SANTA ZITA, ORACIÓN A LA PATRONA DE LAS TRABAJADORAS DEL HOGAR Y LOS PANADEROS


No hay estado tan pobre, no hay condición tan oscura en el mundo, en que no se pueda con la asistencia de la Divina Gracia, arribar a una eminente santidad.
Prueba incontestable de esta verdad es Santa Zita. Fue de nacimiento humilde. Se llamaba su padre Lombardo, y su madre Buonissima; eran ambos pobres, pero temerosos de Dios: y como no esperaban dejar ningunos bienes a su hija, procuraron dejarle por lo menos el de la virtud, que es el mayor de todos. 

 

ORACIÓN 

Gloriosa santa Zita, humilde y virtuosa, 
que en el trabajo doméstico fuiste amable,
solícita y trabajadora constante,
pues eras como Marta, hermana de Lázaro, 
cuando recibió y atendió a Jesús en Betania,
y generosa como María Magdalena,
a los pies del mismo Jesús,
ayúdame a tener paciencia,
y hacer todos los sacrificios
que me imponen los trabajos domésticos.
Oh Dios, recibe mi trabajo,
mi fatiga y mis tribulaciones,
y por la intercesión de Santa Zita,
dame las fuerzas necesarias
para satisfacer siempre con mis deberes
al que me necesita, 
y merecer el reconocimiento de aquellos
que sirvo junto a la recompensa en el Cielo. 

Santa Zita intercede por mí 
y haz que reciba la protección y el amparo de Dios 
cuando las necesidades y las aflicciones me angustien 
y no tenga que pasar por sufrimientos innecesarios, 
haz que mis esfuerzos reciban la recompensa adecuada 
y mi vida sea buena y feliz. 

Te lo pido por nuestro Señor Jesucristo. 
Amén. 

Rezar tres Padrenuestros y Gloria. 

 

Nació Zita en el principio del siglo XIII, en una aldea llamada Monsagradi, poco distante de la ciudad de Lucca (Italia). Los desvelos de la virtuosa madre en criarla en el temor santo de Dios, fructificaron fácilmente en aquel tierno corazón que parecía como nacido para la virtud, por estar lleno de inclinaciones naturalmente piadosas.

Hechizaba a todos la dulzura de su genio y su modestia; hablaba poco, trabajaba mucho, y sólo interrumpía la labor para entregarse a la oración.


Después de que tuvo bastante discreción para conocer y amar a Dios, nunca le perdió de vista, y en ningún otro objeto hallaba gusto su corazón.
Teniendo doce años, la pusieron a servir en casa de un ciudadano de Luca, llamado Fatinelli, que la tenia contigua a la iglesia de San Frigiliano. Se conserva esta casa hasta el día de hoy con singular veneración, estando adornados todos sus cuartos de ricas y primorosas pinturas que representan las principales acciones y milagros de nuestra santa.
Hallándose Zita en humilde estado de criada, desde luego se persuadió que la verdadera virtud consistía en cumplir exactamente con las obligaciones de su estado; y a esto se aplicó con el mayor empeño. Se levantaba siempre al despuntar el día y mientras los demás dormían ella oraba.
Como era muy advertida y de mucha capacidad, prevenía de ordinario con anticipación todo aquello que le tocaba hacer. Era tan exacta en el cumplimiento de su obligación, que parecía no pensaba en otra cosa que en las ocupaciones de su oficio.
Enemiga mortal de la ociosidad, siempre estaba ocupada; y en casi sesenta años que estuvo en aquella casa, jamás la vieron sin ninguna labor en las manos. Acostumbraba decir que las principales prendas de una criada cristiana eran el temor de Dios, la fidelidad, la humildad y el amor al trabajo.
"Ninguna criada -decía- puede ser virtuosa, si no es laboriosa; una virtud holgazana, especialmente en las que son de nuestra esfera, es una falsa virtud".
Pero la más sobresaliente de todas sus virtudes fue la caridad. No puede explicarse a que grado llegó en ella esta esclarecida virtud: no tenía limites su compasión con los pobres, con los afligidos y con los atribulados.
Comúnmente se cree que uno de los motivos que tuvo para ayunar casi siempre a pan y agua, fue por tener más para dar limosnas; pero nunca daba nada sin licencia.
Cayó enferma y aunque padecía ligera enfermedad, quiso recibir los sacramentos. Lo hizo con tanta devoción que la infundió en todos los circunstantes. Ninguno se persuadía que hubiese de morir con tan ligero mal; pero ella estaba mejor instruida que todos de su postrera hora.
En efecto, el quinto día de su enfermedad expiró entre fervorosos actos de amor de Dios, en los cuales se había ejercitado toda su vida. Sucedió su muerte el 27 de abril del año 1272, a los 70 de su edad.
El año de 1580 se abrió la sepultura y se halló entero el santo cuerpo. La colocaron en una rica caja para satisfacer la devoción del pueblo: está todo cubierto con una ropa de brocado de oro.
 

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