SANTA MARÍA MAZZARELLO, ORACIÓN PARA PEDIRLE SALIR DE LA TRISTEZA Y LA DEPRESIÓN


ORACIÓN
 
Santa María Mazzarello,
tú que viviste desprendida del mundo
y unida a Dios, enséñanos a imitarte
fielmente en la humildad y sencillez,
en la caridad y en la devoción a María Auxiliadora
y en el amor a Jesús.

Santa María Mazzarello,
tú que creaste en Mornese
"la casa del amor de Dios",
ayúdanos a construir una vida rica de interioridad
y ayúdanos a crecer en la sencillez.
 

¡Santa María Mazzarello,
que siempre fuiste
fiel a los compromisos bautismales!
Ayúdanos a realizar día a día,
nuestra vocación cristiana.
 
 Consíguenos creer en la paternidad de Dios
en todas las situaciones de la vida
y caminar en su presencia,
sirviendo a los hermanos con corazón humilde,
desprendido de los bienes de este mundo que pasa.

 Ayúdanos a ser siempre sinceros con Dios,
con nosotros mismos y con el prójimo,
viviendo toda nuestra jornada
en la alegría radiante de la esperanza.

 Que toda nuestra vida,
bajo la protección materna de María Auxiliadora,
pueda ser, como la tuya,
un continuo acto de amor para gloria de Dios Padre
y para salvación de los hermanos.
 
Con tu alegría en bandolera
fuiste borrando la tristeza,
borra ahora, la mía de mi corazón,
y ayúdame a salir de la depresión.

Porque tu fuiste sembrando ilusiones,
cambiando los corazones
y sin darte cuenta te fue gastando el amor.

Y un buen día te marchaste
y qué solos nos dejaste.

Pero, ya ves, aquí quedó tu amor.

 Amén.
 
El 24 de junio de 1951 marca una fecha gloriosa en los fastos de la Iglesia Católica, y más aún en los anales de la obra de San Juan Bosco, porque en esa fecha el Vicario de Cristo en la tierra elevó al honor de los altares a la humilde María Mazzarello, Hija de María Inmaculada y Cofundadora del Instituto de María Auxiliadora.
 
El Señor eleva siempre a las almas grandes, de la humildad y de la oscuridad.


¡Quién hubiera creído que esa virgen sencilla habría de convertirse en un coloso de santidad, en un gigantesco árbol que abrazara con sus ramas al mundo entero, ya que su obra ha llegado hasta los últimos confines de la tierra!
 
La vida de Santa María Mazzarello no encierra secretos ni arcanos, y menos aún está revestida de esa gloriosa diadema de lo sobrenatural que hace que nos sintamos pequeños, al contemplar cómo una criatura, por privilegio divino, se levanta sobre lo humano, para cubrirse de nimbos celestiales.
 
No es una Gemma Galgani, no... Estas santas fueron enaltecidas por Dios para admiración del mundo y hacernos ver cómo Él puede atraerlas para llevarlas por el sendero de lo sobrenatural. Estos regalos son dones divinos, pero no forman esencialmente la perfección.
 
Nuestra santa se eleva grandiosa en el pedestal de la santidad, basada en la sencillez, en la naturalidad; es, diríamos, una vida humana, imitable en todo; y si hay algún destello maravilloso, se verá siempre escondido en la humildad.
 
Los santos no nacen tales; se forjan en el crisol de la lucha consigo mismos, hasta convertir el mármol de su alma en la imagen de Cristo. No te sorprenda a Francisco de Sales batiéndose en duelo, ni al pequeño Juan Bosco golpeando a sus compañeros... Esos brotes ya reconocidos, sujetos a una lucha titánica, llegan a ser domeñados, y sus almas se convierten, de un mar tal vez tempestuoso, en un manso lago de aguas tranquilas que hará de Francisco de Sales el héroe de la dulzura, y de San Juan Bosco el del amor.
 
Así también el alma de María Mazzarello debería fundirse y purificarse para brillar como oro purísimo. Por naturaleza, su carácter era ligeramente violento e impetuoso, y además... estaba inclinada a la vanidad.
 
Llegó a decir esta frase: Me gusta lucirme. La ostentación comenzaba a enseñorearse de ella.
 
En una ocasión le compraron unos zapatos a su gusto y desde luego comenzó a hacer gala de ellos ante sus amiguitas y compañeras; le gustaba arreglarse y peinarse para que la vieran limpia. De inteligencia despierta y viva, todo triunfo la halagaba, ya en la escuela, ya en la parroquia, donde competía en certámenes catequísticos.
 
Muchas veces, cuando la reprendían, sentía herido su orgullo y su amor propio. Sus ojos, de sencillo mirar, eran, pese a ello, penetrantes e inquietos. Su rostro se encendía con frecuencia ante la corrección.
 
Era un pedazo de mármol fino que debería, a cinceladas, convertirse en una estatua.
 
El primer artífice de su alma fue su buena madre. Magdalena supo ir grabando en su primogénita el dominio de sí misma. Hizo que la pequeña saboreara la dulzura del deber cumplido, de la lucha con aquellos brotes que entonces no eran más que pequeñeces, pero que podrían convertirse más adelante en tiranos de sí misma.
 
¡Cuántas veces penetraba en su alcoba, llena de tristeza!
 
Un pequeño acto de soberbia o vanidad la llenaba de amargura, y al contemplar el Crucifijo reflexionaba.
 
 
 

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