MAGNIFICAT: LA VISITACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL



Los esposos Zacarías e Isabel residían en la ciudad de Hebrón, cerca del Mar Muerto o lago Asfaltites; ambos pertenecían a la casa de Aarón, en la cual se hallaba vinculado el Sumo Sacerdocio; Zacarías vivía en Jerusalén para cumplir los deberes de sacerdote en el Templo. 

 
Un día se le apareció el arcángel San Gabriel en forma humana, anunciándole que, a pesar de la ancianidad de Isabel, ésta concebiría y daría á luz un niño, a quien llamarían Juan, destinado ser Precursor del Mesías.
Dudó Zacarías que su esposa pudiera ya ser madre, y el Ángel le manifestó  que, por haber dudado de las palabras del Señor, quedaría mudo y no recobraría el uso de la palabra hasta que se cumpliese la divina revelación.

Seis meses más tarde, la Virgen María fue a visitar a su prima, desde Nazareth, distante cuarenta leguas de Hebrón. Al saludarse, el futuro San Juan Bautista brincó de alegría en el vientre de su madre, y ésta, alumbrada por el Espíritu Santo, dirigió a la Virgen las siguientes palabras:
Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre.
—¿De dónde a mi que la Madre de mi Señor me venga a  visitar?
Entonces fue cuando María pronunció el sublime cántico que comienza diciendo:
Magníficat anima mea Dominum. (Mi alma engrandece al Señor), que es modelo de humildad, de amorosa entrega, de sencillez y de ternura. 


La Iglesia Católica celebra este primer milagro de Jesús por medio de su Madre, el día 2 de julio, fecha en que fue santificado el Precursor y proclamada María Santísima públicamente Madre de Dios.

Santa Isabel dio a luz un niño, y, reunida la familia para circuncidarle, preguntaron a la madre cómo se había de llamar; todos esperaban que se le pondría por nombre el de su padre; pero ella respondió que Juan.
Lo consultaron con San Zacarías, y, como estaba mudo, escribió en una tablilla: Juan es su nombre, dejando todos absortos y maravillados, tanto más cuanto que en aquel instante recobró la palabra, según se lo había prometido el Ángel, pronunciando el sublime cántico del Benedictus, que comienza diciendo:
Bendito sea para siempre el Señor Dios de Israel, que se dignó visitar a su pueblo y hacer su redención,  empezada ya a realizarse con la encarnación del Hijo de Dios.
Y dirigiéndose á su hijo exclamó:

Tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás ante la faz del Señor para aparejar sus caminos; para enseñar al pueblo la ciencia de la salvación, y así alcance la remisión de sus pecados. 

Tenemos en este santo ejemplo de La Visitación, otro bien digno de imitar acerca del cariño con que deben tratarse todos los parientes, y una lección altamente provechosa del respeto que debemos a los mandatos de Dios.

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