DAD AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR


Trataban los príncipes de los sacerdotes de captar algunas palabras de Jesús, a fin de poder entregarle, como reo de Estado, a la jurisdicción secular del presidente; y, con este objeto, enviaron a algunos malvados, los cuales dijeron al Salvador:

— «Maestro, sabemos que hablas y enseñas rectamente, y que no tienes respeto a persona, sino que enseñas en verdad, el camino de Dios: ¿Nos es lícito pagar el tributo al César ó no?

Y, entendiendo Jesús la astucia de aquellos hombres, les contestó:

— ¿«Por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo. 

 
Y como le presentasen un denario, les preguntó Jesús:  

¿De quién es esta figura e inscripción?

—De César, le respondieron ellos.

Y les replicó Jesús:
—«Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.»

Maravillosa respuesta, que dejó pasmados a los astutos emisarios y burlados en sus criminales propósitos. Porque aquellas palabras deslindan perfectamente las atribuciones de ambas potestades, civil y eclesiástica.

Toda autoridad procede de Dios, como único poder soberano e infinito, todos los demás poderes son, por su naturaleza, esencialmente derivados, con arreglo a las leyes de eterna justicia.
Dejando aparte la constitución de la sociedad religiosa o sea la Iglesia y limitándonos al orden civil, enseña el Doctor Angélico Santo Tomás, que Dios delega su autoridad en las naciones, para que éstas, con arreglo a sus particulares circunstancias y conveniencias, establezcan la forma de gobierno más en armonía con sus privativos intereses legítimos.

Y así reinan los príncipes cristianos, por la gracia de Dios, en las monarquías absolutas, y por la gracia de Dios y la Constitución política, en las monarquías representativas.

Y así gobiernan los presidentes de las repúblicas más democráticas, elegidos por el sufragio de los ciudadanos. 

 
Todo poder humano es, pues, por su naturaleza, divino, en cuanto procede de Dios, en quién reside la infinita soberanía sobre todas las cosas.

No serán, no son divinas las personas que ejercen este poder; mas el principio de autoridad es santo y necesariamente respetable en todos los pueblos cultos.

Hay que dar a Dios un tributo, y otro tributo al César; hay que adorar a Dios, amarle y respetarle sobre todas las personas y las cosas de este mundo, dentro del orden establecido en la sociedad religiosa; pero en la esfera civil hay que amar y respetar también al primer magistrado, cualquiera que sea su nombre, llámese emperador, rey o presidente, y obedecer a las leyes justas que promulgue, porque siempre, y con cualquiera denominación, es la representación divina de un principio augusto, y la representación igualmente de todos los derechos, de todos los intereses y de todas las grandezas de los pueblos.

¡Qué sublimes las enseñanzas del Evangelio!

Ellas han asociado siempre, a la majestad de sus santos ideales, la belleza en el arte y el fundamento de las ciencias morales y políticas.

El Cristianismo, palanca la más poderosa de todos los progresos humanos, inspiró al pintor madrileño Don Antonio Arias Fernández, allá por la mitad del siglo XVII, asunto para uno de sus mejores lienzos que, con el título de La moneda del César, representando el pasaje que liemos descrito, y procedente del convento de Benedictinos de Montserrat, de Madrid, se conserva en nuestro Museo Nacional de Pintura. Más arriba lo puedes contemplar.

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