JESÚS EN LA SINAGOGA CON LOS DOCTORES


Los hebreos llamaban hijos de precepto a los niños de doce años cumplidos, porque, a esta edad, ya les obligaba la observancia de la Ley.
San José y la Virgen, fieles guardadores de los preceptos de aquel código religioso, fueron a Jerusalén con su Hijo, apenas de doce años, para celebrar la festividad de la Pascua. 

 
Una vez celebrada ésta con todas las solemnidades legales, se pusieron en camino para regresar a Nazareth, su pueblo, en compañía de otras numerosas familias.

Era honesta costumbre, en estos viajes, que los hombres y las mujeres marchasen separados, en dos cuadrillas, los primeros delante, y detrás las segundas. Los niños podían ir, indistintamente, con los unos o con las otras.

San José creyó  que el tierno Jesús estaría entre las mujeres, la Virgen pensó que marcharía entre los hombres; pero, al terminar la jornada de aquel día, para dormir en Berca, a tres leguas y media de Jerusalén, los angustiados esposos notaron que el Niño no se encontraba en ninguno de los dos grupos.
¡Inmenso fue el sobresalto de aquellos santos esposos!
Volvieron por los mismos pasos, aunque mucho más aceleradamente, a Sión; y, al cabo de tres días de pesquisas, le hallaron en una de las galerías del Templo, donde los doctores acostumbraban celebrar conferencias para comprender mejor el sentido de algunos pasajes obscuros de la Ley. 

 
Los sabios comentaristas del sagrado texto se hallaban profundamente maravillados del talento asombroso de aquel desconocido Niño de doce años, que, con aplomo de Maestro, les preguntaba y respondía acerca de los grandes problemas de las Sagradas Escrituras, él, que no había asistido a las escuelas de los rabinos, ni había manejado los libros, ni visto más mundo que las pintorescas montañas que rodean el hermoso valle de Nazareth.

Aquella ciencia, no la falsa ciencia de los hombres, sino la ciencia infusa que procede de Dios, no era para comprendida por los fariseos, eternos discutidores de una Ley que interpretaban mal y practicaban peor.
Hijo mío —le dijo la Virgen— ¿por qué has obrado así con nosotros? Ve cuan angustiados tu padre y yo te buscábamos.

Y el Niño la respondió:—¿Por qué me buscabais?

¿No sabíais que me conviene estar ocupado en las cosas que atañen al servicio de mi Padre?

Los Fariseos no entendieron estas palabras, porque ignoraban que aquel Padre, a quien se refería, era Dios; pero María, como afirma San Lucas, guardaba todas estas cosas en su corazón.

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