SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, VIDA Y ORACIÓN DEL FUNDADOR DE LA ORDEN DE PREDICADORES


Santo Domingo de Guzmán nació en Osma, en un lugar llamado Coleruega, hijo de muy ilustres padres. Cuando iba a nacer, su madre tuvo un sueño misterioso en el que le parecía ver a su hijo representado por la figura de un perro que, con un hacha o tea encendida, en la boca, alumbraba a todo el mundo. 

 
Cuando bautizaron al niño, pudieron ver los presentes una estrella de maravilloso resplandor. Confiaron la primera educación del niño Domingo a un tío suyo, arcipreste de Gumiel de Izán y lo mandaron después a Palencia, de donde salió tan aventajado en filosofía y metafísica, como en las virtudes.
Una vez vendió las alhajas de su casa y hasta los libros, para dar de comer a los pobres, y cuando se le acercó una mujer llorando, para que la ayudase a rescatar a un hermano suyo, que era cautivo de los moros, hizo instancias a la afligida señora para que le vendiesen a él como esclavo, para reemplazar a su hermano.
Tomó en Osma el hábito de Canónigo Regular y, por obedecer a su Obispo, recibió la dignidad de arcediano de aquella iglesia; pero al llegar a la edad de treinta años, por imitar a Cristo, comenzó su predicación y pasó a Tolosa de Francia, donde la herejía de los albigenses hacía grandes estragos. Allí, con sus sermones y milagros, y sobre todo con el arma del Rosario, salvó a los católicos y convirtió a cien mil herejes.
Entre otros prodigios fue muy admirable el no haberse quemado el libro que echó el santo en una hoguera, donde, en cambio, se abrasó al instante el libro de los herejes.
Celebrándose por ese tiempo el gran Concilio Lateranense, el Papa vio en sueños cómo la iglesia de Letrán se abría por todas partes, se venía al suelo, que Santo Domingo la sustentaba y, como si fuera un Atlante, la sostenía en peso.
Durante su estancia en Roma tuvo Domingo una visión: Jesucristo sentado en trono de juez, empuñaba tres lanzas en actitud de arrojarlas sobre el mundo. María intercedía y presentaba, cual garantía de la conversión mundial, a dos hombres. En uno de ellos se reconoció Domingo, del otro no se sabía quién fuese. Lo propio ocurría a éste, que era San Francisco de Asís. A la mañana siguiente se encontraron en una de las basílicas romanas y se abrazaron con efusión, transmitiendo el abrazo a sus respectivos hijos.
El Papa Honorio III el 22 de diciembre de 1216 despachó la bula de confirmación de la Orden de Predicadores y el 26 de Enero próximo les otorgó un diploma dándoles el título de miembros de ella. 

 
Por aquel tiempo, como confirmación de la aprobación pontificia, ocurrió que, orando Santo Domingo, se le aparecieron San Pedro y San Pablo, presentándole el primero un báculo y el segundo un libro, y diciéndole:
- "Ve y predica, que esa es tu misión".
Santo Domingo resucitó tres muertos: el maestro de obras de San Sixto, sepultado bajo un lienzo de pared desplomado; el niño de una señora viuda, que había fallecido mientras su madre fue a oír al santo predicar; y el joven Napoleón, sobrino del cardenal Fossanuova, que cayó del caballo y fue arrastrado hasta descuartizarse.
Otra vez, en su convento faltó el pan. Domingo mandó tocar a refectorio, echó la bendición y empezó la lectura. Después de las oraciones del fundador entraron dos mancebos llevando panes en sendos manteles, y, uno a cada lado, sirvieron comenzando por los menores y después desaparecieron. Acto seguido mandó traer vino, que milagrosamente fue hallado, y hubo pan y vino para tres días.
Era Santo Domingo de estatura regular y enjuto de carnes; bello rostro, ojos vivos y hermosos, barba bipartida y tirando a rubia, y cabello del mismo color, sembrado de canas ya al fin de su vida; manos largas, bien perfiladas, y voz argentina. Llevaba ordinariamente la cabeza un poco inclinada en actitud de humildad y recogimiento.
Murió en Bolonia el 6 de Agosto de 1221, después de declarar solemnemente que había conservado su virginidad. Al amortajarle, le quitaron una cadena de hierro con que se ceñía y que le servía de disciplina. Yacen sus reliquias en Bolonia.
Su fiesta se celebra el 4 de Agosto, por disposición del papa Clemente VIII.
ORACIÓN 

Glorioso y humilde Santo Domingo, 
gran Patriarca y gloria de España, 
guardián devoto de la fe 
y fundador de la bendita y sagrada 
orden de los Predicadores. 

Tu feliz nacimiento estuvo lleno de grandes prodigios,
tu niñez amable, tu vida admirable,
tu doctrina más del cielo que de la tierra,
con la cual, y con los ejemplos de tus heroicas virtudes
e innumerables milagros que el Señor obró por ti,
convertiste a la fe católica a innumerables herejes,
reformaste las costumbres extraviadas de los fieles,
instituiste una orden de varones apostólicos
que sustentasen la Iglesia que amenazaba ruina,
y llevasen por toda la tierra
la doctrina del Evangelio,
para que resistiese a los enemigos de la fe
y fuese sol y luz del mundo.

Yo te ruego y suplico, ¡oh padre santísimo!,
que me alcancéis la gracia
de aquel Señor que te adornó de tantas
y tan grandes gracias y virtudes,
para que yo te imite
en la pureza de mi alma y cuerpo,
y en aquella ardiente caridad
con que tan amablemente
llorabas los pecados ajenos
y te castigabas por ellos,
y quisiste ser vencido
por rescatar el hijo de la viuda,
y deseaste y procuraste ser mártir por el Señor;
y aquella profundísima humildad
y menosprecio del mundo,
en la penitencia,
en la mortificación de mis pasiones,
en la oración y devoción
a la Santísima Virgen, nuestra Señora,
que tu en tan sublime grado tuviste,
para que siguiendo tus pisadas con tu favor,
sea partícipe de tus altos merecimientos
y de la corona que tu posees en el cielo.

Amén.
(Hacer una petición con mucha fe al santo)


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