NACIMIENTO DE JESÚS

 

El profeta Miqueas había anunciado, con las siguientes palabras, que el Mesías prometido nacería en Belén de Efrata, distinto del Belén de la tribu de Zabulón:

"Y tú, Belén ele Efrata, eres pequeña entre las ciudades de Judá; sin embargo, saldrá de ti el que debe reinar en Israel, cuya generación es desde el principio, desde toda la eternidad." 

 
Era César Augusto emperador de Roma, y mandó hacer un censo general de población para saber el número de habitantes que vivían en las provincias sujetas a su imperio.

Gyrino, gobernador de Siria y Palestina, ordenó que cada uno se empadronase en la ciudad o pueblo de donde fuera originaria su familia: San José y la Virgen Santísima, como descendientes de David, procedían de Belén de Efrata, y a este punto se dirigieron, desde Nazareth, para cumplir los mandatos imperiales.

La aglomeración de personas que acudían a la ciudad con el mismo objeto era tan grande, que llenaba por completo las posadas; y San José y la Virgen se vieron obligados, para guarecerse contra las inclemencias de una cruda noche de invierno, a refugiarse en un establo o cueva, fuera de la población, donde, según tradición, se albergaban también un buey y un jumento. 

 
Y en aquella pobre morada, al mediar la noche del 25 de diciembre del año 747 de la fundación de Roma, imperando en ella César Augusto, y reinando en Judea Herodes el Grande, la Virgen Santísima dio a luz al Verbo encarnado en sus entrañas, a su Hijo unigénito, y unigénito del Eterno Padre, al Mesías prometido por Dios y anunciado por los profetas, esperanza de Israel, triunfo, libertad y salvación de la humana especie, y a quien Isaías había saludado mucho antes con los nombres de Dios fuerte, Padre del siglo futuro y Principe de la paz.

San José y la Virgen adoraron, de rodillas, al Niño Dios, Dios como su Padre, Dios como el Espíritu Santo, creador y soberano también de los cielos y de la tierra.

Todavía, a través de los siglos, existe en Belén la basílica de Santa María, y en ella la cripta o cueva donde nació Jesús, convertida en capilla de la Natividad.

«Nada puede darse —escribe Chateaubriand— tan agradable y devoto como esta iglesia subterránea; la enriquecen varios cuadros de las escuelas italiana y española, representando los misterios de estos lugares, Vírgenes y Niño, a la manera de Rafael, Anunciaciones, la Adoración de los Magos, la llegada de los Pastores, milagros todos en que a la grandeza acompaña la inocencia.

Los adornos ordinarios del Pesebre son de raso azul con bordados de plata.

Ante la cuna del Salvador humea de continuo el incienso, y he oído en la Misa tocar con gran expresión en el órgano los aires más suaves y tiernos de los mejores maestros de Italia.

Estos conciertos encantan al árabe cristiano que, dejando en el campo sus camellos, viene, como los antiguos pastores de Belén, a adorar en su cuna al Rey de los reyes. Yo he visto al morador del desierto comulgar en el altar de los Magos con un fervor no sentido por los cristianos de Occidentes."


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