedad e impureza de las doctrinas de Mahoma, y desechando piadosa las máximas del Corán quiso practicar cuanto antes los de los preceptos de la religión única y verdadera.

«No fue ella sola quien en esta comarca abjurase sus errores.

«Un noble mancebo, valeroso arrayaz de los soldados del walí, amó a la joven, y ésta supo inculcar en el corazón del joven las sanas ideas que había ya en el suyo. Hamer-Hairán supo la conversión de su hija al cristianismo, supo los amores castos de la joven con el también convertido arrayaz, y ambos fueron víctimas de su encono y furor.

«Los dos nuevos discípulos de Jesucristo sellaron con su sangre sus creencias. Sus almas ha ya tiempo que se hallan en la mansión de los justos.

«Falta solo que el sitio donde sufrieran el martirio sea purificado y pase a los siglos venideros, teniendo mi sagrada imagen en él su trono para memoria de la virtud y firmeza en su religión de aquellos dos ilustres mártires.

«Reedifica la ciudad y puerto, construye aquí el templo que me dedicas, que yo sabré recompensar tu piedad y celo, protegiéndote en tus empresas y dispensando a tus vasallos mil gracias y mercedes.»

Este era el contenido del viejo manuscrito que recogió el rey D. Alfonso, y deseando corresponder al tan señalado favor que por los cielos se le hiciera, dispuso luego que se reedificase, como se lo había encargado la Virgen, la ciudad y puerto antiguo de Mnesteo, poniéndole el nombre de Puerto de Santa María.

Si el monarca castellano fue fiel a su promesa, no lo fue menos la Señora que le visitara acudiendo siempre solicita con sus favores a aquellos humildes siervos de Jesús, que con fe la invocaban en todos sus peligros y en todas sus aflicciones.

La devoción que profesara el rey D. Alfonso a la venerada imagen de Nuestra Señora de los Milagros, continuaron profesándosela asimismo sus sucesores.

Por su parte, la ciudad y puerto de Santa María ha tenido siempre a esta imagen por su mas cariñosa patrona.

En todas sus calamidades, en todos sus contratiempos, han logrado consuelo de la Virgen de los Milagros; por eso el año 1849 ya citado, cuando tan horrible sequía amenazaba malograr sus trabajos en los cultivados campos, llevaron a ellos en procesión, a la santa imagen, dirigiendo fervientes ruegos y súplicas a la poderosa Reina de los ángeles.

No en vano la suplicaron. Había prometido la Virgen al rey D. Alfonso, que nunca negaría sus favores al Puerto que lleva su bendito nombre, y cumplió su palabra entonces haciendo que cayera una abundante lluvia el día mismo que fuera llevada a la campiña en procesión, y pocos minutos antes de volver al templo su sagrada imagen.

La ciudad entera agradecida al beneficio que les dispensara su Excelsa Patrona, celebró en su honor una solemne fiesta el día 10 de Abril, del mismo año de 1849, y dispuso su piadoso municipio, que para memoria del prodigio que por la Señora se había obrado, recibiendo sus campos el tan ansiado rocío, cuando apenas había esperanzas de que se salvaran sus cosechas, se extendiese acta del milagroso suceso y se guardase en los libros de su archivo.

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