La existencia, extraordinariamente larga, de San Francisco de Paula, comenzó el día 17 de marzo de 1416, después de haber vivido sus padres muchos años en espera de un hijo que viniera a consolarlos, y gracias a sus oraciones a San Francisco de Asís, a quien prometieron poner su nombre al hijo que naciese.
El mismo santo de Asís libró al recién nacido Francisco de un peligroso tumor sobre un ojo, y entonces sus padres prometieron que su hijo llevaría un año el hábito franciscano en uno de sus conventos, cuando tuviera edad competente. Cuando el niño pudo hacerlo, fue llevado al convento de San Marcos, y allí se distinguió por sus virtudes.
Después de cumplir el voto, y habiendo hecho algunas peregrinaciones, comenzó a sentir un deseo ardentísimo de vivir en soledad y recogimiento, a una edad en que lo más ordinario es el ansia de gozar y divertirse, pues no tenía siquiera veinte años.
Sus padres no se opusieron, y él se retiró a una pequeña propiedad que tenían, pero allá iban a inquietarlo sus amigos y parientes, y buscó otro lugar más apartado, aunque sin resultado, porque su fama de santo atrajo a otros hombres que querían ponerse bajo su dirección. Así comenzaron los ermitaños, como se les designaba, a vivir bajo la dirección de un joven de 19 años, y en una austeridad de vida casi increíble.
Los milagros parecían seguir al joven, como su sombra. Apenas serían creíbles, tanto por su número como por su calidad, si no hubiera testigos numerosos que dieron fe de ellos.
Puesto en la necesidad de admitir discípulos, Francisco comenzó a construir conventos cerca de Paola, su ciudad natal, y la gente venía en tropel a ofrecer su ayuda.
Juntamente se presentaban problemas que era preciso resolver y el santo les daba salida rápida y eficaz. Unas veces faltaba agua, y el santo la sacaba de la roca; otras, alguien se lastimaba y él lo curaba; otras, era escasísimo el alimento, y con pocos panes saciaba a todos. Ya era una enorme roca que estorbaba, y el santo se la echaba a cuestas; ya un árbol que abría en dos, para que por en medio pasase una carretera, ya otro que pesaba tanto, que nadie podía moverlo, y a una orden de Francisco, se volvía liviano como una caña.
A la vez, obraba sobre las almas moviéndolas a penitencia, descubriendo sus secretos o profetizando cosas por venir, y pasaba semanas enteras encerrado, en contemplación y sin comer.
A la vez, obraba sobre las almas moviéndolas a penitencia, descubriendo sus secretos o profetizando cosas por venir, y pasaba semanas enteras encerrado, en contemplación y sin comer.
Fue muy providencial su influencia sobre el rey Luis XI de Francia, incapaz de resignarse a morir, y que, después de tener al santo unos días consigo, aceptó su orientación religiosa.
También fue Francisco el consuelo y sostén de la atribulada reina Juana de Valois, hoy ya santa canonizada.
La orden de la que Francisco fue fundador iba extendiéndose por el mundo, y tal vez por eso empezó a ser mirada con aversión por algunos, lo cual dio ocasión a que se pusiera de manifiesto el valimiento de Francisco, por medio de hechos prodigiosos.
Vez hubo en que, persiguiendo al santo los soldados del rey de Nápoles, éstos pisasen su hábito, sin ver al que buscaban.
En otra ocasión, Francisco dijo a un niño que sería papa y que entonces lo canonizaría a él, porque ya seria santo.
Al cardenal Julián de la Róvere le predijo que sería papa y que le otorgaría la confirmación de su Orden. Todo se cumplió al pie de la letra.
Finalmente dejó establecida la "Orden de los Mínimos", con una rama de mujeres y una Tercera Orden para seglares. Su fiesta se celebra el día dos de abril.
LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS
LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS
La organización de la Orden es muy sencilla. Todos los Hermanos Superiores que tienen algún cargo de gobierno en la Orden, se llaman "correctores", porque su oficio es corregirse a sí mismos y corregir a los demás.
El Superior se llama "Corrector General". Y como la Orden se divide en provincias y éstas tienen varios conventos, el que está al frente de cada una de ellas tiene el nombre de "Corrector Provincial".
La regla previene que si la Orden requiere un desarrollo o incremento considerable en cierto número de provincias, éstas serán agrupadas en circunscripciones más extensas, que tornarán el nombre de "correctorías" o "vigilancias".
Los miembros de la Orden se dividen en hermanos clérigos, legos y oblatos. Los clérigos llevan tonsura; su hábito se compone de un vestido que desciende hasta los tobillos, techo de lana naturalmente negra, sin teñir; de una capilla de la misma materia y color, que baja por delante y por detrás, y un ceñidor de lana con varios nudos.
Los miembros de la Orden se dividen en hermanos clérigos, legos y oblatos. Los clérigos llevan tonsura; su hábito se compone de un vestido que desciende hasta los tobillos, techo de lana naturalmente negra, sin teñir; de una capilla de la misma materia y color, que baja por delante y por detrás, y un ceñidor de lana con varios nudos.
Los hermanos de coro cantan el oficio, según el rito de la iglesia romana; los hermanos legos y oblatos rezan cada hora.
Además de los tres votos esenciales: pobreza, castidad y obediencia, los Mínimos hacen un cuarto voto de guardar rigurosa abstinencia cuadragesimal, a menos que, por enfermedad, ordenase el médico otra cosa. Entonces el enfermo es trasladado a una enfermería exterior, porque en lo interior del convento no puede haber carne, ni aun para los enfermos.
LOS TRECE VIERNES
Se asegura que San Francisco se daba más a la oración los viernes; también los viernes hacía mayor número de milagros, los más estupendos. Seguramente por eso, hoy existe una práctica arreglada por los antiguos padres de la Orden, que dispusieron fuesen trece los viernes seguidos, trece las misas que se habían de oír o celebrar y trece las veces que se había de rezar, en memoria de los noventa y un años que vivió el santo, pues tantos días componen las trece semanas en que se encierran los trece viernes, a lo cual se añade la circunstancia de haber muerto San Francisco en Viernes Santo, a las tres de la tarde.
Dos razones acreditan esta práctica. Una el haberla aprobado los papas y la concesión de especiales gracias a quienes visiten los viernes los templos de San Francisco de Paula. La segunda, el haber acaecido infinitos milagros y prodigios obrados por la intercesión de San Francisco en favor de quienes la practicaban.
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