SAN JUAN DE BRITO, VIDA BREVE Y ORACIÓN DEL SANTO MISIONERO



SAN JUAN DE BRITO
Presbítero (1693)

El jesuita misionero San Juan de Brito, nació en Lisboa el 1 de marzo de 1647. Era hijo de Salvador de Brito Pereira, más tarde gobernador de Río de Janeiro y del Brasil, y de doña B. Pereira, familia noble y piadosa al servicio de los duques de Braganza. 

 
Fue martirizado por la fe de Cristo en Urgur de la India, el 4 de febrero de 1693.
Su hermano y biógrafo, Fernando Pereira de Brito, nos comunica muy pocas noticias sobre la infancia de Juan de Brito en su Historia del nacimiento, vida y martirio del venerable P. Juan Brito, de la Compañía de Jesús, mártir del Asia y protomártir de la Misión del Maduré.
Era de frágil salud, inteligente y sosegado. En cumplimiento de una promesa, y también por gusto, siendo todavía pequeño, vistió la sotana de la Compañía de Jesús durante un año entero en el palacio de Juan IV, donde era paje del infante don Pedro y, más tarde, del rey de Portugal. De ahí que le designaran con el mote de «apostoliño», pues los jesuitas eran llamados apóstoles en Portugal.
Así, pues, vistiendo ya la sotana de la Compañía de Jesús, entró en el noviciado en la fiesta de Navidad y continuó los estudios en Évora. Su debilidad era tan grande que llegó a arrojar sangre por la boca.
De Évora partió para Coimbra a fin de cursar allí filosofía, hasta que fue trasladado al colegio de San Antonio de Lisboa, donde enseñó humanidades.
Su madre, viuda desde hacía mucho tiempo, tuvo mucha dificultad en dejarlo partir a lejanas tierras; pero, esto no obstante, embarcó él con grandes ánimos para la Misión del Maduré en la India oriental, el 25 de marzo de 1673. Contaba entonces veintiséis años de edad.
Se detuvo algún tiempo en Goa para terminar los estudios teológicos, llevando en este tiempo una vida de gran austeridad; no usaba cama para dormir; no comía carne ni pescado, sino solamente legumbres, hortalizas, frutas, arroz y leche, adiestrándose de este modo para la vida misionera y sufriéndolo todo por amor de Cristo. 

 
En 1674 dio comienzo a su gesta misionera a través de la India, empezando por el Malabar. Vestido de asceta, con los pies hinchados por el mucho caminar, llevando consigo algunos libros para sus controversias con los paganos y una piel de tigre para sentarse y para dormir, recorrió los reinos de Ginje y Tanjaor; estuvo en la Costa de la Pesquería y en Travancor, disputó con los brahmanes e hindúes, sufrió persecuciones, estuvo preso, fue atormentado y convirtió millares de infieles.
Como Nóbili y otros jesuitas del Maduré, vestía a manera de saniasi. Con más exactitud: San Juan de Brito escogió la clase religiosa de los pandarás-suamis, es decir, penitentes de orden inferior, a quienes se permite tratar con varias castas de la India, con lo cual podía extender su apostolado a un círculo más amplio de personas. Pero él decía simplemente que era un saniasi romano.
Y ésta es precisamente una de sus glorias: desprenderse, por muy doloroso que fuera, de su occidentalismo y meter a Cristo en las duras prácticas ascéticas de los anacoretas y penitentes de la India, y esto no sólo como medio pedagógico o apostólico de conquista, sino también para gustar el sacrificio por Cristo.
De esta manera, no comía carne ni huevos, no bebía vino; practicaba muchos ayunos, andaba constantemente vestido de cilicio, y tomaba sangrientas disciplinas.
Dominando así la cultura brahmana, estudiando y orando, anduvo de un territorio a otro, vestido de una túnica de cuero entre roja y amarilla, sometiéndose a los ritos sociales de los bonzos brahmanes, pero sin caer en sus errores. Sin embargo, algunas personas de mirada estrecha lo acusaron de heterodoxia a causa de este modo de obrar, y esto le hizo sufrir mucho.
Notemos otra característica de su personalidad, que podemos designar como humanismo religioso: poseía unas maneras agradables; gustaba de leer y escribir cartas a personas amigas, y aun mostraba cierta galantería, según testifica el padre Antonio Franco. Sabía sonreír y ser amable, interesarse por los sobrinos; decir al hermano que no lo tratase como muy reverendo ni como señor, etc.
Todavía en la víspera de su muerte, tuvo suficiente serenidad para deshacer en el agua un pedazo de carbón y escribir desde la cárcel una última carta. Escuchemos las últimas palabras de esta carta.
«Adiós, buen amigo Fevereiro, 3 de 1693. Sirva ésta para todos los Reverendos Padres. Este año bauticé a cuatro mil».
Era su último grito de alegría: en aquel año había bautizado cuatro mil almas.

Mucho peregrinará por amor de Cristo. Recorrerá a pie los caminos de la India; embarcará para Europa en 1687 en busca de misioneros y de subsidios y asimismo para dar cuenta sobre el estado de las misiones. Vientos contrarios lo llevaron a las costas del Brasil, de donde navegó a Portugal hasta entrar por la barra del Tajo.
Allí habló con el rey; obtuvo dinero para sus catequistas y regresó nuevamente a la India, volviendo a la Misión del Malabar. Ahora va a morir en Urgur, después de ver quemar las iglesias y saquear las casas de los cristianos.
El 4 de febrero de 1693 lo llevaron a una colina sobre el río Pamparru; se arrodilló para rezar, mientras el verdugo afilaba la cuchilla. De este modo permaneció una media hora. Después se levantó, sonrió y se entregó a los verdugos en medio de una gran polvareda. Le hicieron sentar, le ataron las manos y sus grandes barbas, y seguidamente le cortaron la cabeza, y luego las manos y los pies. Al caer San Juan, quedó de costado con los ojos abiertos y las piernas extendidas. Luego, con los miembros mutilados atados al tronco, fue levantado sobre un palo.
Al cabo de ocho días, todo cayó, y la cabeza rodó por la pendiente hasta sumergirse en el río, donde fue arrastrada por la corriente. Las fieras devoraron el cuerpo del mártir, de quien muy pocas reliquias se salvaron. Para él, el día de la muerte fue el día más bello de su vida. Sentía ansias del martirio desde hacía muchos años, y ya el 22 de julio de 1691, escribía al padre Manuel da Costa:
«Dicen ahora que en Marava se ha dicho que esperaban prenderme y cortarme la cabeza y así poner término a la predicación del Evangelio en sus tierras. Si así lo han de hacer, ¿para qué hablar? Iremos, pues, pronto al cielo».
Y de hecho así sucedió. Bien pronto entró en el cielo a ver a Dios. Fue beatificado en 1852 y canonizado el 22 de junio de 1947.
ORACIÓN

Glorioso San Juan de Brito,
humilde misionero de la Compañía de Jesús,
en quién hoy deposito toda mi devoción
de que tu, por ser uno de los favoritos de Dios,
conseguirás de su Divina Majestad
la atención necesaria para presentarle
la súplica que con tanta fe te solicito.

Santo convertidor de almas,
predicador abnegado de la fe,
valiente soldado de Cristo
que sufriste el martirio más cruel
y las torturas más desgarradoras,
escucha a este tu fiel devoto
y ruega a Dios por mi para: 

(Exponer el problema o la petición). 

Modelo de caballerosidad y generosidad,
san Juan de Brito, santo mío,
ayúdame a paliar el sufrimiento que tengo,
alivia mis congojas, mis penas,
y haz de mediador para que la súplica
que acabo de dejar en tus manos
sea agradable a Dios, Señor Nuestro,
y obtenga un feliz cumplimiento.

Por Jesucristo, Hijo de Dios vivo,
que vive y reina con Dios Padre
y con Dios Espíritu Santo. 

Amén. 

Rezar tres Padrenuestros y tres Glorias. 

Repetir la oración tres días seguidos. 


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