PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO


Pasados cuarenta días del nacimiento del Salvador, y cumpliendo el precepto de la Ley de Moisés, fue la Virgen Santísima a Jerusalén, llevando a su Hijo para presentarle en el Templo. Allí ofreció al Señor un par de pichones, que era la ofrenda legal impuesta a las mujeres pobres, dando, además, cinco siclos como rescate. Así cumplió las formas externas de la Ley mosaica; mas, en sentido espiritual, el ofrecimiento de Jesús, hecho por su Madre, fue el del sacrificio de la Cruz por la redención de los pecadores. 

 
Durante aquella ceremonia, llegó al Templo el anciano Simeón, varón justo y recto a quien el Señor había prometido que no cerraría los ojos a la luz de esta vida sin conocer al Mesías anunciado por los Profetas; y el Espíritu Santo le reveló que aquel Niño era el Salvador, Hijo de Dios y Dios como su Padre. Le tomó Simeón en los brazos, y, alzando sus enternecidos ojos al cielo, exclamó:


"Ahora, Señor, despide a tu siervo, en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la cual has aparejado ante la faz de todos los pueblos; lumbre para ser revelada a los gentiles, y para gloria de tu pueblo de Israel."

Aquel Santo Anciano añadió que, si bien Jesús venía a salvar al mundo, no todos los hombres se salvarían, por culpa de sus pecados, dando a entender, de esta manera, que, para ganar el cielo, es necesario añadir, a los méritos de Cristo, la cooperación personal de nuestras buenas obras, a fin de apropiárnoslos. 

 
Las alegrías y las tristezas del alma caminan juntas en este valle de lágrimas: Simeón anunció a la Virgen Madre que una espada de dolor atravesaría su corazón, aludiendo, con estas palabras, a las profundas aflicciones que habla de experimentar con la pasión y muerte del Hijo de sus entrañas.

Asistió también al acto de La Presentación, Ana la profetisa, viuda de ochenta y cuatro años de edad, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, la cual Ana pasaba la mayor parte del tiempo al servicio del Templo, en el ayuno y las oraciones; y, habiendo conocido quién era aquel Niño, prorrumpió en santas alabanzas al Señor, que así realizaba la maravillosa obra de la redención humana, prometida a nuestros primeros padres en el Paraíso.

La Iglesia Católica celebra el 2 de febrero la Purificación de Nuestra Señora, llamada también la Candelaria, y la Presentación de su Divino Hijo en el Templo.

De aquel riquísimo Templo de Jerusalén, ya no quedan ni las piedras, incendiado y destruido por los soldados de Tito; mas los historiadores judíos nos han dejado idea de la grandiosidad y magnificencia de sus atrios inmensos, de sus pórticos soberbios y de su santuario rival en esplendor del que Salomón había mandado construir, siglos antes, en el mismo sitio.
El Templo santificado por la presencia de Jesús, y en el cual penetró, entre ramos y palmas, el Domingo de su triunfo, desapareció, cumpliéndose lo vaticinado por Cristo.

—Mirad, Maestro—le decían un día sus Apóstoles— mirad qué piedras y qué fábrica.

—En verdad os digo—respondió Jesús— que de estos grandes edificios no quedará piedra sobre piedra...

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