NUESTRA SEÑORA DE RONCESVALLES, SU HISTORIA Y MILAGROS


A un cuarto de legua de la cima del Pirineo, por la parte del Sur, se halla el tan célebre paso o desfiladero de Roncesvalles, donde tan gran derrota sufrieron la tropas de Carlo Magno atacadas por los valientes vascos, navarros y castellanos, acaudillados por el héroe tan famoso en los antiguos romances y crónicas con el nombre de Bernardo del Carpio. 

 
En este lugar tan memorable quiso también la Reina de los cielos manifestar a los cristianos su gran amor y cariño, haciendo que en las asperezas del monte encontraran una de sus sagradas imágenes, oculta allí por los primeros fieles cuando la invasión sarracena.

El descubrimiento o aparición de la imagen de Nuestra Señora de Roncesvalles, se verificó después de varios sucesos tan prodigiosos, que bien merecen nos detengamos un momento en su relato.

Algunos pastores que guardaban por aquellos sitios sus ganados, notaron que varios sábados por la noche, cuando las tinieblas tendían su negro velo por la montaña, la alumbraba de pronto un claro y brillante resplandor al que se sucedía un fenómeno extraño y maravilloso.

Un hermoso ciervo recorría toda la montaña llevando en sus astas infinitas luminarias, o iba a detenerse por espacio de breves instantes junto a la cristalina fuente que brotaba de entre unas peñas.

Entonces llegaban a oídos de los asombrados pastores mil y mil mágicas armonías, y coros de voces misteriosas entonaban dulces cánticos de alabanza en honor de la Virgen.

No comprendieron en las primeras noches lo que decían o cantaban aquellas desconocidas voces, pero prestando atención en las otras en que tuviera lugar tan raro acontecimiento, pudieron entender claramente el Salve Regina que en los templos cristianos cantan los ministros del Señor a su Madre.

Como es de suponer, los pastores dieron luego cuenta de lo que sucedía en la montaña a las gentes de las poblaciones vecinas.

Al principio no se les hizo caso, y creyeron las personas que oían contar tan extraordinarios sucesos que serian desvaríos o ilusiones del sencillo pastor que los refiriera, pero como fueron tantos los pastores que los veían y presenciaban, pronto la curiosidad pobló la montaña de muchos piadosos cristianos que ansiaban ser espectadores de aquel singular o inexplicable fenómeno.

Este continuaba repitiéndose todos los sábados, haciendo que creciese y aumentase cada día más la admiración de los presentes. 


 
Por fin se determinó seguir al ciervo, desechando toda clase de temores, y como vieran que el maravilloso animal marchaba delante de ellos, corriendo de tal modo que parecía que les guiaba a un sitio determinado, marcharon tras sus huellas hasta un lugar lleno de árboles y malezas cercano a la fuente de las Peñas.

En este sitio desaparecía el ciervo, y las tinieblas volvían a sumir en la oscuridad todo el monte.

Era preciso averiguar lo que podía haber en aquel terreno, por lo que se prepararon varios pastores a cortar la maleza y cavar hasta ver si tropezaban con algún misterioso objeto.

— Bien claro se ve, exclamó uno de los pastores, que quieren indicarnos algo los cielos con estos raros prodigios que todos los sábados presenciamos.

— Esas desconocidas voces que cantan la Salve con que saludan nuestros sacerdotes en la iglesia a la Virgen, deben ser sin duda de los ángeles que nos invitan a adorarla también con nuestras plegarias.

— Lleguen, pues, nuestros humildes acentos sumidos con los de los ángeles de esos coros celestiales, y pidamos a la Madre cariñosa del divino Salvador que nos haga entender luego lo que de nosotros desea.

— No emprendamos nuestra obra sin antes dirigir nuestras preces a María.

Cuando el piadoso pastor hubo concluido de hablar, tuvo lugar en aquellos agrestes sitios una escena tan bella y sencilla como dulce y consoladora.

Descubriéndose respetuosamente todos los honrados montañeses juntamente con los pastores, comenzaron a invocar a la Emperatriz de los cielos saludándola también con la Salve como las angélicas voces.

Entonces la hermosa claridad que alumbrara antes el monte volvió a aparecer con mas brillantes resplandores, y músicas arrobadoras acompañaron a esa tan bella salutación que dirigen con frecuencia los cristianos a su adorada Madre, la Virgen.

Se terminó la oración, cesaron los cánticos de gloria y alabanza, y a los melodiosos sonidos de aquella celestial orquesta se sucedió el confuso ruido del golpear de las piquetas y azadones.

En pocos minutos se despejó el terreno de toda la maleza que crecía en el mismo, y se abrieron grandes hoyos en diferentes sitios.

Sacando la tierra de uno de estos hoyos, se descubrió con gran admiración de todos un magnifico arco de piedra.

Se trabajó con mas ahínco, animados con la esperanza de hallar debajo de aquel arco algún oculto tesoro, y pronto descubrieron en una especie de nicho fabricado en la misma piedra, en el que se vio con gran júbilo y alegría de los devotos y fieles de Nuestra Señora una de sus mas preciosas imágenes.

— ¡Salve Virgen Santa, salve Reina de los ángeles, salve Madre del Dios todopoderoso, exclamó con religioso entusiasmo el pastor que antes invitara a sus compañeros a invocar el auxilio de la cariñosa protectora de todos los cristianos.

— ¡ Salve, Virgen, Salve! repitieron a una voz los nobles montañeses.

Expuesta la sagrada imagen de María a la veneración de sus devotos hijos en una humilde ermita que construyeran los pastores que tuvieran la dicha de encontrarla, si pobre era el culto que recibía de aquellas rústicas gentes, era en cambio grande, ilimitado, frenético, el cariño y amor que la profesaban.

De todos los pueblos y valles comarcanos llegaron a Roncesvalles numerosos fieles a adorar a la Virgen, y aquellos sitios tan retirados y silenciosos hasta entonces, se vieron siempre tan concurridos que llegando con el tiempo la noticia al rey D. Sancho, de la fama da los milagros que se obraban por intercesión de la Virgen en Roncesvalles, determinó visitarla yendo en piadosa romería hasta la ermita que dispuso inmediatamente se trasformase en un magnífico y suntuoso templo.

El ilustre monarca, deseoso además de que se conservase siempre la tradición que había en Roncesvalles, y que ya hemos referido, de la maravillosa aparición de la imagen de Nuestra Señora, ordenó que no destruyeran varios epitafios e inscripciones que se hallaran en el arco, en el cual estuviera oculta mientras la dominación musulmana.

Las obras de la nueva iglesia se hicieron con tal magnificencia que por doquier se veían empleados el mármol y preciosos metales.

Cuando estuvieron terminadas se construyó un convento, y se hizo donación del mismo y del templo de la Virgen a la orden religiosa de San Agustín.

No queremos dejar sin apuntar, que la fuente junto a cuyas cristalinas aguas se detenía el ciervo que hizo descubrir a los pastores tan preciado tesoro, fue desde el día de la aparición de la Virgen rico manantial que curaba milagrosamente las enfermedades de aquellos devotos cristianos que iban a buscar su salud en ellas, implorando los divinos auxilios de la bondadosa Madre de Dios.

Diversas pinturas que adornaban el sagrado tabernáculo donde moraba la venerada imagen, hacían ver a los muchos peregrinos que visitaban en otro tiempo a Nuestra Señora de Roncesvalles, los infinitos favores que le debían sus fieles y devotos, ya librándoles de horrorosos incendios, ya salvándoles de la voracidad de fieras alimañas, ya con su poderosa intercesión con su divino Hijo, preservando de mil peligros y calamidades a poblaciones enteras que la han aclamado y bendecido siempre como a su mas querida Patrona y abogada.



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