SEBASTIÁN DE APARICIO, VIDA DEL BEATO APACIGUADOR DE FIERAS


El humildísimo Hermano lego de la Orden Franciscana, Sebastián de Aparicio, nació en Gudiña, Galicia, España, el 20 de Enero de 1502.
Siendo muy niño enfermó gravemente de un absceso maligno y fue llevado por su afligida madre a una casucha deshabitada, para aislarlo de los demás. Allí, por un descuido de la madre, pudo meterse una loba hambrienta. El animal mordió al niño en el lugar inflamado y lo lamió después, siendo ésta la causa de su curación. 

 
Más tarde, cuando ya era un mozo de veinte años, pasó a la Nueva España y se estableció en Puebla como labrador, pero poco después se hizo carretero y fue el primero de este oficio en la Nueva España. Se puso, pues, a domar novillos y a uncirlos a las carretas que él mismo construía, para llevar mercancías desde Veracruz a México, cosa que antes se hacía sobre los hombros de los indios; pero como consecuencia, hubo también de ser constructor de caminos, que no los había para sus carretas. Con eso reunió bastante dinero y entonces abrió una nueva ruta entre México y Zacatecas, para traer de aquellas ricas minas la plata en barras en largas cuadrillas de carretas que, con audacia increíble, llevaba a través de las abruptas sierras de México.

Al cabo de diez años vendió sus carretas y compró, entre Atzcapotzalco y Tlalnepantla, la Hacienda de Careaga, que le dio muy buen resultado, pues además de ser un buen carretero era un excelente agricultor, habilísimo charro y competente ganadero.

Hasta entonces había permanecido soltero y aun había hecho voto de castidad; pero por caridad hacia una joven pobre y decente la tomó por esposa, conservando, no obstante, su casto propósito.
A poco de ello enviudó y mandó al padre de su esposa los dos mil pesos de dote que el mismo Sebastián le había dado.
Dos años después, siendo ya mayor de sesenta, volvió a casarse con María Esteban, quien un día cayó de un árbol, al saber que venía su marido, y murió a consecuencia del golpe.
A los setenta y un años, habiendo caído gravemente enfermo, determinó dejar totalmente el mundo y hacer donación de sus dos haciendas, que valdrían unos veinte mil pesos, al Convento de Santa Clara de México, y él mismo se ofreció como servidor o "donado" de las monjas. Pero no era ésta su verdadera vocación y pocos meses después pidió el hábito de San Francisco, como Hermano Lego, estando todavía muy vigoroso.

Fue muy útil a los religiosos en los veinticuatro años que vivió, por su gran diligencia en el trabajo y por sus admirables virtudes. Su residencia habitual fue Puebla de los Angeles y sus contornos.
Si hasta entonces la vida del Beato había sido ejemplarísima, ahora resplandeció con prodigios numerosos, que fueron atestiguados por muchas personas.

Pero para justificar el calificativo de "Apaciguador de fieras", mencionaremos solamente algunos de los prodigios que obraba con los animales. 


A veces daban algunos hacendados al Beato, como limosna, unos novillos feroces que nadie había podido domar. En presencia de Sebastián, los animales perdían su fiereza, se dejaban uncir y trabajaban como si se hubieran criado haciendo siempre en esta labor. 

 
Una vez, la dueña de una hacienda se alarmó al saber que varias docenas de bueyes de Aparicio estaban sueltos entre las milpas. Se quejó ante el Beato y éste le dijo:
- "No tenga cuidado, Señora, le aseguro que ni una mazorca han tocado los animalitos, ni han quebrado una sola caña, y para que lo vea, voy a llamarlos".
A un grito suyo, acudieron los bueyes y el santo varón les preguntó:
- "¿Habéis hecho algún daño a la sementera de esta nuestra bienhechora?".
Un buey sacudió la cabeza haciendo señal de "no" como una persona lo haría y tras eso, les dio su bendición y los despachó de nuevo a pacer.
Finalmente, a los noventa y ocho años, con una muerte dulcísima rodeado de los casi cien frailes del convento, entregó plácidamente su alma al Señor este insigne imitador del Pobrecillo de Asís, gloria de la charrería mexicana, domador de potros y de novillos, primer constructor de carretas y modelo de hombre del campo de México. 

EL BEATO SEBASTIAN DE APARICIO 
El Inventor de la Carreta en México. 

La carreta primitiva que construyó el Beato Sebastián se compone de dos ruedas de madera que giran sobre un eje de hierro; las tablas arriba, con sus rejillas de cada lado y el timón o lanza que sale abajo de dicha carreta, a terminar en donde cruza el yugo y el conocido barzón de cuero para apoyarse en los cuernos de los bueyes, que se afianza con la respectiva coyunda. 
El Beato Sebastián, que fue el inventor de dichas carretas, las hizo a pura "zuela" y formón de golpe, estableciendo el respectivo taller para enseñar a los indígenas a manufacturar este vehículo de carga lo mismo que los aperos necesarios.

El Beato Sebastián, fue insigne en el manejo de la reata. El supo demostrar su habilidad única en el manejo de los animales cerreros mediante el empleo de la "reata" para lazar al animal. Conoció admirablemente, como el que más, esos floreos, lo mismo el "lazo de atole" que el "pial de gancho" o "mangana rastrera".
El Beato Sebastián primer constructor de carreteras. En la época prehispánica el indígena transitó por el país corriendo, como se dice todavía ahora, "a trote de indio". Pero vino la conquista y fue necesario, con la introducción de otros medios de comunicación, construir caminos carreteros. El Beato Sebastián trazó el de Veracruz a México y el de México a Zacatecas.

El Beato Sebastián fue uno de los primeros que enseñó a confeccionar los menesteres de los vaqueros de campo y muchos de los arreos de los charros, enseñando a hacer las jáquimas de cuerda, tejer las cuerdas y hacer las legítimas "reatas" rancheras de 10 varas, las cintas de cerda, o de algodón. En su hacienda de Careaga tuvieron lugar las afamadas "coleadas", el jineteo y lazo en los corrales, lo mismo que en los montes, y fue el maestro de los primeros caporales, de los primeros charros que al correr del tiempo enseñaron esto mismo a muchos mexicanos. El dio a conocer el verdadero arte del caballo y de la reata.
El primer charro, quiérase o no, es y será el Beato Sebastián de Aparicio. Era de admirar la notable destreza con que manejaba la "reata", que caía sobre el pescuezo del caballo bruto, o bien cuando cogía los cuernos de algún toro cerrero, que inútilmente intentaba huir ante la intrepidez y habilidad de aquel vaquero famoso, que con los movimientos que ejecutaba todos arriesgados, todos difíciles, casi clavándose en la silla, en cuya "cabeza" anudaba con varias vueltas la reata, detenía el ímpetu y la fuerza de la fiera, picando oportunamente espuelas al caballo.

El ejercicio de "olear" también lo ejecutó más tarde, ya de viejo, con una naturalidad y una gracia incomparables, demostrando que era un maestro en el arte difícil de "manganear".
El Beato Sebastián de Aparicio, fue hombre bueno y caritativo. Era el Abraham de los campos y comarcas de México. Hospedaba benignamente a los pobres peregrinos y a cuantos llegaban a su casa, los regalaba y atendía.
Cuando era carretero de comercio, socorría liberalmente a cuantos pobres encontraba en los caminos, llevándolos de limosna y sustentándolos todo el viaje. Más tarde, cuando fue hacendado, proveía generosamente a los otros labradores, sus vecinos, con dinero que les prestaba, y a las viudas les perdonaba las deudas de sus maridos difuntos y dotaba a sus hijas, para que tomasen estado.
Siendo ya religioso no cambió de modo de proceder, antes, se compadecía de los pobres, siéndolo él voluntariamente, y daba su manto, su sombrero y, a veces, hasta su hábito. Pero como el Superior le prohibiese hacer esto, él respondió:
- "Aunque me den cien azotes, no dejaré de dar, por amor de Dios, lo que me pidieren los pobres".
Cuando un pobre le pedía, él decía:
"Yo no te lo puedo dar, pero si me lo quitas, no lo impediré". 

ORACIÓN

Glorioso Beato Fray Sebastián de Aparicio,
humildemente me presento ante ti
para implorar tu protección. 

Confieso que no soy digno por mis pecados
de ser oído de ti, pero confío
que por la claridad que encendía tu corazón
para con tu prójimo,
que no podías ver una necesidad sin remediarla,
tengas compasión de mí.

Mira que puedes interceder por mí ahora
que gozas de la presencia de Dios;
no me niegues tu protección.

Alcánzame de su Divina Majestad
el remedio de la pena que me aflige,
si es para mayor gloria de Dios,
y salvación de mi alma.

Si no, hágase en todo la voluntad de Dios,
 ¡bendito sea su santo nombre!

(Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria).


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