EL SERMÓN DE LA MONTAÑA, LAS BIENAVENTURANZAS



Sobre una de las dos cumbres del monte Hittin se encuentran todavía señales de una cisterna y de arrasados edificios, que fueron construidos con rocas de basalto, lo que demuestra que allí se alzó una fortaleza en tiempos muy antiguos, erigiéndose después en el mismo lugar una iglesia o capilla, cuando la piadosa Santa Helena, y más tarde Santa Paula visitaron cuantos sitios fueron consagrados por la presencia del Salvador. 

 
Aquel lugar es considerado por la antigua tradición cristiana como el teatro de una de las más memorables escenas evangélicas; allí Jesús explicó a sus discípulos y a la multitud que le rodeaba las divinas bienaventuranzas y les habló los sublimes conceptos conocidos con el nombre de Sermón de la montaña.

Inmenso gentío, procedente de Galilea, de Judea y de la otra ribera del Jordán, seguía a Jesús, quien, después de haberse sentado, lo adoctrinó diciendo:

- «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

- «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.

- «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

- «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

- «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

- «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

- «Bienaventurados los pacíficos, porque hijos de Dios serán llamados.

- «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 


 
Jesús prometió, con estas palabras, un puesto en la gloria a los que no quieren honras ni riquezas mundanas; a los que no se dejan llevar por los movimientos de la ira; a los que dejan los placeres y hacen penitencia por sus pecados; a los amadores de lo justo, que cumplen en todo sus deberes; a los muy piadosos para con el prójimo; a los que saben resistir el ímpetu de las pasiones; a los que procuran la paz del alma en sí mismos y para los demás, a los que perseveran en la práctica de la justicia, aunque por ser justos los persigan.

A continuación dijo Jesús a cuantos le escuchaban:

«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y rogad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos, y llueve sobre justos y pecadores.»

El Divino Maestro explicó en seguida cómo debe hacerse la limosna y elevarse el corazón a Dios.

«Vosotros, les dijo, así habéis de orar: Padre nuestro, que estás en los cielos »
Aquí, pues, sobre este monte, enseñó Jesús, por primera vez, la Oración Dominical, instrucción divina que, interrogado por un discípulo que probablemente no asistiría a este acto, repitió el Salvador, más tarde, en el monte de los Olivos.

Los peregrinos que, desde Tiberíades, visitan la colina de Hittin, observan la piadosa costumbre de recitar en su cima los versículos del Evangelio que hacen referencia a la estancia del Salvador en esta montaña, denominada por los cristianos con el hermoso y poético nombre de Monte de las Bienaventuranzas.

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