LOS SANTOS MÁRTIRES DE UGANDA


Uganda se encuentra en el continente africano, y es un país que en un mapa donde hay enormes territorios parece pequeño. Sin embargo, Uganda es más grande que Portugal.

Hace solamente cien años, ese país era completamente desconocido por los hombres blancos, hasta que los exploradores Burton y Speke, en 1859-1863, y después Stanley en 1875, lo descubrieron, encontrando que tenía un clima cálido, pero más saludable que el de otros países del continente negro. 

 
Los bosques de Uganda, que son numerosos, están habitados por una gran variedad de fieras y animales salvajes. Por las noches se escucha el chillido de los monos, el grito destemplado de las hienas y el rugido de los leones y leopardos. Pero hay, además, elefantes, víboras, cocodrilos, jirafas...
En cuanto a su población, es interesante reproducir algunos conceptos del padre Jacques Bondallaz, quien dice así en el prólogo de una relación dedicada a Uganda:
"Cuando los primeros blancos penetraron en el corazón del continente africano, creyeron necesario abrirse camino a disparos de fusil, porque los pueblos negros que pertenecían a esos territorios, no parecían muy dispuestos a recibirlos. ¿Qué podían llevarles? Lo que nosotros llamamos "civili-zación", y que se reduce, la mayor parte de las veces, a telas de colores, collares de cuentas de vidrio, lociones baratas y armas de fuego.
Pero los "civilizadores" pedían, a cambio de eso, el trabajo, las riquezas y las tierras de los nativos. Por dos o tres blancos que brindaban amistad sincera, llegaban cien que no pensaban más que en enriquecerse por todos los medios, aun mas más viles.
Y todavía llamaban "salvajes" a los negros! "
Felizmente, para honor de Europa, al mismo tiempo que exploradores y comerciantes llegaron los misioneros. Y en seguida los nativos reconocieron que los trataban, no con amor, sino con amigos.
Recibieron con alegría el mensaje de amor del Evangelio, y tratados ya no como salvajes, sino como auténticos hermanos, ellos igualaron en caridad y heroísmo a los cristianos del antiguo Occidente. Y desde el primer momento no vacilaron en derramar su sangre cuando llegó la ocasión.
"El Señor no distingue ni el color de A piel, ni la diferencia de vestidos, ni los refinamientos de las costumbres para escoger a sus santos. 
La maravillosa historia de los mártires de Uganda prueba con evidencia, y nos hace comprender que los negros no solamente son hombres semejantes a nosotros, sino, quizá, superiores. Quien sepa bien esto, verá con nuevos ojos al estudiante africano que pasa por la calle, o a la pequeña mulata de cabello crespo que asiste a la escuela.
"El trabajo de cristianización del Africa apenas ha comenzado, pero cuenta ya con millares de adeptos, millares que van de un extremo a otro del extenso continente negro.
Hay grupos religiosos de los que salen centenares de sacerdotes, así como obispos negros, sucesores de los Apóstoles. Debemos estar orgullosos de pertenecer a su misma familia espiritual". 

 
En Uganda nunca nadie había pronunciado el nombre de Dios, y el diablo había gobernado allí por medio de la esclavitud, la brujería y el canibalismo. Un día en 1879, el padre Lourdel y el padre Livinhac, dos miembros de la Sociedad de Padres Blancos, llegaron en medio de estos pobres nativos. Inmediatamente se presentaron al Rey Mutesa, quien los recibió en paz y les concedió permiso para residir en su reino.
Los misioneros fueron todos para todos, y prestaron servicio de la manera que pudieron. Menos de siete meses después de que abrieran un catecumenado, seleccionaron algunas personas dignas de preparación para el Bautismo. El rey Mutesa se interesó por lo que los padres estaban predicando, pero en poco tiempo sus palabras despertaron la ira de los celosos médicos brujos y de los árabes, que se dedicaban a la esclavitud.

Anticipándose a la persecución, los padres Lourdel y Livinhac bautizaron a los nativos que ya estaban preparados y luego se retiraron al sur del lago Victoria con unos pocos jóvenes negros que habían comprado como esclavos. Una epidemia de viruela diezmó a la población de esa área, y los misioneros bautizaron a un gran número de niños moribundos.

Después de haber estado tres años en el exilio, el rey Mutesa falleció. El rey recién ascendido, el rey Mwanga (el hijo de Mutesa, quien había depuesto despiadadamente a su padre), era violento y paranoico. Gobernó su corte a través del miedo todos estaban bajo la amenaza constante de su temperamento y sus tendencias sádicas. Los cristianos en la corte de Mwanga lucharon para proteger a los jóvenes de su gobernante, quien comenzó a buscar oportunidades para obligarlos a renunciar a su fe (debido a los temores de que la Iglesia estaba ganando demasiado poder, amenazando a su inestable monarquía).

Tras el martirio del líder de la comunidad cristiana, San José Mukasa, la instrucción y la custodia de los jóvenes de la corte real recayó en Charles Lwanga. José se había enfrentado valerosamente al rey, condenando su ejecución de un misionero protestante.
El rey, que antes había considerado a José un amigo (después de haber salvado su vida de una víbora venenosa con sus propias manos), ordenó que lo ataran y lo quemaran vivo. Fue secundado por el consejo de sus asesores de confianza, quienes afirmaron repetidamente que la lealtad de José estaba con "otro rey", el Rey Dios de los cristianos. Antes de la muerte, José perdonó al rey. Le dijo al verdugo:

“Un cristiano que da su vida por Dios no tiene miedo de morir. Dígale a Mwanga que me ha condenado injustamente, pero lo perdono con todo mi corazón”.

El verdugo estaba tan impresionado con Mukasa que lo decapitó rápidamente antes de atarlo a la estaca y quemar su cuerpo. El fue un poderoso testigo inspiró lo que sucedió después.

Charles Lwanga continuó donde José lo había dejado, organizando reuniones de oración para los jóvenes de la corte y, en general, manteniéndolos fuera de las manos del rey. Esto, sin embargo, despertó la paranoia y la sospecha de Mwanga, quien determinó que la instrucción religiosa estaba envenenando las mentes de los jóvenes e impidiendo que obedecieran sus órdenes. Un joven, que no tenía más de 13 años, informó al rey del nombre de su maestro, Denis Ssebuggwawo, a quien el rey había ejecutado rápidamente clavándole una lanza en la garganta.

El mismo día, Mwanga mutilí y torturó al joven Honoratus, y a un neófito llamado James, que una vez intentó convertir a Mwanga al cristianismo, le colocó un yugo colgado alrededor de su cuello. Luego Mwanga reunió a todos los cristianos y dio órdenes para que fueran llevados a la pira en Namugongo y se quemaran vivos. James murió en ese fuego junto con los otros mártires el 3 de junio de 1886, en la fiesta de la Ascensión.
El padre Lourdel escribió más tarde:

Los que tenían entre 18 y 25 años estaban atados. Los muchachos más jóvenes, atados fuertemente, apenas podían caminar sin empujarse entre sí. Vi al pequeño Kizito riéndose de todos los juegos como si fuera un juego que estaba jugando con sus amigos. Había quince católicos en total, tres de los cuales fueron liberados en el último minuto. Hay veintidós mártires católicos oficialmente canonizados, cuyas muertes ocurrieron entre 1885 y 1887.

La devoción popular a los mártires de Uganda adquirió un carácter universal después de que San Pío X los proclamara Venerables el 16 de agosto de 1912. Su beatificación se produjo el 6 de junio de 1920 y recibieron los honores de canonización el 18 de octubre de 1964.

A las palabras del padre Jacques Bondallaz hay que añadir el hecho de que el papa Juan XXIII, al nombrar nuevos miembros del Colegio de Cardenales, comenzó a designar cardenales negros.

¡Bello significado de lo que debe ser la confraternidad y entendimiento entre los hombres de todas las razas! 


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