SAN VIATOR, EL DESIERTO LE HIZO SANTO. SU ORACIÓN

Para los virtuosos de la religión, la vida debe ser un constante ejercicio de perfeccionamiento espiritual. Puede decirse que en este sentido son tres las etapas críticas de la vida en busca de perfección: la niñez, que no obstante su inexperiencia y la conducta impulsiva de que suele dar muestras, hace factible la práctica de la virtud, porque los niños son seres fundamentalmente inocentes y dúctiles; la juventud, en que sólo las fortalezas bien templadas pueden vencer los abismos que se multiplican a su paso; y la vejez, quizá la etapa más propicia para superarse a sí mismo, porque la experiencia vivida largamente, así como la fatiga física, inclinan al hombre a reconsiderar su conducta y a meditar mejor sobre los valores eternos. 
En la historia espiritual no siempre se muestra una línea invariable de conducta. ¡Cuántas veces los grandes santos han sido grandes pecadores en su juventud! 


San Agustín es el más típico ejemplo de los grandes convertidos, pues del error y del libertinaje pasó a la más honda y pura santidad, cuando la Luz entró en su conciencia.
Se hacen estas consideraciones antes de entrar en los pormenores de San Viator, debido a que este elegido fue un verdadero modelo de fortaleza y se sobrepuso a las circunstancias de la fogosa juventud.
Discípulo de un viejo maestro, Viator entregó su voluntad a un vivo anhelo de perfección. Junto con su instructor marchó al desierto, para vivir en la soledad de los eremitas cuando apenas tenía veinte años.
Este alejamiento implicaba renunciar a grandes oportunidades, inclusive al episcopado de la ciudad donde ejercía su ministerio. Pero Viator no consideró nada de esto, sino la lealtad a su director espiritual y el intenso deseo de ser mejor.
En los retiros de Egipto se probaban los religiosos como en el más riguroso crisol. Los cenobios o ermitas del desierto eran fraguas terribles, de las que únicamente salían bien forjados los fuertes de alma y de voluntad. Generalmente salían triunfantes los viejos, pues éstos habían experimentado antes una vida de sacrificio y renunciación.

Por eso es sorprendente y admirable el caso de Viator.


 
Era un adolescente cuando llegó al desierto, y un hombre joven cuando murió, ahí mismo, en la soledad y la abstinencia, después de rehusar volver a las Galias cuando sus amigos le ofrecieron esa oportunidad.
Con su maestro resolvió permanecer en el desierto para siempre. De ahí que San Viator sea un verdadero héroe, un héroe del espíritu, pues supo vencerse, dedicándose al sacrificio y a la meditación del Espíritu.
Alguien se preguntó alguna vez por qué muchas veces triunfaban en las batallas los inexpertos, mientras que los capitanes fogueados en las técnicas del combate tenían que huir o pactar la paz. Esta pregunta tiene muchas respuestas, y una de ellas es que el heroísmo se presenta con mayor frecuencia en los años mozos.
Efectivamente, es en la adolescencia cuando se está más apto, más fuerte y bien dotado físicamente, y también cuando el hombre puede sacrificarse por un ideal con mayor generosidad y pureza de intención. Pero no es frecuente esta bondad espiritual, porque a la menor dosis de egoísmo o superficialidad el hombre joven prefiere gozar su vida en toda su plenitud, sin escatimar nada para su propio provecho y satisfacción.  


ORACIÓN 


Oh, glorioso San Viator,
que dejaste todas las cosas
por seguir a Jesucristo,
alcánzame la gracia
de morir al mundo y a mí mismo
y de practicar la obediencia y la pureza,
virtudes tan amadas del Corazón de Jesús,
a fin de que, después
de ejercitarme en ellas durante mi vida,
siga con docilidad mi vocación,
y permanezca fiel a Dios hasta la muerte,
para merecer la dicha de reinar
un día contigo en el cielo. 

Amén. 

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