SAN NICOLAS DE FLÜE, ORACIÓN PARA REMEDIAR PROBLEMAS Y GRAVES NECESIDADES



ORACIÓN
Glorioso San Nicolás de Flüe,
humilde ermitaño que dijiste:
Señor mío y Dios mío,
aleja de mí todo lo que me aleje de Ti.
Señor mío y Dios mío,
concédeme todo lo que me acerque a Ti. 

Señor mío y Dios mío, 
líbrame de mí mismo y concédeme poseerte sólo a Ti.

Tu, Nicolás que te diste a la austeridad
y a una dura y cruel penitencia
como la de los mayores ascetas conocidos,
acude hoy a remediar mi súplica.


A ti que Dios te dio unas gracias extraordinarias
como las de los místicos más grandes,
acudo a buscar remedio en medio de mi desolación
para mis grandes necesidades.

Tu que supiste mantener ayuno total y absoluto
para agradar a Dios, y viviste alimentado
únicamente de la Sagrada Comunión,
concédeme por medio de tu bendita intercesión
la solución al grave problema que me aqueja:

(Exponer el problema y pedir lo que se desea conseguir).

Confiando plenamente en que en tus manos
mi problema encontrará una rápida solución
también te solicito tu ayuda y protección
para todo el que sufra por necesidades,
por dolor y por soledad,
para que en tu benevolencia encuentre
el remedio que necesite para solución
de los males que aquejen su cuerpo y su alma
y todo sea para mayor gloria tuya.

Amén. 

Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 

Repetir la oración y los rezos cinco días seguidos. 

Se ha dicho que el inolvidable Papa Juan XXIII debía gran parte de su naturaleza bondadosa y comprensiva, al hecho de haber sido campesino, hombre de campo acostumbrado al sonar de las esquilas, al rumor de los arroyos y al calor de los establos; que entendió las necesidades de los humildes porque experimentó de cerca el trabajo de los labradores, la fatiga de los que siembran y cuidan cuanto ha de alimentar a sus semejantes. 


San Nicolás de Flüe tuvo una formación semejante en la campiña suiza.

Desde niño acompañó rebaños de ovejas, llevándolas a triscar por las colinas próximas; se tendió junto a ellas, al calor de sus vellones, y empapó su alma con la inocencia de tan blancas bestezuelas.
Pastor habría de ser toda su vida: primero de ovejas, en la campiña de su tierra; luego de hombres, en su tarea de ejemplo apostólico. Pero, sobre todo, produce asombro un hecho que atestiguan los más veraces testimonios, a pesar de lo increíble que parece.
Consta en todos los documentos de canonización, que Nicolás de Flüe dejó de alimentarse voluntariamente. Pero al decir que dejó de alimentarse, no se quiere afirmar que hiciera prolongados ayunos, o que comiera lo menos posible, sino que dejó absolutamente de comer.
Cuesta que la gente crea estas cosas; en general es reacia para admitir ciertas cosas que se sitúan al margen de lo acostumbrado. Pero hay en la historia de San Nicolás de Flüe algo que conmueve y convence.
Nicolás de Flüe, el campesino, el pastor, fue en verdad un varón ejemplar, que cumplió cada época de su vida conforme era necesario. Así, cuando obligaciones ciudadanas le obligaron a enrolarse en la milicia, respondió como soldado, valerosamente.
Sólo después, ya liberado de estas obligaciones ajenas a su temperamento, escogió por propia voluntad la vida contemplativa y de soledad. Entonces, huyendo del mundo, buscó una ermita y se entregó en cuerpo y alma a la meditación, a la oración, a la vida de mayor pureza que pueda concebirse.
Se afirma que cuando Nicolás había vivido veinte años sin alimentarse, los huesos le rompían la piel adherida a ellos, pues no tenían grasa alguna dentro de sí. No obstante, tuvo larga vida: murió precisamente el día que cumplió setenta años de edad.
Como hermoso símbolo de su existencia, que fue como un florecimiento de la belleza, se señala la circunstancia de que el santo nació un 21 de marzo, esto es, cuando aparece en el hemisferio norte la primavera, estación de hermosura y vitalidad que a todos alegra.
¡Y murió -oh, preciosa coincidencia- otro día con fecha 21 de marzo, como si cerrara un ciclo completo, prolongado a través de setenta años!

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