ORACIÓN PARA PEDIR UN MILAGRO A TODOS LOS SANTOS MÁRTIRES


Gloriosos Santos Mártires,
Mártires de Cristo,
Mártires por vuestra fe en el amor de Dios,
Mártires por amor a vuestros semejantes,
Mártires del Supremo Amor
que con alegría recibisteis la tortura,
el derramamiento de vuestra sangre,
y las muertes más cruentas y dolorosas
por manteneros firmes en las sagradas creencias. 

 
Sois el mayor tesoro de la Iglesia Católica,
que ha sufrido mil persecuciones
a lo largo de su historia milenaria
y ha salido más reforzada de ellas,
porque vuestra sangre ha llegado a Dios
como clamor vivo de los seguidores de Cristo. 

Corazones palpitantes de amor al Todopoderoso,
y vivo ejemplo de generosidad
por el que os ha recompensado con los más diversos dones
para dar remedio a las penalidades, a las tristezas, 
a los sufrimientos, a las necesidades,
y a las aflicciones y problemas de todos vuestros devotos
cuando con toda nuestra fe y confianza
recurrimos a vosotros con nuestras miserias. 

Poderosos Mártires que con vuestra intercesión
conseguís los milagros más insólitos y prodigiosos
de la bondad de Nuestro Padre Celestial,
hoy con gran congoja y aflicción
a vosotros recurro para haceros una solicitud
de gran envergadura y dificultad,
imposible de conseguir por mi mismo,
pero de extrema facilidad para vosotros,
que con vuestra actuación de mediadores
ante el trono de su Divina Majestad,
habréis de conseguir para mayor gloria vuestra
y si es de bien y recibo para mi alma: 

(pedir lo que se desea conseguir). 

Vosotros que habéis sabido confesar vuestra fe 
no sólo con los labios, sino con el corazón 
y con la más excelsa ofrenda: vuestra vida, 
nos alentáis a manifestar nuestro amor por Jesucristo, 
según nos enseñó el Maestro y Señor:

«A quien se declare por Mí ante los hombres,
yo también me declararé por él ante mi Padre
que está en los cielos».

Dadme hoy la fuerza de la fe,
con la que pueda mover montañas
y superar las dificultades de la vida.

Vosotros, que habéis regado esta tierra
con un amor más grande que el odio y que la muerte,
no permitáis que las fuerzas del Maligno
me acobarden o me derroten,
fortalecedme o Santos Mártires
con esa fortaleza de la que hicisteis gala
en los momentos más cruciales de vuestra vida,
al entregar vuestra existencia a Dios Padre.

Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Santa María, Reina de los Mártires,
ruega por nosotros.

Rezar tres Padrenuestros, un Avemaría y un Gloria.
La oración debe hacerse durante cinco días seguidos,
en honor a las cinco Llagas de nuestro Señor Jesucristo. 


La divinidad de la Religión Católica está plenamente comprobada por las Sagradas Escrituras, por las tradiciones también divinas, por las profecías, por los milagros, por su maravillosa propagación, por la santidad de sus principios y enseñanzas, y por los martirios.
La palabra martirio significa testimonio, y mártir quiere decir testigo.
Sufrir heroicamente la muerte por no negar a Jesucristo o alguna verdad de fe, por mantener alguna virtud del alma o por no incurrir en algún delito, eso es verdadero martirio, y al que lo sufre se le llama mártir, porque, con su sangre y con su muerte, da firme testimonio de Dios revelador, redentor y santificador.


La Religión Cristiana cuenta en su apoyo diez y ocho millones de mártires, número de vidas que no ha costado la defensa de ninguna otra verdad en el mundo.

Y hay que tener presente que el género de muerte que se daba a los mártires, no era, por lo común, de aquellos que acaban con la vida del individuo en breve tiempo. Los tiranos aguzaban todo su ingenio para inventar los más horrorosos suplicios, desde los potros de hierro a los toros de metal incandescente; desde los garfios de acero, con que se desgarraban las carnes, hasta los hornos llameantes en que los cuerpos eran tostados a fuego lento; desde las calderas de aceite hirviente a las hogueras abrasadoras; desde el desollamiento de la piel viva hasta la crucifixión cabeza abajo; desde la cortadura de los pechos y la extracción de los ojos hasta la rotura de los huesos.


No hubo sufrimientos, agonías, tormentos, dolores, ansias y congojas a que no fueran sometidos inhumanamente, bárbaramente, ferozmente aquellas insignes víctimas, que caminaban a la muerte con la sonrisa en los labios y la serenidad de espíritu en la conciencia, entonando cánticos de sublimes alabanzas en honra del verdadero Dios, de la Virgen Santísima, de su Divino Hijo y de todos los principios fundamentales del Cristianismo.


No eran, no, los mártires filosóficos cínicos o estoicos acostumbrados a mirar la muerte con desprecio: eran niños, niñas, jóvenes, ancianos, hombres, mujeres, padres, hijos, hermanos, sabios, ignorantes, ricos y pobres, a quienes por una simple negativa, o por una sencilla afirmación, por un creo o un no creo, se les habría perdonado la vida y se les hubiera premiado liberalmente su apostasía.

Tenían alto ejemplo que imitar, y lo imitaron y siguieron fielmente.

Tenían en su alma y en su memoria el santo ejemplo de Jesucristo muriendo en un patíbulo por el Testamento de su Padre.


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