ORACIÓN A LOS TRES SANTOS MONJES DEL DESIERTO PARA ALIVIO DE TRISTEZAS, SOLEDAD Y DEPRESIONES


Existe una larga serie de escritos debidos a varios autores, algunos tan serios y dignos de fe como San Jerónimo, San Atanasio, Casiano, etcétera, en los que se da a conocer la vida de numerosos varones y algunas piadosas mujeres que en los cuatro o cinco primeros siglos del cristianismo se retiraron de la vida ordinaria y buscaron un asilo en los desiertos de Egipto y el Asia Menor para dedicarse a la contemplación y a una vida de rigor casi increíble.

Estos solitarios no vivían ociosos, sino que trabajaban haciendo cestas, esteras y tejidos diversos, además de trabajar la tierra y ofrecerse como peones para ayudar a las labores agrícolas. 

 
El fruto de sus trabajos era empleado solamente para el sustento propio, pues se habían prohibido tener dinero acumulado.
Las agrupaciones monásticas así concebidas solían formarse en torno de algún hombre especialmente venerable por su edad, prudencia y santidad, y se componían no pocas veces de centenares de personas que vivían más o menos aisladas entre sí, aunque se reunían los días de fiesta, los sábados y los domingos para asistir a los oficios religiosos.
Hay que advertir que muy pocos de ellos eran sacerdotes, pero no faltaban los representantes de este grado de la jerarquía eclesiástica. Los motivos que los impelían a buscar la soledad fueron, con frecuencia, las terribles persecuciones desencadenadas antes de la paz de Constantino.
Eran tiempos de inquietud y zozobra, y aun a la soledad de los desiertos llegaban fieros perseguidores a turbar la paz de los monjes, cuando no irrumpían hordas de tribus semisalvajes que habitaban los alrededores de aquellos parajes, y que realizaban crueles matanzas entre los ermitaños.
Pero, en general, puede decirse que los héroes de la soledad realizaban su vida de acuerdo con los principios que habían aceptado, y que no eran otros que el total renunciamiento de los bienes materiales para entregarse a la reflexión espiritual.
Solos con Dios, apartados del bullicio de las ciudades y de los falsos orgullos del mundo, los monjes y anacoretas realizaban con alegría sus trabajos y mortificaciones, soportando con estoicismo sorprendente los rigores del sol durante el día y la destemplanza del frío por las noches, allá en la callada inmensidad del desierto. 


Los tres monjes del desierto, San Pacomio, San Macario y San Arsenio, tuvieron existencia admirable y conmovedora,  y que no son tan conocidas, por la gran cantidad de años que ha transcurrido desde que vivieron y padecieron por amor al Espíritu. Pero sus ejemplos no han dejado de vivir, porque el heroísmo de sus almas es fecundado y sigue fecundando muchas huellas afines.

ORACIÓN A LOS 3 MONJES DEL DESIERTO

Gloriosos San Pancomio, San Macario y San Arsenio,
benditos y solitarios padres del desierto,
que renunciasteis a vuestras vidas
para vivir solos con Dios.

Humildes y santos monjes eremitas,
ejemplo de humildad y amor a Dios
vosotros nos recordáis con vuestros hechos
la importancia primordial de las Escrituras,
base sagrada en la vida del buen cristiano,
ya que la palabra de Dios
es el crisol que transforma al ser humano
y nos ayuda a conectar con El en la soledad.

Bendita la soledad adquirida voluntariamente,
que es la que elegisteis vosotros,
pero terrible la soledad obligada
que es la que sufre el afligido,
el ignorado, el enfermo, el deprimido, el triste.

Ayudadme santos monjes y padres,
en mi lucha por salir de ella,
alcanzadme vuestra mano
para que la tristeza se convierta en alegría,
la incertidumbre en seguridad,
los temores y el miedo en valor.

Con vuestra ayuda e intercesión
lograré vencer la oscuridad que me invade,
la tristeza que llena mi alma,
la depresión que se ha adueñado de mi vida
y recobraré las ganas de volver a salir al mundo,
pleno, dichoso, activo y valiente.

Gracias santos monjes por haber conocido
el modo perfecto de agradar a Dios,
porque gracias a ello, yo hoy,
puedo dejar mis problemas en vuestras manos,
con la certeza de que recibiré ayuda
en el delicado momento en que me encuentro.

Así sea. 



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