SANTA OTILIA, LA SANTA QUE ABRE LOS CORAZONES CON SU AMOR, SU ORACIÓN

En los primeros siglos del cristianismo hubo una mezcla de elementos opuestos entre sí, un contraste terrible entre el bien y el mal. De estos albores del feudalismo surgieron las "hadas" y las "brujas", los santos y los "endemoniados", los reyes perversos y los monarcas paternales y bondadosos.

Naturalmente, es ésta la época en que la historia consigna los hechos más extraordinarios. 


 
En verdad, el cristianismo no había sido suficientemente asimilado por los pueblos europeos, descendientes en gran parte de los bárbaros paganos. Y así, el concepto del bien o del mal tenía a veces caprichosas interpretaciones, y era común cometer injusticias gravísimas, del mismo modo que la gente estaba en constante riesgo de caer en la superstición.
Por estas razones, el aparecimiento de personajes dotados de gran equilibrio y bondad, como Santa Otilia, es más notable y sorprendente.
Otilia fue hija de un cristiano tan primitivo que no supo tener caridad para con ella, por el hecho de haber nacido ciega. ¡Extraña manera de ser cristiano!
Otilia fue desterrada para ocultar la vergüenza que su padre sentía por ella; y en el destierro, casi a solas, su alma maduró, dedicándose a hacer el bien sin rencores ni sentimientos negativos.

Así, en un medio inseguro, entre señores de horca y cuchillo, Otilia esperó, segura de sí y de su fe. El fruto fue la santidad. 


 
Estos hechos, que contrastan poderosamente con los de la crueldad, singularizan más la época prodigiosa en que ocurrieron. Imaginemos estar en uno de aquellos condados o feudos, con un castillo grandioso rodeado de cotos de caza, bosques y cabañas de servidores. Imaginemos al dueño, gobernando a su antojo las vidas y las haciendas de sus servidores o subordinados. Este hombre era poderoso y feroz.
Su hija, desterrada para que no se supiera que él había tenido una niña ciega, consagró su vida y sus esfuerzos para volver al lado de sus padres. ¿Qué podría anhelar sobre todas las cosas, la hija de un hombre así? ¿Riquezas? ¿Lujo? ¿Diversiones y placeres? Parecería lo natural, pero... Otilia no anhelaba eso.
Durante su destierro vivió en una cabaña humildísima, y jamás pensó en que tenía menos de lo que su linaje merecía. Todo su pensamiento estaba en la reconciliación, en el amor y en el bien que podía realizar una vez devuelta al castillo donde había nacido.

Otilia llegó a lograr lo que anhelaba. Los ricos vestidos de su linaje cubrieron su delicado cuerpo; fue conquistando poco a poco la voluntad de su padre ¡pero no se dejó vencer por la vanidad ni modificó su naturaleza pura y bondadosa! Y aquel castillo orgulloso, antes escenario de regias fiestas y despilfarros señoriales, se convirtió en caso de recogimiento y meditación.
Quienes rodearon a la santa, sólo aprendieron de ella amor, humildad, misericordia y caridad. De un día para otro, los palafreneros se llevaron los caballos ricamente enjaezados, a quién sabe qué cuadras lejanas. Los trofeos de caza bajaron a las bodegas. Las camas suntuosas, llenas de colchas bordadas en oro, se convirtieron en modestos lechos, sencillos y severos. Y, lo más extraño de todo, aquel señor feudal que parecía hecho de hierro, se doblegó al amor de su hija, se hizo piadoso y bueno, y entregó su castillos a la que antes había rechazado. Todo esto, ¿no parece un cuento fantástico? Pues efectivamente fue lo que hizo y consiguió esta piadosa santa. 


ORACIÓN 

Humilde y piadosa santa Otilia, 
ser lleno de amor y bondad
que fuiste capaz de conquistar
los corazones más férreos y duros
con tu tenacidad y perseverancia. 

Por un milagro sobrenatural
en el momento que eras bautizada,
a los doce años, recobraste la vista,
señal inequívoca de que Dios
te preparaba para una vida de oración,
para regalar amor a tu prójimo. 

Acudo hoy a ti con esperanza
y fe ciega, de que seas mi protectora
y me acojas entre tus devotos,
pues es grande mi fervor hacia ti. 

También te solicito la gracia de: 

(Hacer una petición con mucha esperanza). 

Pues a ti que abres los corazones
al amor de Dios Nuestro Señor,
nada ha de negarte, santa mía. 

En tus manos deposito mis penas y problemas,
y ya siento el alivio que me proporciona
la certeza de que tu me darás
las soluciones que tanto ansío. 

Amén. 


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