EL MILAGRO DE LAS BODAS DE CANAÁN



Canaán era una pequeña población de Galilea, hoy el Kefr-Kana entre los árabes, y que sirve de sepulcro al profeta Jonás.

Se halla edificada en forma de anfiteatro, ocupando, hasta su cumbre, las laderas de una colina; otros oteros la rodean, dominando el hermoso valle al que dan apacible sombra bosquecillos de naranjos, higueras, olivos y granados. 


Allí, a ruegos de su Madre, hizo Jesús su primer milagro, elocuente manifestación de su gloria y testimonio de su poder absoluto sobre la naturaleza.

Se celebraban unas bodas,—se cree que las de Simón el Cananeo, que luego fue Apóstol,— a las que asistieron María, Jesús y sus discípulos; y como llegó a faltar vino entre los convidados, la Virgen dijo al Salvador:

— «No tienen vino.»
— «¿Qué nos va en ello? contestó Jesús; aún no ha llegado mi hora.»
A pesar de tan terminante respuesta, llena María de cabal y humilde confianza en el milagro que esperaba, dijo a los sirvientes:
— «Haced cuanto él os dijere.»
Y había allí seis hidrias o tinajas de piedra destinadas a las abluciones judaicas, y cabían en cada una dos o más cántaras.
—Les dijo Jesús: «Llenad las hidrias de agua» y hecho esto, añadió:
—«Sacad ahora y llevadlo al Maestresala» (architriclinus).
El agua quedó convertida en excelente vino. Luego que el Maestresala gustó el agua convertida en vino, no sabiendo de donde era (aunque los criados lo sabían bien, porque habían sacado el agua) llamó al esposo y le dijo:
—«Es costumbre servir primero el buen vino, y luego que los convidados han bebido bien, seguir sirviéndoles el que no es tan bueno; pero tú lo has hecho al revés y guardaste el mejor para el postre.» 


En el sitio que ocupó la casa de las bodas y se realizó el primer milagro ostensible de Jesús, levantaron los cristianos una hermosa iglesia, y los peregrinos de la Edad Media hacen mención de un monasterio fundado allí, con el nombre de Architriclinium.

Se guardaban en él las hidrias o tinajas que sirvieron para el prodigio, siendo tradición haber sido trasladadas a Occidente en tiempo de las Cruzadas, gloriándose con su posesión varias iglesias de Europa; una de ellas se conservaba en la abadía de Port-Royal (Francia); otra en el tesoro de la abadía de San Dionisio de Paris, las cuales desaparecieron en la época de la revolución francesa, para reaparecer después la una en el museo de Angers, y un fragmento de la segunda en la Biblioteca Nacional de Paris.

La ciudad de Quedlimburgo (Prusia) cree poseer otra entera, que se dice traída de Oriente por la emperatriz Teodosia, esposa del emperador Otón II.
En el incomparable Monasterio de San Lorenzo del Escorial, y su camarín de las reliquias, se guarda la que estaba en el castillo de Lagemburg, a dos leguas de Viena, de donde la sacó el emperador Maximiliano para entregársela al marqués de Almazán, que la remitió a Felipe II. Otra, regalada por Otón III, existía en la iglesia de San Miguel de Hildeseim, rota en 1662 por los protestantes, y de la cual sólo una pequeña parte se conserva. Y Andrés de Hungría, al retirarse de Tierra Santa en 1218, llevó consigo otra tinaja, que se halla distribuida en fragmentos entre varias iglesias húngaras.

Pablo Veronés pintó el lienzo que, de este asunto, según lo refiere el Evangelista San Juan, existe en nuestro Museo de Madrid y cuya reproducción puedes contemplar más arriba.


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